domingo, 28 de septiembre de 2014

CASA DE CUERVOS

porque te alimenté con esta realidad
mal cocida
por tantas y tan pobres flores del mal
por este absurdo vuelo a ras de pantano
ego te absolvo de mí
laberinto hijo mío

no es tuya la culpa
ni mía
pobre pequeño mío
del que hice este impecable retrato
forzando la oscuridad del día
párpados de miel
y la mejilla constelada
cerrada a cualquier roce
y la hermosísima distancia
de tu cuerpo
tu náusea es mía
la heredaste como heredan los peces
la asfixia
y el color de tus ojos
es también el color de mi ceguera
bajo el que sombras tejen
sombras y tentaciones
y es mía también la huella
de tu talón estrecho
de arcángel
apenas posado en la entreabierta ventana
y nuestra
para siempre
la música extranjera
de los cielos batientes
ahora leoncillo
encarnación de mi amor
juegas con mis huesos
y te ocultas entre tu belleza
ciego sordo irredento
casi saciado y libre
con tu sangre que ya no deja lugar
para nada ni nadie

aquí me tienes como siempre
dispuesta a la sorpresa
de tus pasos
a todas las primaveras que inventas
y destruyes
a tenderme nada infinita
hierba ceniza peste fuego
a lo que quieras por una mirada tuya
que ilumine mis restos
porque así es este amor
que nada comprende
y nada puede
bebes el filtro y te duermes
en ese abismo lleno de ti
música que no ves
colores dichos
largamente explicados al silencio
mezclados como se mezclan los sueños
hasta ese torpe gris
que es despertar
en la gran palma de dios
calva vacía sin extremos
y allí te encuentras
sola y perdida en tu alma
sin más obstáculo que tu cuerpo
sin más puerta que tu cuerpo
así este amor
uno solo y el mismo
con tantos nombres
que a ninguno responde
y tú mirándome
como si no me conocieras
marchándote
como se va la luz del mundo
sin promesas
y otra vez este prado
este prado de negro fuego abandonado
otra vez esta casa vacía
que es mi cuerpo
a donde no has de volver


Blanca Varela (aparecido por primera vez en la revista Hueso húmero, 1980,
recogido luego en el poemario Ejercicios materiales, 1993)

lunes, 22 de septiembre de 2014

EL ELEFANTE

En el bosque lloroso, bajo el viento de la tarde,
la noche, toda negra, se ha acostado contenta.
En el cielo las estrellas han huido temblando,
luciérnagas que brillan vagamente y se apagan;
arriba la luna está oscura, su luz blanca apagada.
Los espíritus andan dando vueltas.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

El árbol duerme en el bosque medroso, las hojas están muertas,
los monos han cerrado los ojos, colgados de las ramas allá arriba.
Los antílopes se deslizan con pasos silenciosos,
comen la hierba fresca, aguzan atentamente los oídos,
levantan la cabeza y escuchan asustados.
La cigarra se calla, detiene su canto rechinante.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

En el bosque azotado por la gran lluvia,
papá elefante camina pesadamente, baou, baou,
sin cuidado y sin miedo, seguro de su fuerza,
papá elefante a quien nadie puede vencer;
entre los árboles quebrados se para, y sigue otra vez.
Come, ruge, bota los palos y busca a su hembra.
Papá elefante, se te oyó desde lejos.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

En el bosque donde nadie pasa sino tú,
cazador, ten valor, salta y camina,
allí tienes carne, el gran trozo de carne,
la carne que camina como una loma,
la que alegra el corazón,
la carne que se va a asar en el fuego,
la carne en la que se entierran los dientes,
la rica carne roja y la sangre que se bebe humeante.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

Canto africano antiguo
              recopilado por Ernesto Cardenal
                            en su Antología de poesía primitiva (1979)

lunes, 15 de septiembre de 2014

EMOCIÓN VESPERAL

Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día;

emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar no descubierto
por ningún navegante todavía,

aunque uno sepa que hasta en los remotos
confines de los piélagos ignotos
le seguirá el cortejo de sus penas,

y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
le tentarán las últimas sirenas.

                                                          Ernesto Noboa Caamaño (c. 1910)
                                                          (Recogido luego en el volumen Romanza de las horas, de 1922)

lunes, 8 de septiembre de 2014

RITUAL DE LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

Mataremos a la gallina de los huevos de oro
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
mataremos a la gallina de los huevos de oro.

Romperemos el huevo de oro sobre una sartén
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
romperemos el huevo de oro sobre una sartén.

Incubaremos los huevos de oro que nos sobren después
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
incubaremos los huevos de oro que nos sobren después.

No por ambición mataremos a la gallina de los huevos de oro
sino por rebelión.
No por ambición romperemos el huevo de oro sobre una sartén
sino por desesperación.
No por ambición incubaremos los huevos de oro que nos sobren después
sino por compasión.

Pero no podremos matar a la gallina de los huevos de oro.

Porque un gallo se la llevó.
Porque un gallo se la llevó.
Porque un gallo se la llevó.

Y en todo el gallinero
sólo ese gallo deja oír su canción.

Sería un gallo hermoso
de no haber perdido su corazón;
sería un gallo amable
de no haber querido únicamente imponer su razón;
sería un gallo pulcro
de haberse librado de la gran tentación.

Y en cada madrugada
—como San Pedro al Señor—
nos hace sentir su negación,
nos hace sentir su negación,
nos hace sentir su negación.

Aunque el resto del día le cante apasionadamente a Dios.

Porque es un gallo cantor,
porque es un gallo pelucón,
porque es un gallo amo y señor.

porque es un gallo infinito,
como el gallo del cuento del gallo pelón.

Y la gallina de los huevos de oro
le ovula, matemáticamente, su fabuloso amor.

Fernando Cazón Vera: La pájara pinta (1983)