lunes, 10 de junio de 2013

PALIMPSESTOS – UNA ODA AL CONSUMISMO

Cuando la cultura
del hambre
llegó a su ápice
los s(aqueos) saquearon.

Tomando por asalto
las instalaciones de los súper,
abatiéndolos,
como otras tantas Troyas.

¿Algo más armonioso
ocurrir pudo?
¿Algo más cabalmente
ilustrativo?

Pues en el propio escenario
del consumismo,
todo lo que había allí por consumir
fue por los s(aqueos)
consumido.

Furiosamente armados con su hambre
entraron, violentáronlos;
y en sus ojos, en la expresión
desencajada de sus rostros,
esta rabia podíase leer:
¿es un delito, un crimen
necesitar comer
cuando hambreado se está como nosotros?

Muy distinto, es claro,
el tema se presenta
cuando de robar se trata por el solo
divino placer de robar algo.

Pues ¿quién ha de entender,
ha de aceptar
ese curioso acto,
en un mundo que a tal placer
pone duros cerrojos?

¿Y son los súper, acaso,
que en la apariencia tan abiertos
al deseoso se ofrecen
la excepción de esta ley?

Lo robado allí, las cosas sustraídas,
van siendo subrepticiamente escabullidas
en el gran bolsillo cómplice
o, para dar otro ejemplo,
menos refinado,
directamente entre la piel y la camisa.

La piel,
que al contacto distinto de esas cosas,
temerosa reacciona,
al poco tiempo admite ese peligro
y lo termina percibiendo, pronto,
como una dulce caricia enervadora.

¡Oh ese gran momento
del robo en los soberbios súper,
por el puro placer, por el deseo
de cumplir el deseo
que despiertan!

Gran momento en el cual
dilúyese en la mente
la noción de Privada Propiedad, a la vista
de las series de las mercaderías;
mercaderías allí expuestas
como si no tuvieran dueño...

Pero, ¡cuidado!
alguien siempre vigila;
alguien que nuestra astucia,
nuestro disimulo,
es capaz de aventajar y descubrir,
adivinándonos.

Entre asustado y entre alborozado
el corazón quiere saltar
del pecho;
¡sofrénalo!
La mano, ¡oh Dioses!, tiembla ansiosa
al tenderse hacia el estante
donde todo es tentación;
¡domínala!

Tu rostro, en demasía, se muestra tenso
lo que te hace sospechoso;
¡rápido, haz de tu rostro la máscara
del más honesto de los consumidores!

¿Pero todos estos juegos,
todas estas rápidas maniobras solapadas,
no son, además,
del placer parte?
¡Oh, sí, tú lo sabes,
tú lo comprendes bien
hypocrite consumidor!

¡Oh paraíso del consumir
tan al alcance y, a la vez,
tan distante!

¡Oh Tántalo!

¡Y esos envases, esos
colores vivos, esas formas;
esas presentaciones del Producto
tan mercadotécnica, infernalmente maquinadas
para motivarte!
¡Para atrapar y dirigir tu voluntad;
para infalibles mover hacia el Producto,
sin que te quede otra posible
alternativa,
tu desear!

¿Y qué prefieres o preferirías sustraer hoy?
¿Qué artículo en especial
has escogido hacer tuyo, además
de los que hasta ahora has distraído?

¿Cuál en especial escogerás
para sumar a tu secreto, secretísimo
y preciado botín?

¡Ah, el Importado Producto!

¿Quizás este exquisito
jamón de USA
en simpática, pequeña lata?

¿O tal vez esta, seguramente deliciosa,
mantequilla holandesa
envasada en acomodable caja?

¿O mejor será,
si te apetece,
este frasquito de traslúcido
vidrio?

¿Este frasquito que deja ver
en su interior,
cual redondas, perfectísimas gemas,
el contenido de unas carmesíes
guindas en almíbar,
originarias de la pérfida, cuan sabia
Albión?

Bien, te decides al fin
por estas últimas;
¡es que nunca en tu vida, es la verdad,
la oportunidad se te brindó
de saborearlas!

Bien, ya estás en la Caja,
¡y sales!
Buen trabajo,
la cosa ha resultado.

¡Y contigo te llevas un dulcísimo,
un delicado tesorito
del Primer Mundo,
gratis!

O no sales.

Te han parado en la Caja.

Y sientes que a tus pies
el Orbe desmorónase; eres
un delincuente
pero, ante todo, un fracasado
ladronzuelo.
Un estúpido, novato,
caco,
una caca.

Un inexperto al que fallóle
ese sexto sentido que permite
eludir la vigilancia
del que atento vigila.
Un inexperto, un zonzo
ratero,
que no supo desconfiar
de las facilidades que al oficio
parecen dar los súper.

¿Y ahora?

¡Compostura, serenidad,
tú sigues siendo
el Cliente
al que respeto siempre
se le debe!

¡Y pese que frente a todos,
al mundo, te revisen
no tienes, no,
de qué maldita cosa avergonzarte!

Aunque, evidentes, las cosas
(las guindas entre ellas),
a la luz vayan saliendo;
como desde el fondo
de mágica galera.

¡Pero tú, impávido,
tú eres un señor!
¡Y tu esposa y tus queridos hijos,
te esperan en casa,
en el hogar!
No pueden detenerte!

¡Y por los Dioses,
actúa, actor!

Pagas.
Estás pagando
como lo hace el más honesto,
decente, limpio;
el más idiota
de los consumidores.
El más digno, también:
firme, convincente el gesto;
creételo.

Tan firme y aplomado
muéstrate
que hasta el que te vio,
el que te detuvo,
confundido quede.

¡Ya!

¡Y sales!

Pero lo de los s(aqueos)
fue otra historia, un muy
diferente caso: una épica
cuyos héroes,
héroes del hambre eran.

Como una tromba humana
entraron en los súper
y devoraron allí mismo
lo que a devorar
sintiéronse llamados.

Cultivadísimos en el hambre
de días y días de galguear,
de un solo golpe,
la saciedad buscaron.
Puñetazos y patadas.
Puñetazos y patadas.

Y al inflamado grito
de ¡a comer! ¡a comer!
sobre los estantes opíparos cayeron,
engullendo, tragando,
atragantándose.

Arrasando los estantes,
dejándolos vacíos,
en menos de lo que un gallo
canta.

Y en la batalla
por las latas de conservas vióse
al Colmilludo, al Buen Cíclope,
revolviéndose a uno y otro lado,
perforándolas,
a colmillazo limpio.

Y ya abiertas,
generoso ofrecíaselas
a los ínclitos s(aqueos);
mientras, allá arriba, en los Cielos,
Zeuz y Ares, ecuánimes,
a dúo sonreían...

Leónidas Lamborghini: Odiseo confinado (1992)

No hay comentarios:

Publicar un comentario