la hija abandonada del pirata
deja su cuartucho en las barracas
y corre a los tranvías. Su placer:
admirar el surgimiento de los edificios,
contemplar los volúmenes
entre la luz ligera, aún fría,
que avanza lentamente por aristas,
entre hendijas, bajo puertas,
resplandeciendo en el tibio cristal
de las ventanas. En un rincón,
al borde de la grada, el gato,
lame un desayuno que el ojo
no alcanza.
Al amanecer,
mira hacia afuera,
detrás del vaho,
mientras se frota las manos,
la barbilla, junta los pies,
en el vagón que va a la playa.
Yo la escucho susurrar su balada
mientras baila descalza, empujando
con la punta de su dedo el montículo,
la obra nocturna del cangrejo
en la arena. ¡Ah, en su fina garganta,
cuánta tensión para traer el canto,
murmurado desde su pecho,
tembloroso! Un milagro
que soplan sus labios, tan leve.
Encubre su rostro,
sopla su música
hacia el horizonte marino.
Allá va, allá va, la loca
y nunca llegará el errante,
aquél que debiera llorar su eterna
desolación sobre su pecho pequeño.
Allá va, menuda, con su canto.
Y ahora que vuelve a la ciudad,
por tres centavos te dejaría poner
tu torpe mano en sus muslos.
¡Bah! Ya jamás tendrás esa canción
que ella susurra para el agua.
Una canción que escucho en la aurora,
desde su más profundo sueño.
Iván Carvajal: Inventando a Lennon (1997)
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