domingo, 27 de julio de 2014

AH, QUE TÚ ESCAPES

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recortada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.

José Lezama Lima: Enemigo rumor (1941)

domingo, 20 de julio de 2014

SONNET 30

When to the sessions of sweet silent thought
I summon up remembrance of things past,
I sigh the lack of many a thing I sought,
And with old woes new wail my dear time's waste.

Then can I drown an eye, unused to flow,
For precious friends hid in death's dateless night,
And weep afresh love's long since cancelled woe,
And moan the expense of many a vanished sight.

Then can I grieve at grievances foregone,
And heavily from woe to woe tell o'er
The sad account of fore-bemoaned moan,
Which I new-pay as if not paid before.

But if the while I think on thee, dear friend,
All losses are restored and sorrows end.

William Shakespeare: Sonnets (1609)


SONETO 30

Cuando en sesiones dulces y calladas
hago comparecer a los recuerdos,
suspiro por lo mucho que he deseado
y lloro el bello tiempo que he perdido,

la aridez de los ojos se me inunda
por los que envuelve la infinita noche
y renuevo al plañir de mis amores muertos
y gimo por imágenes borradas.

Así, afligido por remotas penas,
puedo de mis dolores ya sufridos
la cuenta rehacer, uno por uno,
y volver a pagar lo ya pagado.

Pero si entonces pienso en ti, mis pérdidas
se compensan, y cede mi amargura.

William Shakespeare: Sonetos (1609)
Traducción de Manuel Mújica Láinez

domingo, 13 de julio de 2014

EL ECO DE MI MADRE (fragmento)

A ver a ver a ver repetía antes de morirse
como si algo le tapara la visión del otro camino
ese que ella ya tenía delante de las narices
pero que la dirección de su cuerpo aún se negaba a tomar.
A ver a ver a ver siguió insistiendo hasta el cansancio
mientras los que rodeábamos su cama queríamos ver también
si es que realmente algo visible,
un ángel o cualquier otra aparición,
metida de lleno en la asepsia de ese cuarto
podía darnos la clave médica de que algo estaba por pasar.
Después de que murió me sentí culpable
de haberla confrontado con sus fantasmas
a ver qué mamá a ver qué a ver qué.
Y aunque nada había para ver, eso es seguro,
ella encontró, parece, el objeto que buscaba
porque de un minuto para otro se quedó muda
mientras yo con la pregunta en la boca
me fui rumiando las razones de todos los asuntos del mundo
que en la cadencia insoportable de su repetición
no tienen, no tienen y no tienen
ninguna respuesta.

Tamara Kamenszain: El eco de mi madre (2010)

domingo, 6 de julio de 2014

Un animal oculto en el crepúsculo me vigila y se apiada de mí. Pesan las frutas corrompidas, hierven las cámaras corporales. Cansa atravesar esta enfermedad llena de espejos. Alguien silba en mi corazón. No sé quién es pero entiendo su sílaba interminable.

Hay sangre en mi pensamiento, escribo sobre lápidas negras. Yo mismo soy el animal extraño. Me reconozco: lame los párpados que ama, lleva en su lengua las sustancias paternales. Soy yo, no hay duda: canta sin voz y se ha sentado a contemplar la muerte, pero no ve más que lámparas y moscas y las leyendas de las cintas fúnebres. A veces, grita en tardes inmóviles.

Lo invisible está dentro de la luz, pero, ¿arde algo dentro de lo invisible? La imposibilidad es nuestra iglesia. En todo caso, el animal se niega a fatigarse en la agonía.

Es el que está despierto en mí cuando yo duermo. No ha nacido y, sin embargo, ha de morir.

Así las cosas, ¿de qué perdida claridad venimos? ¿Quién puede recordar la inexistencia? Podría ser más dulce regresar, pero

entramos indecisos en un bosque de espinos. No hay nada más allá de la última profecía. Hemos soñado que un dios lamía nuestras manos: nadie verá su máscara divina.

Así las cosas,

la locura es perefecta.

Antonio Gamoneda: Arden las pérdidas (2003).