domingo, 30 de marzo de 2014

AVES DE LA NOCHE

Tú que caminas por el aire
y llenas el cielo de abrojos
y lastimas con tu soberbia
todo cuanto tocas,
quítame esa pesada penumbra
arráncame de raíz la tristeza.

Tú que conversas tan animadamente
con las elocuentes aves de la noche
y repartes el conformismo en diminutas grageas
aplaca esta desesperada sed.

Dame la fría indolencia de la piedra
o la pálida rigidez del mármol.

Vicente Robalino: La invención del cielo (2008)

domingo, 23 de marzo de 2014

MUJER NEGRA

Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.
La noche, no puedo recordarla.
Ni el mismo océano podría recordarla.
Pero no olvido el primer alcatraz que divisé.
Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.
Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral.
Me dejaron aquí y aquí he vivido.
Y porque trabajé como una bestia,
aquí volví a nacer.
A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.

                        Me rebelé.
Su Merced me compró en una plaza.
Bordé la casaca de su Merced y un hijo macho le parí.
Mi hijo no tuvo nombre.
Y su Merced murió a manos de un impecable lord inglés.

                        Anduve.
Esta es la tierra donde padecí bocabajos y azotes.
Bogué a lo largo de todos sus ríos.
Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí.
Por casa tuve un barracón.
Yo misma traje piedras para edificarlo,
pero canté al natural compás de los pájaros nacionales.

                        Me sublevé.
En esta tierra toqué la sangre húmeda
y los huesos podridos de muchos otros,
traídos a ella, o no, igual que yo.
Ya nunca más imaginé el camino a Guinea.
¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a
Madagascar? ¿O a Cabo Verde?
Trabajé mucho más.
Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza.
Aquí construí mi mundo.

                        Me fui al monte.
Mi real independencia fue el palenque
y cabalgué entre las tropas de Maceo.
Sólo un siglo más tarde,
junto a mis descendientes,
desde una azul montaña.

                        Bajé de la Sierra
para acabar con capitales y usureros,
con generales y burgueses.
Ahora soy: sólo hoy tenemos y creamos.
Nada nos es ajeno.
Nuestra la tierra.
Nuestros el mar y el cielo.
Nuestras la magia y la quimera.
Iguales míos, aquí los veo bailar
alrededor del árbol que plantamos para el comunismo.
Su pródiga madera ya resuena.

Nancy Morejón (1975)

domingo, 16 de marzo de 2014

EL MAR


Sorprendentes carnadas llueven del cielo. Sorprendentes carnadas sobre el mar. Abajo el océano, arriba las inusitadas nubes de un día claro. Sorprendentes carnadas llueven sobre el mar. Hubo un amor que llueve, hubo un día claro que llueve ahora sobre el mar.

Son sombras, carnadas para peces. Llueve un día claro, un amor que no alcanzó a decirse. El amor, ah sí el amor, llueven desde el cielo asombrosas carnadas sobre la sombra de los peces en el mar.

Caen días claros. Extrañas carnadas pegadas de días claros, de amores que no alcanzaron a decirles.

El mar, se dice del mar. Se dice de carnadas que llueven y de días claros pegados a ellas, se dice de amores inconclusos, de días claros e inconclusos que llueven para los peces en el mar.



Se oyen días enteros hundiéndose, se oyen extrañas mañanas soleadas, amores inconclusos,
despedidas truncas que se hunden en el mar. Se oyen sorprendentes carnadas que llueven pegadas de días de sol, de amores truncos, de despedidas que ya no. Se dice de carnadas que llueven para los peces en el mar.

El mar azul y brillante. Se oyen cardúmenes de peces devorando carnadas pegadas de palabras que no, de noticias y días que no, de amores que ya no.

Se dice de cardúmenes de peces que saltan, de torbellinos de peces que saltan.

Se oye el cielo. Se dice que llueven asombrosas carnadas adheridas de pedazos de cielo sobre el mar.



Oí un cielo y un mar alucinantes, oí soles estallados de amor cayendo como frutos, oí torbellinos de peces devorando las carnes rosa de sorprendentes carnadas.

Oí millones de peces que son tumbas con pedazos de cielo adentro, con cientos de palabras que no alcanzaron a decirse, con cientos de flores de carne roja y pedazos de cielo en los ojos. Oí cientos de amores que quedaron fijos en un día soleado. Llovieron carnadas desde el cielo.

Viviana llora. Viviana oyó torbellinos de peces elevarse por el aire disputándose los bocados de una despedida trunca, de un rezo no oído, de un amor no dicho. Viviana está en la playa. Viviana es hoy Chile.

El pez largo de Chile que se eleva por los aires devorando las carnadas de sol de sus difuntos.



Impresionantes llanuras llueven para los peces: días que ya nunca serán, ojos pegados a un último cielo, amores que no fueron dichos. Se dice de impresionantes llanuras hechas de brazos que no lograron abrazarse, de manos que no se alcanzaron a tocar. Se dice de raros frutos que los peces devoran, que las tumbas plateadas de los peces devoran. Oí impresionantes llanuras lloviendo sobre el mar.

Impresionantes cielos, días, sueños hundiéndose en los torbellinos plateados de las olas, oí las bocas plateadas de los peces devorando despedidas truncas. Oí inmensas llanuras de amor diciendo que ya no. Ángeles, partituras de amor diciendo que ya no.

Universos, cosmos, inacabados vientos lloviendo en miles de carnadas rosas sobre el mar carnívoro de Chile. Oí llanuras de amor nunca dichas, cielos infinitos de amor hundiéndose en las carnívoras tumbas de los peces.



Está el mar, se dice, están las tumbas carnívoras de los peces. Están las carnes color de almendras y el mar. El mar llora. Viviana llora.

Hay cielos infinitos de almendros, de estrellas como los frutos dicen y caen. Sorprendentes carnadas llueven del cielo como las estrellas, como frutos que caen sobre el pasto. Hay universos sin fin en el estómago de los peces, estrellas, campos de almendros. Viviana oye inmensos campos de almendros rojos de sangre cayendo sobre el mar. Infinitos días claros lloviendo sobre las espumas rojas del mar.

Llueven hombres que caen en poses extrañas como raros frutos de una rara cosecha.

Viviana oye llover sorprendentes carnadas de hombres, asombrosas frutas humanas cosechadas de extraños campos. Viviana es ahora Chile. Oye frutas humanas llover como dorados soles reventándose en las aguas.



Asombrosas cosechas llovieron desde el cielo. Increíbles frutos maduros sobre los campos labrados del mar. Viviana escucha caer siluetas mudas, minutos que no terminaron, cruces santas que llueven como nubes sobre las olas del Pacífico. Escucha torsos, extrañas neblinas viniéndose sobre las olas, extrañas nubes de carnes blandas que se posan sobre el cielo despejado del océano.

Llueven carnadas con ángeles sin boca, con partituras que no pudieron oírse, con sombras sin sonido que se besan. Llueven, se derrumban asombrosas cosechas de asombrosos árboles que caen quemándose sobre las olas.

Campos labrados, tierras santas llueven desde el cielo con espaldas rotas, con pedazos de cuellos que ya no estaban, con inesperadas nubes para siempre de primavera. Fueron arrojados. Llueven. Asombrosas cosechas de hombres caen para alimento de los peces en el mar. Viviana oye llover tierras santas, oye a su hijo caer como una nube sobre la cruz despejada del Pacífico.



Cruces hechas de peces para los Cristo. El arco del cielo de Chile cae sobre las tumbas ensangrentadas de Cristo para los peces. He allí tu madre. He allí tu hijo. Sombras caen sobre el mar. Extrañas carnadas de hombres caen sobre las cruces de peces en el mar. Viviana quiere acurrucar peces, quiere oír ese día claro, ese amor trunco, ese cielo fijo. Viviana es ahora Chile. Acurruca peces bajo el hosanna del cielo.

Caen sorprendentes Cristo en poses extrañas sobre las cruces del mar. Sorprendentes carnadas llueven del cielo: llueve un último rezo, una última pasión, un último día bajo los hosannas del cielo. Infinitos cielos caen en raras poses sobre el mar.

Infinitos cielos caen, infinitos cielos de piernas rotas, de brazos contra el cuello, de cabezas torcidas contra las espaldas. Lloran para abajo cielos cayendo en poses rotas, en nubes de espaldas y cielos rotos. Caen, cantan.

He allí tu madre. He allí tu hijo.



He allí tu hijo. Viviana oye arcos de cejas increíblemente alzadas, oye ojos abiertos sin fin cayendo desde las cejas del cielo. Oye los clavos hundiéndose en la cruz del océano. Todo el mar de Chile es la cruz. Infinitas llanuras desde el cielo cantan el hosanna de la cruz del mar, de los alimentos que caen como llanuras, como panes en el estómago santo de los peces. Viviana oye infinitos cardúmenes santos subiendo, infinitos peces cantando con la voz tomada del cielo.

Ascienden los peces al cielo. Sorprendentes carnadas llovierno con sorprendentes días, con imágenes de almendros, con amores truncos. Sorprendentes carnadas llovieron sobre el mar santo, sobre los peces santos.

Santo es el mar, santas las llanuras de frutos humanos que caen, santos de los peces. Oí infinitos días cayendo, cuerpos que caían con cielos, con campos entrevistos, con árboles como cruces coreando en las cantadas aguas.

Viviana acurruca el mar santo. Viviana dice que en esas aguas santas está su hijo.



Llovieron cielos santos. Llovieron infinidades de aguas como hijos del cielo santo sí, como panes, como carnadas santas bajo el océano en cruz de Chile. Lloraron, llovieron hijos de amores que ya nunca, de praderas sin fin que caían en llamas, de zarzas que arden sin consumirse. Viviana oye cielos enteros caer como almendros en flor, como rosadas mejillas en flor sobre el mar salvo de Chile.

La zarza del mar de Chile arde, arde sin consumirse.

Arden las llanuras santas del cielo cayendo. Carnadas de hombres caen sobre la zarza llameante del océano. Los peces suben cantando con al voz tomada del cielo, cardúmenes, infinidades de peces ascienden desde las aguas santas.

Extraños soles cantan lloviendo desde el cielo, extraños frutos sobre el océano santo.

Peces en llamas saltan, asombrosas carnadas arden en el mar. Llovieron cielos santos. Zarzas de Chile, he allí vuestros hijos. Zarzas de Chile, de ahí el mar ardiendo.



He allí el mar quemándose. Viviana oye cielos ardiendo entre las llamas del mar, zarzas que no se consumen, hijos de impresionantes zarzas que arden sin quemarse entre las llameantes olas. Extraños días arden cayendo sobre el mar, asombrosas carnadas santas que caen y cantan sobre los pastizales ardidos del mar. Viviana es hoy Chile. Oye emerger cantos de entre las llamas de las aguas, escucha el cielo santo ardiendo de amor sobre las incendiadas rompientes. Escucha el INRI de su amor santo subir ardiendo sobre las praderas incendiadas del Pacífico.

Escucha el INRI de los cielos ardiendo. Océanos y mares de Chile escuchen el INRI de los cielos ardiendo.

Sorprendentes carnadas rosa sangre llovieron desde extrañas nubes sobre el mar, sorprendentes mares color de incienso suben ahora cantando con la carnada de los peces en el cielo.

Escucha el cántico de los peces ascendiendo al cielo. Arde, el océano santo de Chile arde. Llamas como el incienso tiñen de rosa y sangre las quemadas praderas del Pacífico.



Mares.

Fueron arrojados. Como prendidos de extrañas semillas, campos arados cubren el mar.

Raúl Zurita: INRI (2003)

domingo, 9 de marzo de 2014

ACUARIO

Entro al acuario
El caracol se abre para dejarse penetrar
Algunos peces incrustan sus ojos a los vidrios
y a los solares abiertos para el sol
Veo de cerca peces rojos de tanto lápiz labial
peces con las bocas llenas de sudor
Peces muertos
muertos de la risa
muertos del hambre
Aquí van peces viejos
Peces que se van a tragar otros peces
Peces que se creen pájaros
Peces que no se creen nada
Peces que no abren sus ojos por pura pereza
lagañosos de espíritu
con la saliva oxidada
Peces del mar
del río
de la tierra
peces de las calles
peces de motel
peces que duermen para no verse morir
peces aburridos
que se van escupiendo
que inauguran monumentos por no tener nada que hacer
Aquí van peces que no se inventan nada
Peces que se echan telas encima para no morirse de frío
y otros simplemente para posar de bien vestidos
Peces que no hablan o que hablan mucho  para decir poco
Peces que ladran que huelen muy mal por tanto perfume
Peces que tocan tambor
y balbucean con la gaita
Peces que van a la fiesta
a los entierros
a la rutina
Peces que se enteran y otros que no se dan ni por enterados
Peces que siembran cuchillos en las espaldas
Desde aquí se ven pasar esos peces que han comprado acuarios
para evitar revolcarse en los sudores de otros
para morirse solos en su propia mugre
para presumir la estupidez o simplemente porque se les da la gana
Peces que se quejan y nadie escucha
Peces insoportables
vendidos
que se dejan seducir por la carnada
Peces que bostezan para tragarse el mundo y sólo se tragan una mosca
Aquí y en las calles se ven pasar peces de diarios con malos olores en las manos por escribir tantas mentiras
[o medias verdades
Peces perdidos en este acuario sin agua
en esta ciudad de tierra
tan dolorosa
sobreviviente a silencios
a escombros
Peces esperando que los dejen dignamente en algún lugar
que entran al acuaro para morir un poco
Aquí van peces
y peces
y más peces
Perdidos
Enredados
Muertos
Muertos de la risa
Muertos del hambre
Muertos del miedo
En este autobús sin alma.

Fadir Delgado: El último gesto del pez (2012)

martes, 4 de marzo de 2014

DEL PENSAMIENTO EN UN JARDÍN

A José Bergamín, en México


No estás, no, prisionero, aunque te orpima
la madreselva en flor, deliberada,
con el clavel que te defiende a esgrima
del gladiolo que te embiste a espada.

Tan húmedos y opuestos veladores,
hoy dan jardín al pensamiento errante,
tendiéndole ya cama o ya escalera,
para que estalle pensamiento flores
o suba pensamiento enredadera.

Trepe el mío, regado y verdeante,
por el sol del destierro y de la espera.



Calce, al subir, lo primero,
la espuela de caballero.
Flor de espuela:
hiere, flor,
al pensamiento en candela.

Galopar ensangrentado.
Potro de muerte. Dolor.
                        —Sí, yo era soldado.

(¡Mi capitán!)

         Jazmines de jazmines.
Árabe aroma. (¡Cuánto moro ahogado!)
Párate, pensamiento.
La amapola. Quizás la adormidera.
(Sólo quedó de aquel destacamento
una naranja en la trinchera.)

Por la malva real,
niña, te lo diré,
o por la buganvilla,
decarminada aún la cabellera.

Compréndelo, rosal.
("Pura, encendida rosa...")
Por el Guadalquivir sube, llorando, el mar,
dejando sin oliva al olivar
y sin esposo a la esposa.

El llorar tiene huesos,
amor, como las frutas.
Lágrimas de piñones.
Por eso al pensamiento cuando canta
se le hace un nudo en la garganta,
de ciruelas o melocotones.

Escúchalo, alhelí,
para contarlo luego al heliotropo:
pálida era mi madre, y carmesí,
cuando me la enterraron bajo un chopo.

Doblégate a la grama, trepadora,
pensamiento sin bridas.
¡Frena!
¡Freno!
Es toda oídos la azucena
y el amaranto moreno.



Dura es la tierra y, obstinadamente,
dura la piel del tiempo que pisamos;
duro lo que trasluzca así la frente,

dura la sangre bajo la corteza
del corazón; así, lo que soñamos:
duro lo incierto y dura la certeza.

Hace su aparición en mí la azada,
por su propio, espontáneo movimiento,
no por mi impuesta soledad llamada.

Ya que me tienes, rompe, hiende, corta
las raíces, descuaja el fundamento,
¡y a enterrar, a enterrar, que es lo que importa!

¡A enterrar! Lluvias frescas al olvido.
No puede ser el hombre una elegía
ni hacer del sol un astro fallecido.

Aunque le haga crujir y desvencije
los desterrados huesos la agonía
que su claro pretérito le inflige,

también la azada al enterrar incluye,
en momentánea asfixia rehogando,
el duro son para el laurel que huye.

¡Cavar, cavar, y verdecer cavando!



Verdece vid, pensamiento.
Sube, espíritu morado,
llama moscatel, rodado
por los barriles del viento.
Sé fósforo del laurel.

Corona icandescente.
Sangre nunca apagada.
Soy de un pueblo de héroes, cuya piel
es toda frente
iluminada.

¡Quién sacara del pozo
agua de lluvia sin sabor a muerto,
ya que los castañares
tienen tristezas militares
y aquel campo otro nombre: el de desierto!

Amo el geranio.
Flor de hierro, roja;
hierro siempre encendido,
dura hoja.
Pero es humana flor, no flor de ejido.

Voy hacia ti, ciprés desprevenido.
Sin réplica, nogal, abre tus brazos.
       Zarza cruel, lagarto sigiloso.
       Yedra de dientes sin reposo.
              Arañazos.
              Vida ruin, rastrera.

Mi pensamiento es más hermoso:
es flor y alta enredadera.



Aquí, donde con mano desterrada
y corazón en vuelo hacia castillos
de una ardiente verdad desmantelada,

vivo escuchando el césped e injertando
al rosal rosa mirlos amarillos,
amaneciendo en cuanto voy tocando;

decrezco ante el mañana y el ahora
que a las yedras descorren las ruinas
con su verde humedad devastadora,

y pienso: Era de musgos y verdines,
de sigilosas plantas, serpentinas,
invadiendo poblados y jardines.

¿Es que quizá sonó para el planeta
el clarín de las zarzas y los cardos
y le llegó su fin a la violeta,

firmándose una ley marcial, oscura,
contra las azucenas y los nardos,
bajo la yedra alzada en dictadura?

Decidme: En tanto muro derruido,
en tanto pobre umbral sin aposento,
en tanto triste espacio sorprendido

y en tanto sueño amontonado en piedras,
¿ha de extender el desabrido viento
la colgadura helada de las yedras?

¡No, no! Zumben los picos, y las palas
con el azadón canten y repiquen.
El porvenir no es suyo. Nuevas alas

hay en las manos que lo justifiquen.



Verdece alas, pensamiento,
y sube, albo, al paraíso,
ya que el alerce y el aliso
desmantelaron, con derramamiento
de pura sangre lila, ayer, su nieve.

Solo existe un azul.

(No hagas la rueda, firmamento).
El tarco es quien lo llueve,
quien lo cuelga en su rama,
si no perdido, en lejanía.
       Guadarrama.
¡Azul, azul del Guadarrama,
más azulado en la Fuenfría!

Otra vez con mis muertos.
¿Quién me puebla el recuerdo de ruinas?
¿Será ya escombros, muro derribado,
basural de gallinas,
escoria barredera
el pensamiento desterrado,
el pensamiento flor o enredadera?

Aunque le duela el álamo, está vivo,
como no estaban, no, no estaban muertos
mis muertos. Que lo diga,
duro, en su lengua ese amargor a olivo,
y en los ojos abiertos, bien abiertos,
esa luz, mar de fe, que lo mitiga.

Sé mi ejemplo, ligustro persistente;
planta vivaz, continua flor, rizoma
y siempreviva y siempreverde fuente.

Como mi patria: sol y aroma.


Rafael Alberti: Entre el clavel y la espada (1939-1940) (1941)