lunes, 23 de abril de 2012

Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.

Sólo quiero sentir esta luz en mis manos

y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón

y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.


Hay

grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blancas.

Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van

a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.

Es la agonía y la serenidad.

Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya

la única sabiduría es el olvido.

Antonio Gamoneda: Arden las pérdidas (2003)

miércoles, 11 de abril de 2012

BALADA EN CUATRO TIEMPOS

                        1

Me bastarán, Señora, para amaros,
en mi morada junto a mí teneros,
un lecho blando para sosegaros
y una oruga de lumbre para veros.

Dadme la espuma de los ojos claros,
la nieve de los pechos altaneros
que mi canción tendré para embriagaros
y la noche de miel para venceros.

He de aguardaros con la estrella en vilo
para un perpetuo amar y un alborozo
de hoguera dulce y corazón tranquilo.

Y hemos de entrar en el silencio umbroso
cuando nos recojamos con sigilo
a morir juntos en el mismo gozo.


                        2

Nunca valdrá la cuita de olvidaros,
Señora, esta nostalgia de deciros
que estoy ensombrecido por amaros
y temo con mis sombras afligiros.

El gozo terrenal de acariciaros
y con grilletes del aroma unciros,
en niebla se mutó para lloraros
con un celeste enjambre de suspiros.

En qué ligero tálamo de pluma,
Señora, un tiempo de centella breve
hizo y deshizo la bruñida espuma

de vuestro cuerpo de textura leve
que me ha traído a la memoria en bruma
todo el fulgor de un pájaro de nieve.


                        3

Llegué por fin, Señora, a desamaros
porque mi amor no supo reteneros
y pudo más la brisa al apagaros
que el corazón urgido en encenderos.

A qué brasa de olor debo juntaros
si estatua de ceniza he de saberos
y en la mugiente noche he de ignoraros
por el ignoto albur de los luceros.

Si un vuelo de paloma luminosa
habéis trazado en mi añoranza pura,
consentidme en el sueño, cautelosa,

que yo desciña vuestra vestidura
y en sus langores la secreta rosa
me embriague con el nácar de su albura.


                        4

Qué defunción de toda transparencia
el luto sideral de presentiros
en el transido cielo de la ausencia
una paloma de livianos giros,

aligerada ya sin mi querencia,
ni manos amadoras para ungiros,
ni coplas para hablaros en cadencia,
ni túnicas de luz para vestiros.

En qué tiempo remoto de agonía
nos alejamos del silencio umbroso
en que el amor amado no sabía

que por la ley del ángel quejumbroso,
duró lo que la espuma la ambrosía
de morir juntos en el mismo gozo.

Gonzalo Escudero: Introducción a la muerte (1960)