lunes, 26 de noviembre de 2012

LLUEVE

En esta tarde llueve, y llueve pura
tu imagen. En mi recuerdo el día se abre. Entraste.
No oigo. La memoria me da tu imagen sólo.
Sólo tu beso o lluvia cae en recuerdo.
Llueve tu voz, y llueve el beso triste,
el beso hondo,
beso mojado en lluvia. El labio es húmedo.
Húmedo de recuerdo el beso llora
desde unos cielos grises
delicados.
Llueve tu amor mojando mi memoria,
y cae y cae. El beso
al hondo cae. Y gris aún cae
la lluvia.

Vicente Aleixandre: Poemas de la consumación (1968)

lunes, 19 de noviembre de 2012

THE ROAD NOT TAKEN

Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveler, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth;

Then took the other, as just as fair,
And having perhaps the better claim,
Because it was grassy and wanted wear;
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same,

And both that morning equally lay
In leaves no step had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.

I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.

Robert Frost: Mountain Interval (1916)

domingo, 11 de noviembre de 2012

LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables.
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.

Jaime Sabines: Horal (1950)

sábado, 3 de noviembre de 2012

ALCATRAZ INSEPULTO

I

Alcatraz insepulto enluta el mar... Y el mar entero llora por una sola ave. Y el viento... y el cielo...

Hoy el sol no viene.

Legiones de olas saludan, una por una, al vencido alcatraz y lo besan con espuma tierna.

Sin mar, sin cielo porque un ave ha muerto y es como el símbolo de la muerte menos aceptable.

La vida en sus alas y en sus contorsiones se mantuvo segura de eternidad.

Deja de amanecer el horizonte y muere en alta mar el sol.

Muere sin brillo entre las nubes crecientes de gris subido y asfixiante.

Vedados la aurora, el arrebol y el mediodía porque hoy el eclipse es total y necesario.

Se inclina el sol y crece enorme la sombra del alcatraz insepulto, como un mástil negro brotando de la muerte inaceptable.

Horizonte yacente y sin barcos. Olas sin espuma. Acantilado sin sombra.

Todo lo que evoca un absurdo o una soledad está presente en el drama.

Hasta la sal llena una lágrima por todos los lamentos en todos los mares.


II

Vaivén de la marea, ahora el reflujo para un espacio inmenso de playa: rutas locas del caracol, como cábalas de un destino alborotado.

Estrellas de mar, huérfanas de mar y cielo, adoptan la forma de la agonía.

Inmóvil el aguamala, en letargo y pesadilla, infla su redoma atrayente y peligrosa. Es como el mirar de ira de la arena viuda.

El cristal del mar se ha roto en un instante. Se han quebrado el sonido y la distancia.

Ha velado la crin de plata una extraña neblina.

El chasquido de la ola en los acantilados marca un ritmo de corazón añejo.

La faz del cielo está borrada de estrellas y de azul.

El yodo es pertinaz en su reto de vida y entra en nuestro olfato, desafiante, agresivo.

Ha muerto un ave sobre la arena, aquí y en todas partes.

Y en la arena se cierra la almeja y retrocede lento el cangrejo, avergonzado de su color de júbilo.

La ostra clausura su roca de cal, su cofre sombrío y ceniciento.

El caracol inclina sus antenas y solemne se recoge.

Todas las aves del mundo rinden tributo de vuelo al que perdió el vuelo y la vida.


III

Perdido el azogue, la imagen se devora o se recoge para crear la imagen de la nada, de la gran soledad, del alma en duda.

Cuerpo del alcatraz, como testigo, como protesta, sobre la imagen borrada, yerta en el gris de la arena sin sentido, en la playa inmensa, espejo sin imagen ni razón, cuenca inquieta y vacía del ojo del mar, mirándose, aceptando su muerte permanente de ave muerta, sin alas y sin vuelo.

Para que no brille ni un solo grano de arena y no se perturbe ni por instantes lo que debe ser un silencio sin voces, sin estrellas, intacto, inquebrantable, vedado al eco y al murmullo.

Para que el peso del silencio oprima el resplandor de la arena, la extensión de la costa, la vocación de vuelo que alienta la vida marina.

Para que no se identifiquen la forma sorda del silencio y la imagen del eco sin respuesta, y encuentre la agonía su expresión más exacta, su escritura de lágrimas, su alfabeto de designios confuso e indescifrable.

Para que el mar, la nube, la arena y todos los testigos que habitan ese misterio, cubran el plumaje del alcatraz insepulto.


IV

¿Para qué el vaivén ni el sabor salobre si es un regosto de desazón y muerte el que alimenta esta tarde sin crepúsculo?

El rostro del mar ha perdido su ardentía, su luminosa expresión.

Un escarceo atemorizado, un oleaje tímido, dicen del presentimiento.

Borrada la memoria de la luz, el luto y la tiniebla inundan la mar ancha.

De la altísima atmósfera hasta el lecho abisal, la sola presencia de la sombra. Los tentáculos del pulpo adheridos a la sombra. El temblor gelatinoso de alga atado a la sombra. El ala de la tijereta hiriendo la sombra.

Y la sombra campea su dominio; borra la espuma de la sal de los riscos; acaricia el cieno en la marisma; nutre el manglar; amasa el naufragio.


V

Contra el risco embozado un pescador estrelló su nave y llora de soledad.

No hay vigilia que acompañe el elemental desvelo.

En sombra y sin vuelo, herida la libertad, velada la luz.

Atadura en los ojos y en el alma. Ala segada. Ojos ciegos.

Dolor de la mayor impotencia cuando aún hay horizonte que andar, caminos que ver.

Pescador desolado: alcatraz insepulto. Y el mar del camino alborotado, de la onda en bonanza, aliciente de petreles y delfines, herido en el confín de la esencia, desposeído de su razón de ser, sin vida, sin vuelo, sin alma de mar, sin rostro ni mirada.

Filoteo Samaniego: Signos (1963)