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domingo, 19 de enero de 2014

CÁNDIDA Y LA METÁFORA

Ella nunca llegó a decírselo,
pero en secreto se lo reprochaba.

Y en realidad no era que el poeta
pretendía enlodarla con aquella metáfora
que aunque siempre, al oído,
casi se la rezaba,
ella,
de cualquier modo,
con todo el cuerpo la malentendía.

Ella nunca lo supo,
pero si ese poeta
le susurraba que se parecía
a la tierra mojada,
era por los poderes que emanaban
las colinas,
los surcos,
sus vigores agrestes,
su cálida humedad.
Eran las levaduras primordiales,
eran las eclosiones prodigadas,
eran los dones que desparramaba;
era que desde el fondo provenía
y desde el mismo fondo se entregaba;
y era que en los instantes jubilosos
la misma tierra se desenterraba
y, justo a flor de ella,
la tierra, palpitando, se tendía,
y era que era la tierra en que el poeta
su más feliz metáfora plantaba.

Ella no lo sabía
y así nunca entendió
qué admirable prodigio le brotaba
ni el verdadero aroma que esparcía;
pero,
aun sin entenderlo, ella era tierra,
era que a sol y sombra él la sembraba,
era que con sudores la regaba,
y era cierto que ella
¡florecía!

Antonio Preciado: De ahora en adelante (1993)

jueves, 12 de julio de 2012

CARTA ABIERTA A MIS DIOSES

Diríase que ustedes no conocen
que el Ecuador existe
con todo lo que encierra
esta adorable herida de país,
también con nuestra
insoslayable realidad por dentro;
pero esta,
por cierto,
es una irreverencia
una suposición de ignorancia universal
que no es, desde luego, el lado flaco de los dioses.

Pero es que no se halla qué pensar,
si ustedes por acá nunca vinieron,
si en todos estos siglos nos pasaron por alto,
si en ninguna ocasión nos echaron de menos;
si ni de cuando en cuando recibimos
una estrella fugaz,
de esas de suma urgencia
que veíamos pasar
y nos ilusionábamos creyendo que las nuestras
estarían tan solo rezagadas
y llegarían después,
aunque a destiempo;
si ni por los confines de las noches,
en la inmensa escritura de las constelaciones,
hubo para nosotros
alguna vez una remota esquela
o aunque el más pasajero
de esos mensajes para melancólicos,
que uno lee,
que llegan adentro
y de repente con el sol se borran,
una simple garúa,
una garúa de su puño y letra;
si a menudo, rastreándolos
en el vacío de este desamparo
(hurgando en todas partes,
buscando la otra punta del ovillo,
anhelando siquiera la más leve evidencia
de que desde su allá
era por fin recíproco el abrazo,
de que también ustedes estaban con nosotros
y no solo nosotros, sin ustedes,
en la vigencia de un ferviente acuerdo)
nos hemos aferrado a la horrenda esperanza
de que estuvieran en los terremotos
o fueran erupciones de volcanes,
diluvios,
tempestades,
devastadores, pero al fin patentes,
desmesurados,
poderosos,
nuestros.

Aunque también con humildad
los sospechábamos en algún dolor,
en los tropiezos,
en los desamores,
en cualquiera
de esos mínimos derrumbamientos cotidianos
que tiene la existencia;
pero —siempre el vacío—
los pecados,
las pequeñas catástrofes
y las furias mayores,
todos eran ajenos.

Ahora
ya no podrán hacerse los muy desentendidos:
de par en par les dejo por escrito
que aquí hemos estado
(desde que ustedes
sin duda muy bien saben que vinimos)
puñados de esos negros de hace mares,
de hace ya travesías,
de hace lejos,
de hace una larga historia,
de hace ya harto terruño,
de hace vidas,
de hace ya cementerios,
de hace indios,
de hace ya un revoltijo en mayoría,
de hace ya tantos de nosotros mismos,
de hace ya mucho de este todavía
que hoy sigue siendo, como siempre ha sido,
palmario,
desde atrás,
desde hace tiempo.

Aquí sigue esperando la querencia,
dejen esa encumbrada negligencia
y vengan de una vez
un día de estos
a reconocernos.

Antonio Preciado: Jututo (1996)

jueves, 16 de diciembre de 2010

POEMA BOBO

Hoy es un día circular.
Me explico:
Ando que le doy vueltas
y más vueltas
a la fugaz pregunta que me hiciste,
pero no la recuerdo.

Tengo la vaga idea de que era algo de Dios,
o de los pájaros;
o tal vez de la tierra,
o de los árboles,
pero tu voz inconfundible gira
en estas angustiosas espirales
que sucesivamente
se pierden a lo lejos,
y creo que tampoco tú podrías precisarla,
puesto que aquella noche,
si bien era tu voz,
era en mi sueño.

En todo caso,
sábelo,
aunque me hubieras preguntado la hora,
o cualquier cosa sobre el sol
o el viento;
las piedras,
las guitarras
o los ríos,
te respondo que sí,
que yo te quiero.

Antonio Preciado: De sol a sol (1976)