lunes, 29 de abril de 2013

CATEDRAL SALVAJE

                                                                                                A María Isabel,
                                                                                                         mi mujer.

¡Y vi toda la tierra de Tomebamba, florecida!
¡Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura!
¡Las rocas del Carihuayrazo, recamadas de sílice e imanes!
¡El Cotopaxi, ardiendo en el ascua de su ebúrnea lascivia!
¡Hasta la mar dormida en la profundidad,
después de tanta audacia estéril y voluble!

¡Todo ardía bajo los despedazados cálices del sol!
¡Las infinitas grietas corrían como trenzas oscuras
sobre los bloques poderoses en que respira cada siglo el Cielo!

¿Qué profundos centauros pacen sobre tu corteza embrujada?
¿Qué dromedario, ardiendo, come tu polen
y lame tus piedras claveteadas de rocío pálido y amargo?

¡Aquí, suena en la noche, un pedazo de costilla contra el aire!
¡Alguien pretende huir de su semilla como de un chorro enloquecido!
¡Atemos las potencias a sus cavidades:
mire la bestia su escultura de fuego sin morir!

¡Te llamas soledad! ¡Señorío de piedra, abandonado!
¡Te llamas bosta de animal, quemada contra su mismo corazón!

¡Territorio de cumbres enhebradas al cenit,
por ti, está ya árido el pecho de los ángeles!
¡Pero tú roncas, concentrando el oro que hace llorar a los locos
y pone a bailar la puntiaguda ropa del demente!

¡Tierra de murallas y de abismos,
cruzas sobre tus llaves de guayacán y azúcar,
como avispa engordada con sangre, tambaleando!
¡Ceniza de rocío desesperado, vuelve a la catarata!

Abajo, veo una delgada vicuña mordisquear tus hojas frías.
Veo al loro gárrulo maldecir su lengua seca como la nuez.
¡Oigo a millares de ratas hambrientas,
royendo tus estribos de almidón, en la noche!

La uña del comején tiene la fosa en que se hospeda la basílica;
pero no suena porque trabaja al son de las palabras.

¡Inmensa eres!
¡Entre madejas de trigos y cabuyos de retuerces, dormida!
¡Y te entregas mil veces como una ría ociosa
sobre mantos de piedra devorados por el cielo!

¿Qué animal es ese, de ojos de mujer, que mira los nevados
como un aposento de espejos o una piedra de placer?

Mastica con lenta gracia y yace entre volcanes.
¡Tiene vagina de muchacha y cohabita con los pastores solitarios
de las cumbres, en coito poderoso
de escultura funeraria!

¡Aquí, el viento destruye la actitudes de la podredumbre
y las huellas deliciosas se convierten en cicatrices pálidas!
¡Entre el humo del cataclismo los ríos son despeñados a la aurora!
¡Los hombres pierden sus casas entre olas de candela!
¡En sus cabellos revolotean el granizo y los relámpagos!

Los truenos saltan sobre una inmensa pata de candelabro.
¡Nada resiste al gran viento y el mismo vacío se emborracha
con la piel arrancada a los espacios!

¡Nada puede entrar en su corriente sin convertirse en música
o en crujido de muelas que blasfeman!
¡En su lecho de espanto, renace el cielo a cada esquirla suelta!
¡Allí yace el cóndor con su médula partida
y derramada por la tempestad!
¡Amauta valeroso, toda verdadera canción es un naufragio!
¡Aquí, no cantará nunca el pajarillo matinal!

¡Los dioses ebrios tambalean y el viento les abre
sus brillantísimas mandíbulas de Genios
hasta arrancarles saliva de frenesí!

¡Tremendo Imaginífico, rasga este firmamento sucio de nudos y hélices!
¡Mi vehemencia me despuebla de toda igualdad!

¡En la solemnidad de la alta noche,
los Arquetipos lloran por sus pequeños títeres!

¡Todo es hueco tardío
en esta velocidad que apaga su futuro, al besarlo!

¡La tempestad reúne los más altos pensamientos de desesperación
sobre la tierra escupida por sus hijos pródigos y crueles!
¡Esta es la comarca soñada por los malhechores blancos!

¡Mi corazón presintió sus navíos como cáscaras
roídas por los vagabundos del Océano!
¡Pájaros de las grandes aguas, sobre maderos perdidos,
flotando a la deriva de la sabiduría,
sobre cruces y cortezas vinieron!
¡Por el mar que se nutre de hojas transparentes
y profundos pastos atados a las heces del abismo!

¡En medio del maizal, temblé al oírlos reír en la lejanía del aire!
¡Venían fibrosos de sed y de lujuria!
¡Tenían dentera de hambre;
mandíbulas para las hazañas,
testículos de machos cabríos para penetrar selvas vírgenes
y cambiar los ojos de las mujeres en gemas agonizantes!

¡Como cáncer del viento crece la tierra de los ápices
y cuelga entre cristales el zapato del venado!

¡En esta altura, sólo se conservan los diagramas del caos,
en soñolientos reinos, sin calor ni sonido!
¡Aquí, todo vuelve al corpúsculo o al trueno!
¡Dios mismo, es sólo una repercusión, cada vez más distante,
en la fuga de los círculos!
¡Su mansión chorrea en el ojo que ha cesado de arder
y que empujan las moscas quereseras!

¡Oh, arriba, en las rojas mesetas desolladas por el viento,
las termitas suspenden su bolsa de miel negra!

¡En medio del furor del cataclismo, sigue inmóvil el Día!
¡Las cabelleras de las diosas yacen como arroyos de ungüentos
entre el humo sellado de las formas!

¡Un hombre habitó esta roca durante siglos
y fue alimentado por la aurora de las espigas
y las fuentes de semillas descubiertas por los loros!

¡Hoy duerme ante la boca de un horno abandonado
y escarba en la guitarra bilingüe del mendigo!

¡Pero en la altura, entre vitrales de granizo y lava,
los pastores trabajan con sus almas en el velo llameante del paraíso!

¡Los torrentes despiden una lámpara que no se descuelga jamás!
¡El rayo deshojado lame la arteria rota del discóbolo!

¡Acá, no llega nadie con olor de cabaña o de moneda!
¡Yo escribí cien corolas en cada Cordillera!
¡Viejo Geógrafo, tiéndeme tu mano!

¡Nadie sufre ya más en la extremidad de la tortura,
porque la muerte, como la demencia, ataca al corazón con talismanes!
¡En el ápice del alarido, el alma se rasga
en infinita eyaculación!

¡Oh cuerpo trasmutado por la asfixia,
ante ti se presenta la cuarta comarca de las cosas!
¡El mundo meteórico recibe las almas en su velo
convertido en palacio por el huracán y el acertijo!

¡Aquí, el relámpago tirado contra las rocas
tiene una vértebra confusa que llega hasta las vestiduras más aisladas!
¡La cucúrbita duerme su séptimo semen!
¡Los árboles suspiran en un lecho que vuela!

¡La tumba empuja los jazmines
hacia las raíces enguantadas de los agonizantes!
¡Aquí, la mano izquierda puede beber íntegramente
la operación musical de la derecha!
¡Y los niños consiguen saquear impunemente las cascadas,
como armarios de cristal!
¡Aquí, se mira ya el movimiento de la nueva boca
sobre la piel de la leona bañada por los leones!

¡Esta es la cuarta comarca de la Tierra!
¡Acá, no acude ya jamás el tiempo!
¡Un mendigo asciende por su arpa a los relámpagos universales!
¡Y la humildad disuelve como un veneno el paraíso!

¡Pero si la escalera rutilante mata su piedra en música,
la tierra del abismo matutino
amaestra la mortal joyería de la araña cabelluda!

¡Abajo ladra el fuego en su brasero de mil piernas!
¡Las hormigas empalidecen la carcajada del tigre
con la cruel armonía de un minuto de miel!

¡Millares de ojos acechan entre el tenaz parpadeo de la pimienta
al hombre que come mujer
y al animal que cabalga sobre su hembra
y come fuego en mesa encabritada!

¡Oh cópula sin pausa, la bestia sucesiva entra y sale de ti,
pudriendo la gran noche salobre como una vianda,
en continuo horario de carne pisoteada
por carne aguda que se baña
en el hueco de la chorreante llamarada!

¡Y tú, maizal, de la altura, en verde arcangelería,
cabeceas bajo un falo trasmutado en plumaje!
¡Dulce entre todas las gramíneas,
mujer y muchacho a un tiempo en la infinita vivienda
de los ídolos vestidos por la aptitud eterna!

¡De esta tierra se exhala eternamente
el fantasma de la resurrección! ¡Sepulcro de mil cúspides!
¡Cada cima es un obelisco hacia la muerte!
¡Cada crepúsculo, un paulatino funeral!
¡Grandes barcos de nieve cabecean colmados de cadáveres
y frutos con semillas resurrectas
que agonizan empapadas de miel!

¡Árbol de la goma, esta noche has llorado un vestido de cristal!

¡Oh infinito antepasado de mil rostros, mil alas y mil colas!
¡En el profundo rebaño de las simientes y las sombras, duermes!
¡Te desnudas sobre playas de moluscos y abanicos de gemas;
sobre la cruel orfebrería de los cráteres;
entre la candela borracha que manan los volcanes!

¡Las tumbas te alimentan como poros, innumerable abismo!
¡Antros inmemoriales, tribus profundas, secretas multitudes
de bestias y alimañas trasmutadas!
¡Desde la fundación del paraíso,
en infinitas vidas y en incesante muerte,
cambiáis la sorda piel del Universo, en una vestidura de furor!

El milenario funeral contemplo de los reyes y de los labriegos.
¡El alma del monarca huye indefensa por imperios de estupor!
¡El hueso innumerable sube a pie, hacia el viento que baña
nuestro dédalo!

¡Alguien comió animales negros la noche de su boda;
y antes de retornar las llaves de sus uñas
escuchó lo que iba de su médula oblonga al infinito oscuro!

¡Veo los campos; las llanuras peladas por la maldición;
las visitas desiertas por error o por espanto!
¡Veo las casas en las que todos los hermanos han muerto
dejando un caballo enfermo para el rayo!

Pero, retorno del suceso. Y encuentro al caracol que ha aprendido
a lamerse la agonía frente al agua. ¡Corro por los desfiladeros!
¡El árbol ofendido devora sus flores por justicia!

¡Aquí, son tuyos los crisoles, los rayos, los volcanes, las ánforas!
La iguana se desnuda de hierba entre dos llaves de madera.
¡Los peones caminan en hilera por el monte
y van perdiendo siempre el último hombre que nadie ve
al volver el rostro; hasta que el síncope llega al guía
y lo devora sólo con una palmada!

¡Oh, antepasado verídico y confuso, hoy llego hasta la cima
de tu templo partido por la majestad de muerte
en tumbas singulares!
¡Cada cabeza pura arde sobre la pluma de un cometa!

¡Hoy atravieso el entusiasmo acústico de los torbellinos
que ruedan como embudos de cuarzo, entre las cumbres!
¡En los humeantes conos de azufre,
oigo el puntiagudo galope de los machos cabríos!

¡En esta montaña nace el Hombre, a toda la longitud del día creado!
¡Sin cesar, por entre muslos de mujer, nace aquí!
¡Y muere, sin cesar, a cada crepúsculo vespertino,
golpeado el corazón por todo el pueblo!

¡Su innumerable cuerpo yace aquí!
¡Sus ojos desolados, sus cartílagos tiernos que nadie oye!
¡En este insacudible pedestal de piedra y humus crea su infinitud
y prepara su individual cadáver, llamado arriero, agricultor,
alfarero o adivino futuro de la Tierra!
¡Mira:
           esa es la comarca que di a su invencible necesidad
de muerte y de firmeza!

Cuando oigas sonar los negros cañaverales de mi furia,
¡ésa es su tierra!
Cuando veas manar de la cumbre miel furiosa de lava y lámparas de piedra,
¡ésa es su tierra!
Cuando veas bramar los toros con sus labios hinchados de luciérnagas,
¡ésa es la tierra!
Cuando el caballo toque, tres noches, a la puerta del herrero hechizado,
¡ésa es la tierra!
Cuando las campanas caigan en el pasto y se pudran sin que nadie las alce,
¡ésa es la tierra!

¡Aquí la ley, los diámetros, los elementos, se contaminan de perversidad!
¡El aceite penetra en sombríos laberintos para cuidar al monstruo venidero!
¡La culebra se desviste cada año entre bandejas de frutas y de pájaros!
¡La sal gema del monte presiente el apetito picante de los indios,
les atrae hacia sus blancos sótanos y les adoba con eternos cáusticos!

¡La incognocible esfinge subterránea despide hélices.
fonemas, ectoplasmas, bulbos dotados de uñas sanguinarias;
y concierta mortales contubernios con el alma del hombre,
incestos con la gran inmaculada que suministra leche a ciertas plantas,
pactos sexuales con las orugas de la abulia y el olvido!

¡Ah, vivimos atrapados entre murallas de nieve planetaria!
¡Entre ríos de miel salvaje; entre centauros de lava petrificada;
entre fogatas de cristal de roca;
entre panales de rocío ustorio;
entre frías miradas de serpientes
y diálogos de pájaros borrachos!

Alguna tarde, en una sorda pausa entre dos tempestades,
torna a elevarse el negro cóndor ciego, hambriento de huracanes.
¡En el más alto límite del vuelo, cierra las alas repentinamente
y cae envuelto en su gabán de plumas...!

¡Veo tus mensajeros enlodados! ¡Tus arrieros palúdicos y eternos!
¡Tus pequeños soldados con la guerrera cubierta por las zarzas,
riendo del aguardiente seco de la muerte!
¡Veo tus oscuros ladrones de ovejas y caballos, caer aullando
en los patios de los Andes, quemados con machetes al rojo los talones!
¡Veo esos hombres pálidos, atragantados por el cepo,
queriendo rascarse las moscas de los remotos pies acalambrados!

¡Tus lavadores de oro precipitarse al agua perseguidos por los tábanos!
¡Tus viejos albañiles caer desde las torres
golpeados por los grandes guacamayos!
¡Tus osos hormigueros embrujando las misteriosas viandas de la profundidad
con sus hocicos volubles como una flor...!

¡Catedral! ¡Cataclismo de monstruos y volúmenes eres!
¡Piedra veloz circula por tu fuego como un pez sanguinario!
¡Llueve sol consumido y verde! ¡Moho y sangre! ¡Sal y esperma!
¡Como árbol que se pudre, gotea corrupción el firmamento!

¡Humo de soledad bate el buitre con su harapo de cuero!
¡Esta piedra es mueca y tumba de muecas!
¡Acá, sube el hombre a su Genio, a su médula hechizada!
Aquí, hay delirios blancos.
¡Entre las cumbres flota el polvillo helado del gran sícope!
¡Oh, huracanes, en los que el alma cae en añicos!
¡Aquí hay sombras en la íntima esquirla del vidente!
¡Ortiga esplendorosa para sudar cadáveres!
¡Coloquios con las formas superiores de la tortura y del éxtasis!
¡Aquí, el Creador y la creatura copulan en silencio,
anudados durante siglos, pisoteados por las bestias!

¡Un huracán continuo traga y devuelve las vísceras, las olas,
las escamas, las formas otorgadas y los mitos!
¡El cóndor y la moscarda mínima ofrecen diariamente
sus huevos grises y sus cenizas voladoras al Altísimo!

¡Quebrantan, roen, lamen y esmaltan el cadáver del amo,
las alimañas, las flores sedientas, las corolas carnívoras,
las mariposas vagabundas, las orquídeas de la fornicación!
¡Todo se envilece y rueda en caos palpitante de nebulosa
intestinal, tremenda; hasta llegar a la bosta, al vómito,
a la blasfemia, al parto de monstruos, al sismo que engulle
la arquitectura susurrante de los pequeños pueblos!

Hombres, estatuas, estandartes, se empinan sólo un instante
en el vertiginoso lecho de esta estrella en orgasmo.
¡Luego, los borra una delgada cerradura de légamo!
¡Aquí no envejecen las murallas ni los ídolos!
¡Todo es presencia efímera! ¡Sombras en trances de terror o de cántico!

¡Sólo el Sol! ¡El sol indeclinable!
¡Desde establos de cañas y tablones, sube el caballo añoso,
y con alma de potrillo, te agradece la alfalfa matutina!
¡Los viejos pumas llenan de oro y vigor su hígado en tu luz!
¡Oh, altar de la lascivia y la resurrección!
¡El antropófago danza con sus dos carnes, en tu fiesta!

La savia te busca, delirante, a través de la corteza.
Se abren las aguacollas en la espesura.
El asno consulta entre los vientos la sagrada lejía
que dilata la ubre de la pollina.
tejen los árboles sus tiaras de cien millas. ¡Los pájaros
te miran como un soplo de polen sobre la vestidura
siempre hueca que les libra de estiércol y rocío!
Las anchas frutas tapizadas como úteros, acunan abalorios
que despertarán entre los dientes del salvaje.

¡Muros de enredaderas salpicadas de nidos y de orugas
cuelgan de los acantilados y cantan sobre los féretros de los delfines!
¡Los manglares penetran en el mar, borrachos de salmuera!

¡Horno salvaje de todas las especies!
¡El sacerdote antiguo come carnes saladas por el viento
y en su ara de leña, te ofrece los sensuales holocaustos!

¡He aquí las mujeres adornadas con escorpiones de jade;
el pico purpúreo del tucán; las pinzas del cangrejo moro;
el  pene tortuoso del erizo; la hiel violeta de los onocrótalos;
el ojo de la bestia bifronte; el huevo de pieles de la gran cebolla!
Las parvas ataviadas con cañas velludas; las ristras de peces llorosos.
Los anzuelos, las ocarinas, las hondas cargadas con piedra
de torrente; las caracolas de cuerno, cocidas en brebajes.
¡Los jóvenes con el vientre abierto como un chorro de mirtos!

¡Sobre la piedra ardiente, trasmútalos, Horno Salvaje!
¡En tu infinita borrachera seca, que mata y glorifica!

¡Catedral de la altura, rezada por millares de insectos y de cóndores!
¡Cataclismo incesante, sin sonido ni escombros!
¡Todo arde en ti, con fuegos ulteriores,
dispuestos más allá de las bullentes formas comestibles!
¡Un trueno de infinita lentitud devora tus llanuras!
Los lacrimales de la Tierra arden sobre la nieve.
En negras herrerías cantan los dioses ebrios.
¡Las recuas caen al abismo como hojarasca ensangrentada!
¡Los puentes son talados como peines
por las furiosas cabelleras!

¡Este jergón de piedra, nieve y lodo,
pisotean las mulas y los dioses!
¡Cantamos ebrios, alrededor del ataúd del niño
electrizado por la aurora!
¡Retumba el cubo óctuple de la tiniebla eterna!
¡Devoran los caníbales mariposas preñadas de sangre!
¡Los trenes de naranjas mueren ahogados en la arena!
¡Los sismos desentierran nidos de calaveras extasiadas!

La oscuridad revienta como un odre de vísceras e imanes.
Los tálamos descienden a los líquenes inmemoriales.
¡Las mujeres se convierten en laberintos ansiosos de semilla,
desde los muslos que sacuden su tortuosa compuerta,
hasta la piel borracha de los pómulos!

El trueno arrea al hombre hacia las grutas de las dantas.
¡Las dulces bestias convidan sus lechos a los extraviados!

¡Esta es la comarca de las tumbas esféricas
hechas por los oscuros alfareros del Sol!
¡Dentro, en cuclillas, los cadáveres de los incas,
frente a un puñado de maíz, esperan el retorno de sus almas,
coronadas de plumas y rociadas de especias!

Los blancos fémures de las mujeres
duermen entreverados con los fémures rojos de los reyes.
¡Larga boda sin calor ni semilla
asegura en la tierra mortal un lecho sepultado!

¡Yo, que jugué a la Juventud del Hombre,
alzo esta noche mi cadáver hacia los dioses!
¡Y, mientras cae el rocío sobre el mundo,
atravieso la hoguera de la resurrección!

César Dávila Andrade: Catedral salvaje (1951)

lunes, 22 de abril de 2013

CARÊME

A Pierre-André May

Ores qu'une force étrange me fait claquer des dents,
qu'un sifflement océanique de trombe me brise les yeux :
dans mon âme vente l'écho d'une voix profonde.
Solitudes d'un monde abstrait,
solitudes à travers l'espace mélodique des cieux,
solitudes, je vous pressens.

O Pascal :
l'esprit d'aventure, de géométrie,
en avalanche me saisit,
et ne suis-je peut-être que l'acrobate
sur les géodésiques, les méridiens !
Mais comme toi jadis, petit Blaise,
à la renverse sous les chaises,
en gran fracas, je ronge les traversins.

O nutpiale saison de l'épousée !
La pentecôte des feuilles d'automne enlumine les carreaux.
Souvenir ! O patience et douce mémoire vivifiant ses eaux
dan l'amoureuse et chaude enceinte des rideaux.
O battement vertigineux
de ces ailes sous les tempes,
ombre interne de mes mains !
Route solaire de ma puissance,
et route du pain : l'épi violent.
Les prunelles avides de l'écolier se consument à l'ombre des greniers ;
les gouttières sèment leurs glaïeuls de cristal,
et toute le grange succombe à la grâce de Dieu.

                                          ***

Torrents, torrents, ô rails d'Aldébaran
où glissent les traîneaux :
le peintre voltige et chante au bal des oiseaux.
Dans l'éblouissement, sur nous, de la colombe,
dans l'ardente soie du mouvement,
ah ! qu'elle vienne,
fleur éteinte dans la'haleine de sa tombe,
notre mère jusqu'à nous,
notre tendre mère enfin, dans l'auguste présence des océans.

Sur toi, flore ailée des mes mains,
sur toi mes yeux se ferment
comme de lèvres
au goût d'un vin plus généreux.
Ah ! C'est bientôt le remous de la pénombre,
Seigneur : vos six époques dans un collier.
L'hymne exultant de la parole nous soutient,
en bien plus frais que toutes ces herbes le pilier
de nos salives, d'où s'élance la liqueur des gynécées !
Source ! Aveu de cette âme que s'honore
d'être encore plus blanche que l'aurore.

Vous pouvez dorénavant vous tordre, vous écarteler,
vous égarer dans quel chaos !
Bêtes sordides el maléfiques.
Silencieusement dans la passion de toutes mes veines, de tout mon sang,
comme l'aigle, au centre de ma vie j'attends,
silencieusement
j'attends que souffle le grand vent de l'espérance !
Mais perçois, Paul :
dans la splendeur aérienne de Sa force,
le Saint-Esprit
gravite et saigne autour de ton zénith !

                                          ***

A mes trousses écume la rage du père :
« Va ! Pourris, misérable enfant,
» sous les ventouses de tes amis !
» L'amour m'enchaîne dans la sylve d'été.
» N'entends-tu pas ce cri homérique :
» De moi, le seul oiseau qui trille
» sur notre arbre généaloquique ? »

De grâce ! Tenez bon, mes frères, serrez les dents,
tendez vos cuisses,
mâchez les pierres et le chiendent !
—Car c'est le bourreau, c'est la famille !
L'imminente nuit s'embrase
dans l'oniée vorace de mes prunelles.
Dans ma tête, le typhon de sauterelles.
O Terre sans éclat, de cataclysme,
triste Terre sens dessus dessous,
que tu es lourde à porter sur les genoux !
—Ces dames enceintes,
vers nous descendent, de quel plafond ?
Elles m'humectent de leurs sueurs,
lors soupirent et crachent en rond ;
leur peau bave, leur peau suinte,
leur peau saumâtre d'entremetteuses
Ah ! que je m'en aille pur de bon,
Seigneur, pleurer ma honte et ma rancœur, à l'ombre vaporeuse des fleurs ;
Seigneur, la mante religieuse ainsi vous prie dans sa douleur :
q'elles crèvent, qu'elles crèvent ces femmes venimeuses,
ces outres de malheur !

—Silence !
O silence du songre dans la mémoire :
que son essence
nous conduise droit aux prés de belladone !

                                          ***

Brisez-vous, portes : le jour qui vient de naître
flambe en la feuille limpide de la fenêtre.
La lune déjà s'éteinte aux brises du monde :
hâte-toi,
o mon âme et réveille, dans l'octave de ton chant,
le florilège de la prairie !
Comme ils boivent, au fil de l'ombre, le versant et les vallées,
comme ils s'abreuve de ces lymphes jaillisant à même l'entraille métallique du roc :
je me désaltère à la gourde du ventriloque.

Ah ! même sous la menace des signes sidéraux,
fuis donc, ami —enjambre les monts et les ténèbres—
même au risque de périr
dans la braise foudroyante des vitraux !
Ecoute ! Entends comme grince au loin le carrefour :
genèse de ton souffle,
clavier du voyageur,
—en moi, le plus noble spécimen des échassiers,
écume et gronde la bondissante sève du caoutchouc.
Ces voix de l'ouragan, encore distantes, ébranlent
le bosquet souriant des brises au matin :
comme elles je me dresse dans la verticalité florarle de mon élan,
o sources ! comme elles j'aspire aus cimes liquides et séculaires de la forêt.
Lustrale chaux vive aux lézardes du corps en loques.
À l'ombre de séquoias méditent des formes baroques.
La rouille spongieuse de l'orage rumine et se dilate
dans la verte substance de l'air.
L'éclair éclate
dans les pierres et dans les bois,
dans la nuit éocène du chasseur.
—O fleurs,
ma salive est aussi douce que l'élixir de vos calices,
aussi poignante dans l'appel :
viens, accours !
Viens, Seigneur avéré des ondes et des épices ;
o navigant, Christophore,
dis-nous la souterraine splendeur
de tes provinces veinées d'or !
Au ciel l'orée d'ombre, la bousculade de fantômes.
Le bras du sémaphore !
Allez, ô mes paupières, barques folles, allez chavirer incessamment.
Allez, de même, parmi le glas des naufragés, tisser vos rideaux d'argent !

L'ange ronfle,
l'ange aux abois.
Dans le vacarme de mes oreilles, l'ange prépare son nid sinistre.
Inlassable, la mousse bistre
émerge —bave immonde des boissons de Balthazar.

Les palmipèdes, les ganoïdes remontent le courant
de ces trombes étourdissantes et sous-marines du tonnerre.
L'aigle hautain,
l'aigle apocalyptique plane et règne sur les vents.
Terre ! Terre!
Et je frémis de toutes les cendres de mes os.
Terre ! Terre ! Nous abordons l'île violente de Pathmos.

Vignes de Noé, grappes de Japhet,
le vin m'encercle des ses anneaux.
—Derrière les poutres vigilantes du linteau,
amis, gagnons cette ordonnance de l'alphabet,
la vision et l'estime conjugales.

Le pollen du solstice, comme de miel, dans la basilique
éblouissante de mon ouïe.
Les farines, les flammes du désert,
le mystère du monde à ma connaissance ouvert !
Ah ! Je n'ai pas la bosse des subtiles Mathématiques :
mais les trucs et les nombres, les ficelles de l'Algèbre,
a te flairer m'aideront,
tacite étoile de magnésium !
Déjà, lumineuse, tu t'annonces au trouble de ma pensée,
et mes membres aveugles explorent
les brumeuses étoffes de l'araignée.
L'oiseau balsamique
ainsi ne vise comme étapes de son vol
que les syllabes incertaines de ma parole.
—Arrête les bielles, les jantes de ton œil,
o mouche dactylographe de mon sommeil !—
A grande allure nous grimpons sur l'échelle botanique
Dieu !
La maison aussi qui s'absente de nous, au grand frisson de ses volents !

                                          ***

Jadis, en Floride, sur champs d'émeraude et de piment,
l'Agneau Mystique paissait librement.

O chantres sur les coteaux,
prêtez-vous à l'aubade que vous chantent les métaux.
—Vrai ! Ce n'est plus le beau désordre de l'ode :
sur la plage s'épanouit l'ombelle du barbier !
Ondines, oréades, filles éternelles de exode,
alléluia ! Voyez
apparaître —comme socle le bruissement angélique des brises—
dans l'air diaphane, les sept Eglises,
ouvre les battants,
crie à tue-tête les paroles de ton livre,
o Jean !

Chômez,
chômez, astres !
Que l'automate s'en aille tordre sa cravate de chanvre !
L'aimant magnétique déclenche les glaciers de l'aurore boréale ;
c'est l'heur
où l'ange se repose sur l'étagère de son ombre,
pour l'attente finale.
L'esprit des fleurs visite les tombes,
et l'étrange demeure,
l'étrange et mélodique demeure des eaux zénithales.

Porteur de ma tête, comme saint Denis ;
clopin-clopant, Seigneur, de quel pays
je viens me faire un image
de l'amertume de Votre visage ?
Ores qu'une force étrangre me fait claquer des dents,
vos regards me pénètrent tels de sourds sifflements.

Le glapissement des crécelles fait s'abattre la dalle.
Étrangers, por vous rendre à l'enceinte chrétienne,
mieux vaut chausser la très humble et misérable sandale
de sainte Marie l'Égyptienne.

Mais qu'elle cesse la complainte funéraire !
—Et vous déjà d'ombre d'eau, couleurs vives du firmament,
épanouissez-vous en mille prunelles ruisselantes d'amour,
épanouissez-vous donc :
Il y a même des cloches dans les latrines et les flaques :
Cependant que lucide, endossant ces robes nuptiales, les robes joyeuses du vent,
enfin je t'adore, ô magnifique rosace de Pâques !

Alfredo Gangotena: Orogénie (1928)



CUARESMA

A Pierre-André May

Ahora que una fuerza extraña me hace crujir los dientes,
que un silbido oceánico de tromba me quiebra los ojos,
en mi alma sopla el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto.
Soledades a través del espacio melódico de los cielos.
Soledades, yo os presiento.

Oh Pascal,
el espíritu de aventura y gemoetría,
me aprisiona en avalancha.
¡Y acaso yo no soy sino el acróbata
sobre las geodésicas y los meridianos!
Pero como tú, pequeño Blas, antaño,
de espaldas bajo las sillas,
estoy royendo con gran estrépito los travesaños.

¡Oh nupcial estación de la desposada!
El pentecostés de las hojas de otoño ilumina los vidrios.
¡Recuerdo! Oh paciente y dulce memoria vivificando sus aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas.
Aletear vertiginoso
de las alas bajo las sienes,
sombra interna de mis manos.
Ruta solar de mi potencia,
y ruta del pan: violenta espiga.
Las ávidas pupilas del escolar se consumen a la sombra de los desvanes.
Las goteras siembran sus gladiolos de cristal
y toda la granja sucumbe en la gracia de Dios.

                                          ***

Torrentes, torrentes, rieles de Aldebarán
donde se deslizan los trineos:
el pintor revolotea y canta en la danza de los pájaros.
En el deslumbramiento de la paloma sobre nosotros.
En la ardiente seda del movimiento,
que ella venga, difunta flor en el aliento de su tumba,
nuestra madre hasta nosotros,
nuestra tierna madre al fin, en la augusta presencia de los océanos.

Sobre ti, alada flora de mis manos,
sobre ti se cierran mis ojos
como los labios
al sabor de un vino más generoso.
Ya pronto llega la resaca de la penumbra,
Señor: en un collar, vuestras seis épocas.
El himno exultante de la palabra nos sostiene,
¡y mucho más fresco que todas esas hierbas el pilar
de nuestras salivas, de donde mana el licor de los gineceos!
¡Fuente! Confesión de esta alma que se ufana
de ser más blanca que la aurora.

¡Podéis en adelante torceros, descuartizaros
y extraviaros en qué caos!
Sórdidas y maléficas bestias.
Silenciosamente en la pasión de todas mis venas y de toda mi sangre,
como el águila, en el centro de mi vida yo espero,
silenciosamente
espero que sople el gran viento de la esperanza.
Pero percibe tú, Pablo:
en el aéreo esplendor de Su fuerza,
el Espíritu Santo
gravita y sangra en torno de tu cenit.

                                          ***

A mi zaga borbota la rabia de mi padre:
"¡Vete y corrómpete, miserable muchacho,
"bajo las ventosas de tus amigos!
"El amor me encadena en la selva del estío.
"¿No escuchas mi grito homérico,
"el solo pájaro que gorjea
"sobre nuestro árbol genealógico?"

¡Os ruego, resistid, mis hermanos, apretad los dientes,
tended vuestros muslos,
morded las piedras y la maleza!
¡Pues la familia es el verdugo!
La inminente noche se abrasa
en la hoguera voraz de mis pupilas.
Se ensaña el golpe en mi cabeza,
en mi cabeza, el tifón de langostas.
¡Oh Tierra sin esplendor, de cataclismo,
triste Tierra cabeza abajo,
qué pesada eres para llevarte sobre las rodillas!
Estas damas encintas,
¿de qué cielo raso descienden hasta nosotros!
Ellas me humedecen con sus sudores,
luego suspiran y escupen en torno;
su piel babea y rezuma,
su piel salobre de celestinas.
Que yo me vaya definitivamente,
Señor, a llorar mi vergüenza a la sombra vaporosa de las flores;
Señor, el torvo insecto así os ruega en su dolor:
¡Que revienten, que revienten estas mujeres venenosas,
estos odres de infortunio!

¡Silencio!
¡Oh silencio del sueño en la memoria:
que su esencia nos conduzca
a los prados de belladona!

                                          ***

Rompeos, puertas, el día recién nacido
flamea en la hoja límpida de la ventana.
Se apaga la luna con las brisas del mundo.
Apresúrate,
oh mi alma, y despierta en la octava de tu canto,
el florilegio de la pradera.
Como las laderas y los valles beben a la orilla de la sombra,
como ellos abrevan en las linfas surgentes en la entraña metálica de la roca,
aplaco mi sed en la cantimplora del ventrílocuo.

Aún bajo la amenaza de los signos siderales,
¡huye, amigo, escala los montes y las tinieblas
aún bajo el riesgo de perecer
en la brasa fulminadora de las vidrieras!
¡Escucha! Oye como chirría a lo lejos la encrucijada:
génesis de tu soplo,
teclado del viajero.
—En mí, el más noble ejemplar de los zancudos
espumea y gruñe la borbotante savia del caucho.
Las voces del huracán, todavía distantes, conmueven
al pequeño bosque sonriente de las brisas de la mañana.
Como ellas me yergo en la verticalidad floral de mi impulso,
oh fuentes, como ellas aspiro en las cimas líquidas y seculares de la floresta.
Cal viva y lustral en las grietas del cuerpo harapiento.
A la sombra de las secoyas meditan formas barrocas.
La herrumbre esponjosa de la tempestad rumia y se dilata
en la verde substancia del aire.
El relámpago estalla
en las piedras y en los bosques,
en la noche eocena del cazador.
Oh flores,
mi saliva es tan dulce como el elixir de vuestros cálices.
Tan conmovedor en la llamada:
¡Ven, acude!
Ven, Señor de las ondas y de las especias:
oh navegante Cristóforo,
cuéntanos del soterrado esplendor
de tus provincias veteadas de oro.
La orilla de sombra en el cielo y el motín de los fantasmas.
Mas acarread estos lagos, islas y arrecifes,
los brazos del semáforo.
¡Id, mis párpados, barcas locas, id a zozobrar sin fin,
id entre las campanas de los náufragos, a tejer vuestras cortinas de plata!

El ángel ronca,
el ángel en acecho.
En la estridencia de mis oídos, el ángel prepara su nido siniestro.
Tenazmente, la espuma color de humo
emerge, baba inmunda de las bebidas de Baltasar.

Los palmípedos y los ganoides remontan la corriente
de estas aguas tumultuosas bajo las aguas,
de estas trombas ensordecedoras y submarinas del trueno.
El águila altanera,
el águila apocalíptica impera y flota sobre los vientos.
¡Tierra! ¡Tierra!
Me estremezco hasta las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra! Llegamos a la violenta isla de Patmos.

Viñas de Noé, racimos de Jafet,
el vino me constriñe con sus anillos.
Tras de las vigas vigilantes del dintel,
amigos, cumplamos esta ley del alfabeto,
la visión y la estima conyugales.

El polen del solsticio, como la miel, en la basílica
deslumbrante de mi oído.
Las harinas y las llamas del desierto,
el misterio del mundo, abierto a mi conocimiento.
He perdido el secreto de las sutiles Matemáticas,
pero los ardides y los números, los hilos del Álgebra,
me ayudarán a husmearte,
tácita estrella de magnesio.
Ya luminosa, te anuncias en mi azorado pensamiento.
Y mis miembros exploran
las brumosas telas de la araña.
El pájaro balsámico
no avizora como etapas de su vuelo
sino las sílabas inciertas de mi palabra.
Paraliza las bielas y los neumáticos de tu ojo,
¡oh mosca dactilógrafa de mi sueño!
Trepamos con premura por la escala botánica:
¡Dios!
Se ausenta la casa de nosotros, con el gran temblor de sus persianas.

                                          ***

Antaño, en Florida, sobre campiñas de esmeralda y de pimiento,
el Cordero Místico pacía libremente.

¡Oh chantres sobre los alcores,
prestaos a la albada que os cantan los metales!
¡Es verdad! No más el bello desorden de la oda.
Sobre la playa se dilata la umbela del barbero.
Ondinas, oréades, hijas perpetuas de este éxodo,
¡aleluya! Ved
aparecer —como zócalo el rumor angélico de las brisas—
en el aire diáfano, las siete Iglesias.
¡Abre los portones,
grita a muerte las palabras de tu libro,
oh Juan!

¡Reposad,
reposad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de cáñamo!
El magnético imán desanuda los glaciares de la aurora boreal.
Es la hora
en que el ángel reposa en el estante de su sombra,
para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas
y la extraña morada,
la extraña y melódica morada de las aguas cenitales.

Llevando mi cabeza en las manos, como San Dionisio,
penosamente, Señor, ¿de qué país
vengo para hacerme una imagen
de la amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña me hace crujir los dientes,
vuestras miradas me penetran como sordos silbidos.

El alarido de las carracas derrumba las losas.
Extranjeros, para entrar al recinto cristiano,
es mejor calzar la humilde y miserable sandalia
de Santa María la Egipcíaca.

Pero que se acalle la endecha funeraria.
Y vosotros, de sombra y agua, colores vivos del firmamento,
dilataos en mil húmedas pupilas de amor,
dilataos:
Aún en las charcas y en las letrinas suenan las campanas,
mientras tanto que, lúcido, ataviándose con la vestidura nupcial, la vestidura jubilosa del viento,
¡por fin yo te adoro, oh magnífico rosetón de Pascua!

Alfredo Gangotena: Orogenia (1928)
Traducción de Gonzalo Escudero (1956)

lunes, 15 de abril de 2013

HOMBRE PLANETARIO

                                          Vivimos en el fondo de un gran océano de aire.
                                                                              Los sabios geofísicos

                     I

Salgo a la calle como cada día.
Fantasma entre las casas me pregunto
el color de la hora, el rostro incierto
del azul que me mira
hasta arder en su fuego más recóndito.
La ciudad me cautiva, red de piedra.
Las calles me persiguen,
se congregan en torno
de las plazas de sol, grandes tambores
forrados con la piel
de cordero del cielo.
¿Soy ese hombre que mira desde el puente
los relumbres del río
vitrina de las nubes?
Fui Ulises, Parsifal,
Hamlet y Segismundo y muchos otros
antes de ser el personaje adusto
con un gabán de viento que atraviesa
el teatro de la calle.

                     II

Camino, mas no avanzo.
Mis pasos me conducen a la nada
por una calle, tumba de hojas secas
o sucesión de puertas condenadas.
¿Soy esa sombra sola
que aparece de pronto sobre el vidrio
de los escaparates?
¿O aquel hombre que pasa
y que entra siempre por la misma puerta?
Me reconozco en todos, pero nunca
me encuentro en donde estoy. No voy conmigo
sino muy pocas veces, a escondidas.
Me busco casi siempre sin hallarme
y mis monedas cuento a medianoche.
¿Malbaraté el caudal de mi existencia?
¿Dilapidé mi oro? Nada importa:
se pasa sin pagar al fin del viaje
la invisible frontera.

                     III

Lunes, puntual obrero, me visitas
con tu faz de domingo ya difunto
pero en verdad más martes que otro día.
El miércoles y el jueves son gemelos
perdidos en el fondo de ese túnel
con un rumor de ruedas y vajilla,
con pasos y con lluvia
que conduce hasta el viernes, puerta falsa
por donde llega el sábado
cómplice disfrazado de domingo,
inspector de las cuentas semanales
y también de caminos y jardines,
siempre dispuesto a levantarse tarde,
a recoger el sol sobre una silla
y a cerrar una puerta hacia el pasado.

                     IV

¿Soy sólo un rostro, un nombre
un mecanismo oscuro y misterioso
que responde a la planta y al lucero?
Yo sé que este armatoste de cal viva
con ropaje de polvo
que marca mi presencia entre los hombres
me acompaña de paso, ya que un día
irá a habitar el vacío
de mí bajo la tierra.
¿Qué mueve al mecanismo transitorio?
Soy sólo un visitante
y creo ser el dueño de casa de mi cuerpo,
nocturna madriguera iluminada
por un fulgor eterno.

                     V

Eternidad, te busco en cada cosa:
en la piedra quemada por los siglos
en el árbol que muere y que renace,
en el río que corre
sin volver atrás nunca.
Eternidad, te busco en el espacio,
en el cielo nocturno donde boga
el luminoso enjambre,
en el alba que vuelve
todos los días a la misma hora.
Eternidad, te busco en el minuto
disfrazado de pájaro
pero que es gota de agua
que cae y se renueva
sin extinguirse nunca.
Eternidad: tus signos me rodean
mas yo soy transitorio,
un simple pasajero del planeta.

                     VI

Tiempo cósmico, reinas
sin fin, omnipresente
pulpo gris
sin ayer ni mañana, siempre ahora,
dormido en el espacio.
Tu masa no se mide por minutos,
por horas o por días.
No eres el caracol
enrollado, cautivo
en el reloj del hombre.
Yo te mido mejor, oh inmensurable,
por amarguras o por alegrías
y por silencios o por soledades
de sesenta suspiros cada una.
Yo viví sesenta años en un día
y en una hora de amor
sesenta eternidades.

                     VII

Amor es más que la sabiduría:
es la resurrección, vida segunda.
El ser que ama revive
o vive doblemente.
El amor es resumen de la tierra,
es luz, música, sueño
y fruta material
que gustamos con todos los sentidos.
¡Oh mujer que penetras en mis venas
como el cielo en los ríos!
Tu cuerpo es un país de leche y miel
que recorro sediento.
Me abrevo en tu semblante de agua fresca,
de arroyo primigenio
en mi jornada ardiente hacia el origen
del manantial perdido.
Minero del amor, cavo sin tregua
hasta hallar el filón del infinito.

                     VIII

Eva en el siglo veinte va calzada
de cuero de la sierpe fabulosa
y viste cada día
de un color diferente.
Acude al paraíso en automóvil,
mas no puede ocultar bajo la máscara
su identidad celeste.
Aprende los oficios de los hombres.
Cuida su corazón en una jaula
con flores, hijos, pájaros.
Imprime en vacaciones
la forma de su cuerpo
en la grama o la arena.
En su bolso de espejos
con el leve pañuelo de heliotropo
guarda las llaves de las siete puertas
del paraíso humano,
paraíso privado con teléfono,
máquina de lavar hojas de parra,
televisión azul como la luna
y refrigeradora con manzanas.

                     IX

Hombres, mujeres jóvenes
dentro de una vitrina
con adornos de plantas
se sientan y sonríen,
se miran, examinan sus vestidos,
cambian palabras de humo,
saborean el tiempo en rebanadas
o por cucharaditas deleitosas.
Deshojan un bostezo entre los dedos.
Un arbusto de caucho aspira el humo
y se cree en el trópico.
Inadvertido, entra en la vitrina
el poniente vestido de amarillo.
Salid, hombres, mujeres, a la calle:
sobre el asfalto expira una paloma
atropellada por un automóvil.

                     X

Mienten Juan el Obeso, José el Calvo,
Francisco el Tartamudo,
mienten el flaco, el grande, mienten todos,
hablan con dulce voz, siempre sonríen
mientras arman sus redes en la sombra
para atrapar a su víctima
por algunas monedas.
La amistad, el amor, el cielo mismo
falsificado en píldoras
pesan en su balanza fraudulenta
para ganar, multiplicar sus bienes
y ser los potentados de este mundo,
fantasmas que recorren sus palacios
de salones inmensos con alfombras
y retratos al óleo
en donde la humedad vierte su lágrima.

                     XI

Loor a Mister Húntington —filántropo
nacido en el país de las manzanas,
las antiguas Misiones coloniales
y las rojas ardillas—
que legó su fortuna
para que los granjeros de su pueblo
pudieran admirar los manuscritos
de Cabeza de Vaca, navegante,
descubridor de Texas,
señor del cacto y de la arena cálida.
Contra las pobres flechas de los indios
luchó con su arcabuz y su armadura
y lanzó su caballo de batalla
contra los pies desnudos.
Conquistador de polvo: yo bendigo
al pueblo de las flechas.

                     XII

Gloria a los fabricantes de automóviles
que han poblado el planeta
de rodantes alcobas,
salones, catafalcos
a plazos, camarines de amuletos
y flores, donde viaja
la vanidad inflada de los dueños,
¡oh amos de la prisa, los que arrancan
de su sueño a los árboles!
Gloria a los inventores
de la Gran Vitamina Universal
para aliviar los males de la tierra.
(¿Qué haré yo sin mi angustia metafísica,
sin mi dolencia azul? ¿Qué harán los hombres
cuando ya nada sientan, mecanismos
perfectos, uniformes?)

                     XIII

Los artefactos, las perfectas máquinas,
el autómata de ojo de luz verde,
¿igualan por lo menos a una abeja
dotada de reflejos naturales
que conoce el secreto
del mundo de las plantas
y se dirige sola en el espacio
a buscar material entre las flores
para su azucarada, sutil fábrica?
Todo puede crear la humana ciencia
menos ese resorte del instinto
o de la voluntad, menos la vida.
Inventor de las máquinas volantes
quiere el hombre viajar hacia los astros,
crear nuevos satélites celestes
y disparar cohetes a la luna
sin haber descifrado el gran enigma
del oscuro planeta en que vivimos.
Yo intento comprender los movimientos
de plantas y animales y me digo:
por ahora me basta con la tierra.

                     XIV

¡Escuchad cómo estallan las corolas!
La abeja celestina
les entrega mensajes fecundantes.
Los vegetales reptan enlazados,
se alzan hacia la luz
con idéntica angustia
a extasiarse en el reino de los pájaros.
Picos y alas protegen las semillas
del asalto mortal de los insectos.
Y la vida perdura
desde la nube al fondo de los mares
en donde el pez humilde,
hermano mutilado,
pordiosero del agua
agita sus harapos.
Seres elementales, plantas, piedras,
animalillos libres y perfectos:
fragmentos nada más del puro cántico
total del universo.

                     XV

¿Dónde se encuentra, rosa,
tu máquina secreta
que te forma y enciende, brasa viva
del carbón de la sombra
y te impulsa a lo alto
a expresar en carmín y terciopelo
tu gozo de vivir sobre la tierra?
¿Qué oculto motor verde,
qué eje te redondea, fuego cóncavo,
breve nido de llamas?
¿Qué vienes a decir con tantos labios?
¿Eres sólo una boca del misterio
que intenta pronunciar una palabra
nunca oída hasta ahora
para cambiar el curso de este mundo?
¿O eres acaso el beso de la tierra
a todo lo que vive,
prueba de amor de un día
a las cosas oscuras
devoradas a medias por la muerte?

                     XVI

Soy hombre, mineral y planta a un tiempo,
relieve del planeta, pez del aire,
un ser terrestre en suma.
Árbol del Amazonas mis arterias,
mi frente de París, ojos del trópico,
mi lengua americana y española,
hombros de Nueva York y de Moscú,
pero fija, invisible
mi raíz en el suelo equinoccial
nutriéndose del agua de los ríos
y de la sangre verde que circula
por el frágil, alado cuerpecillo
del loro, profesor de ortología,
del saltamontes y del colibrí,
mis ínfimos aliados naturales.

                     XVII

Oh, fábula moderna: los soldados
de plomo de los cuentos infantiles
cobran vida, se animan
y crecen, crecen, crecen,
hasta llegar a ser de más tamaño
que los hombres. Intentan
disparar con sus manos el relámpago
para encerrar el alba en una cárcel,
descolgar las estrellas
para adornar los hombros
y acudir al banquete de la noche.
Invaden por millares los jardines
y con oscuras máquinas de muerte
exterminan el verde de este mundo
cubriéndolo de ruinas,
de víctimas o estatuas
del Hombre Fusilado
en mangas de camisa.

                     XVIII

Juan Cordero, varón de miel oscura,
pecho de cuero, entraña enternecida,
capitán de los surcos
y maestro de escuela de los pájaros,
yaces sin vida cerca de tu casa,
como un saco de paja y de ceniza,
un saco agujereado
que el rocío humedece con sus lágrimas.
¿Qué crimen cometiste? Sólo un grito:
"Vivan los pueblos libres". Los soldados
dispararon sus armas
sobre ti, Juan Cordero y tus hermanos,
incendiaron las trojes
y arrasaron la tierra de tus padres.
(Dios estaba escondido en una granja
y contempló en silencio
el sacrificio de los inocentes
y su mundo en escombros).

                     XIX

Vendrá un día más puro que los otros:
estallará la paz sobre la tierra
como un sol de cristal. Un fulgor nuevo
envolverá las cosas.
Los hombres cantarán en los caminos
libres ya de la muerte solapada.
El trigo crecerá sobre los restos
de las armas destruidas
y nadie verterá
la sangre de su hermano.
El mundo será entonces de las fuentes
y las espigas que impondrán su imperio
de abundancia y frescura sin fronteras.
Los ancianos tan solo, en el domingo
de su vida apacible
esperarán la muerte,
la muerte natural, fin de jornada,
paisaje más hermoso que el poniente.

                     XX

Yo soy el habitante de las piedras
sin memoria, con sed de sombra verde,
yo soy el ciudadano de cien pueblos
y de las prodigiosas Capitales,
el Hombre Planetario,
tripulante de todas las ventanas
de la tierra aturdida de motores.
Soy el hombre de Tokio que se nutre
de bambú y pececillos,
el minero de Europa
hermano de la noche,
el labrador del Congo y de la arena,
el pescador de ostiones polinesios,
soy el indio de América, el mestizo,
el amarillo, el negro,
y soy los demás hombres del planeta.
Sobre mi corazón firman los pueblos
un tratado de paz hasta la muerte.

Jorge Carrera Andrade (1959)

lunes, 8 de abril de 2013

ESTATUA DE AIRE

                       1

Magnolia de los mármoles helados,
arquitectura de la luz sumisa
en madores de llantos no llorados,
galera capitana de la brisa,
te he perdido en los mares enlutados,
y sirena difunta de ceniza,
algas de aroma verde todavía
te anudan al bajel de mi alegría.

                       2

Que ya menudo cinto de fragancia
te ha rescatado la fugaz cintura,
y alta de pechos parvos en la infancia
del cielo, enfloras miel y arboladura.
¿Qué campanas enfermas de distancia
redoblan en mi torre de amargura,
tañidas por la lengua de tu gozo
hasta la medianoche del sollozo?

                       3

Y así, lironda cántara de arcilla,
a los esquifes de la luna prieta
les hurtas el fulgor de una cuchilla,
rama de hielo en oquedad secreta,
hoja de esparto, vengadora astilla
de la trasnoche en tempestad violeta.
¿Qué desnacido espectro te ha nacido
en las corsarias aguas del gemido?

                       4

Desarbolada y sola te has sumido,
vihuela taciturna sin cordaje,
para sonar arpegios sin sonido
y sosegar en cielos sin follaje,
mi memoria de tiempo fenecido,
donde el cadáver lento de un paisaje,
oruga somnolienta de neblina,
te ha ahogado en vidrio de silencio, ondina.

                       5

Ya desamor de amor, calandria muda,
pecho abrevado por la luna llena,
cielo trizado por la flecha aguda,
escombro de ángel, gárgola de arena,
¿en qué soledad de agua se desnuda,
ya desamado amor, tu luz morena?
Pero me gimas copla de amadores
jácara de la lluvia en los alcores.

                       6

Oriunda de mi muerte, tu presencia,
yema de gozo en la raíz del día,
presagio verde en rama de mi ausencia
y destello de almendra que me guía
al ocio de mirar en transparencia
de lupa desvelada, mi agonía,
y al fin, tiniebla de cerrado muro
para cegar al corazón maduro.

                       7

Y porque todo en desazón perece
y todo en fuga de aire se evapora,
y en añiles nostalgias se enmohece,
y en solares de muerte se demora,
la dalia de la sangre se estremece
enarbolando su atezada prora,
y ardida cal de una escultura enferma,
se desmorona la esperanza yerma.

                       8

¿En dónde estás pisando mi aire, espada?
¿En qué liviano litoral, buída?
¿En qué fragua de pájaros, forjada?
¿En qué lagar de llanto, orinecida?
¿Quién te doblega, luz indoblegada?
Cáeme el polvo de centella huída
que yo te guardo en niebla de lamentos,
espada ilesa de los altos vientos.

                       9

¿En dónde estás, orgullo, mi espadaña
de nube erguida en júbilo y desgaire?
Ya la celeste ruina de tu hazaña
es una bruma apenas en el aire
para sazón de cielo en la montaña
y la desesperanza a tu socaire,
donde todo es idéntico a sí mismo:
el orgullo, la cima y el abismo.

                       10

Yazgas, mi encina, en techo de collado
con el ramaje de tus hierros fríos
para que suene el huracán osado
el arpa de tus pájaros bravíos,
y rotas en diluvio soterrado
las arterias de azogue de tus ríos,
te alces enjuta y te reclines sola,
tallo de piedra con plumaje de ola.

                       11

Alza tu piedra contra mi destello,
tierra torva sin árbol ni esperanza,
y anúdame, erizado tu cabello
de ventiscas, al soplo de tu danza,
sierpe de angustia aderezada al cuello,
torre de la cimera destemplanza.
Valga mi eternidad tu desconsuelo,
campanas de humo y pájaros de hielo.

                       12

Caballos de silencio que llegaron
con sus pisadas de algodón al sueño,
¿qué cordilleras de langor doblaron?
y ¿en qué boscajes de aterido leño,
fantasmas de la niebla sollozaron?
Dadme un caballo de estupor, cenceño,
para una fuga verde sin holganza,
tiempo sin años, luz sin lontananza.

                       13

Hienda, buitre de hierro, en mi balada,
el tallo de tu garra pavorida,
que corre en la distancia atalayada
mi jaca rauda sin jaez ni brida,
cabalgadura ya descabalgada
y de cautividades, desceñida.
La transfigure en un corcel de amianto,
luna de cal, tu máscara de espanto.

                       14

Arcángel de la hortensia degollada
en esta fuga de sigilo a tientas.
Nube insepulta, roca amurallada,
y las constelaciones polvorientas.
Ceniza de la alondra en la morada
y en el nadir, las musas harapientas.
¿Qué vestiglo de musgo me murmura
mi cántico de piedra y sepultura?

                       15

Cada vez más en soledad baldía,
mi corza de silencios, anegada,
¿en qué nublado espejo de la umbría?
¿de qué breñas de gozo, despeñada,
caíste, codorniz de mi elegía?
Finado arcángel, fruta desatada,
para que ronden peces de la luna
tu desnudez fragante de aceituna.

                       16

¿En qué morada de aire te detienes,
enjuta moza de abedul herido,
con tu nostalgia de ángel en rehenes
y tu quejumbre del amor fallido?
Vencida la albahaca de tus sienes,
aguas acedas llévente al olvido
y la gavilla de tu voz se esparza,
plumaje de ecos, moribunda garza.

                       17

Amor encadenado a tu pistilo
con el delgado estambre de una queja.
De tu luciérnaga y su luz, un hilo
en la noche de yodo de la almeja.
De tu follaje, el llanto del berilo.
Y de tu exclamación, la plata vieja.
Mas sin durar en tierra, permaneces,
y árbol plantado en música anocheces.

                       18

¿Qué se hicieron las pávidas abejas
de tu voz aledaña de los cielos?
Solera de las cántaras bermejas,
sal en la hogaza tierna de los duelos,
cobre de resplandor en las consejas
y rescoldo muriente en los desvelos.
Esa tu voz, ¿en dónde se derrama
si la bruñida estrella la reclama?

                       19

Cautivo de tu sombra y tu cuidado,
en tu silencio mi silencio mora,
el manantial de tiempo sosegado
en espejos de lámina incolora.
Almenas de tu cielo sollozado,
oh capitana sin arnés de aurora,
me guarden para días afligidos
la brasa de laurel y sueño asidos.

                       20

Prisa de amor y nube, tesitura
y azar del aire en flama de tu tacto,
ya todo en celosía de clausura
y disciplina del silencio intacto
para la muerte alzada a la estatura
de la oropéndola en el cielo exacto.
Caigan en mi remota pesadumbre
los lánguidos limones de tu lumbre.

                       21

Trashora de los ángeles venidos,
con las alas de estaño, a senectudes.
Vejez de los paisajes compungidos,
calcinados los huesos por aludes.
Arena de los médanos ardidos,
sepulcro de sirenas y laúdes.
Mas persevera, vegetal escombro,
la fresca dulzamara del asombro.

                       22

Lar de la mar con flámulas de fiesta,
procela en arrecifes de despecho,
cuánto tiempo sin tiempo tu floresta
de agua endulzó delfines en tu pecho.
Ya rendida, mi náyade, ballesta
de espuma en las arenas de mi lecho,
durmiente bajo cielos de muralla,
las caracolas gimen tu rondalla.

                       23

Borrasca de altamar, altamarina
hortensia en proa de navío roto,
cordillera de cúspide salina,
madeja de alga del tritón ignoto
con oro de los peces en la mina
del agua destrenzada en maremoto.
¿A dónde vas, borrasca de jazmines,
cabalgada por húmedos delfines?

                       24

Fruta de mar y cielo, nave esquiva
con jarcias de nenúfares otrora,
¿a qué muelle sonámbulo de estiba
te convoca la muerte estibadora
para el abismo de la perla viva
y la medusa de coral, canora?
Desmadejada en el cantil de bruma,
ya te tripulan cánticos de espuma.

                       25

¿A dónde me seguías, barlovento,
sombra del aire, ráfaga adventicia?
Detenida la abeja del aliento
y baldío el panal de la caricia,
guija de estrellas en descendimiento,
regreso a tu verdad, tierra nutricia,
que para tus oscuros pedernales,
nacencia y agonía son iguales.

                       26

Toda perenne y pura para asirte,
ondulación de náyade queriente,
onda, tú misma, en la agorera sirte,
y en el amor, bandera transparente.
Vista sin verte, oída sin oírte,
y de la tierna lobreguez, teniente
anémona del tacto, presentida,
siempre encontrada y por igual perdida.

                       27

Porque te sé yo no te sé y a guisa
de la escafandra el sueño te devoro,
onda que te desnudas en sonrisa
y luego te recatas en azoro,
que yo te quiero cántara precisa
con un raudal de pájaros en coro,
volumen de la fruta repentina,
que recomienza donde se termina.

                       28

¿A qué hielo recóndito me llevas
de tu escarpa de júbilo naciente
al otro lado de las lunas nuevas?
Toda tañida en cántico presente
y balbucida en cítaras longevas,
perpetua y de ti misma, confluyente,
y el aire que por el aire se improvisa
y en el aire nostálgico se triza.

                       29

Séasme blanda y blanda me encadenes
a tu respiración de arcángel lento,
resaca de los lánguidos vaivenes,
ya perecida en cada nacimiento,
si cuando con tu soplo me retienes
en tu salina sangre me aposento
y tu paisaje sideral se escombra,
onda virgen en témpano de sombra.

                       30

Cerbatana de pájaros fugaces,
quebrado soplo de la rama dura
en alfiles de estrellas montaraces
y añoranzas enfermas de espesura,
guerrera de neblina, te deshaces
y recuperas, rosa, tu armadura
de aroma para erguir en la colina
la taciturna lanza de la espina.

                       31

De tu liviano de profundis, rosa,
húmedo bronce de la rama inerte
y mudanza del tallo en olorosa
espada sola de la sola muerte.
¿Qué hálito pudo, torre vaporosa,
con su transido amar desvanecerte?
Seas efigie de la espuma cuando
mi noche te desnude sollozando.

                       32

Desasidlas de cielos atezados
a la paloma y a la brasa juntas,
a la moza, los ámbares mojados
de los pechos con nardos en las puntas,
a la alquería, muros fatigados
y las fogatas del amor, difuntas.
Moza, paloma, brasa y alquería,
longevidad del sueño, lejanía.

                       33

¿Qué rama verdecías, cuerpo insombre,
y qué memoria pávida ensombreces?
Corola abierta al frenesí del hombre,
arrebujada en cándidas mudeces.
¿Dónde yerra la brisa de tu nombre,
mazorca de las malvas desnudeces?
¡Ah mi guitarra de medrado aliso,
duro escabel de muerte y paraíso!

                       34

De nácar y de sal, niña ligera,
oída en los rumores aledaños
de este río celeste sin ribera.
De nácar y de sal, los desengaños,
desgarrado laúd, la cabellera
de su tañido en lluvia de los años.
De nácar y de sal, el regocijo
de la quietud en el lucero fijo.

                       35

Yacer, gozar y fenecer contigo
dentro de esta secreta dulcedumbre,
cárcel de azúcar y panal de trigo,
la noche del cabello por techumbre
y por aljibe de ámbar, el ombligo,
para que luego afluyas, mansedumbre,
arpa fluvial en delta de reposo,
a la ignorancia inmemorial del gozo.

                       36

Alto muro de música, tu espalda,
ah mi columna anclada en el vacío,
donde la verde voz de la guirnalda
con lianas de violón y de rocío
y el eco vegetal de la esmeralda
suenan dentro del pájaro baldío.
Plaña, después de mí, columna rota,
el muro de tu música remota.

                       37

Hasta donde el aliento se sopesa
y el perfume en el légamo se enluta,
estás presente, poesía ilesa,
nube con ambrosía de la fruta
y cielo descendido a la cereza,
todo al socaire de la moza enjuta
en sosegar de lentos sosegares,
pluma del aire y alga de los mares.

                       38

Cómo con tu centella acelerada
me hieres y laceras, heridora
poesía, palabra evaporada
sin túnica ni brisa regidora,
y cómo con tu nébula imantada,
ah catedral de hielo, vencedora,
tus campanarios de rumor se erigen
y el eco vuelve al eco de su origen.

                       39

En geografía de la muerte, Orfeo,
la pávida ceniza de mi canto,
el verde almirantazgo del deseo,
náutica del oscuro desencanto,
la sirena de jade, el himeneo
y la oceanía mineral del llanto,
que en ti perdura lo que en mí se amengua,
Orfeo, la campana de tu lengua.

                       40

Aquí mi sueño, mar desacerbada
y nereida de sal con su ventalle
de música en las olas sepultada.
Aquí mi tiento, oscurecido valle,
el musgo de la dríade nublada
y en mis dedos la bruma de su talle.
Aquí mi brisa del olvido pulcro,
la noria de la nube y el sepulcro.

                       41

Abrevada la voz por la pavura,
ángel sordo y azor de las tinieblas,
arca de cieno, sima sin ternura,
que de heliotropos fríos te despueblas,
de la negada luz para tu hondura,
cielo pintor de pájaros y nieblas.
En sueño, tiento y brisa me remueves,
estatua de ecos, tus orillas breves.

                       42

Aduerme, oriol, tu flauta moribunda
en sangre de jacintos abrasados
que el agua de la mar está profunda
y los luceros desasosegados.
Ah mi presagio y su presencia oriunda
de un perpetuo jamás, entrelazados,
esquifes juntos que zozobran lejos
en la borrasca azul de los espejos.

                       43

Anochecida ya tu remembranza,
moza del viento, límite impreciso
entre la ardida luz y la templanza,
el laurel de la muerte y el hechizo,
¿dónde tu pecho de buída lanza
en batallas de nieblas, se deshizo?
Dúrame el cielo de la orilla tierna,
mármol exacto en duración eterna.

                       44

Madura muerte, piel de piel liviana,
alcántara del alto mediodía,
presente puro, sola luz, solana,
sombra de soledad en solombría,
cuerpo sin cuerpo, transparencia arcana,
azar de nao libre en la ufanía.
Salobre llanto, acállate y espera
tu ola sumisa y ráfaga altanera.

                       45

Asida, desasida y abismada,
¿en dónde estás cantándome, presencia
con el vilano de tu voz delgada
y desde qué remota permanencia?
Difunta y por igual recomenzada
brasa de espiga, vegetal querencia,
ya verdecida en el secreto hallazgo,
rama de Dios y aire donde yazgo.

                       46

Mi Dios de la transida arquitectura,
la desplumada garza de tu nieve
me viene en mi trastiempo, vestidura
para que el alma sitibunda abreve
silencio en tu confinio de frescura
y liviandad en tu silencio inleve,
y se evapore la letal paloma,
trocada en el espectro de tu aurora.

                       47

No el ala ni el venablo de su vuelo,
no el agua ni el escombro de su grito,
si más y más el ascua del anhelo
se entenebrece en el tizón finito.
Sólo tu rama, desnudez sin velo,
se pertenece al corazón proscrito
en tránsito glacial, escala trunca,
del verde siempre al agorero nunca.

                       48

Déjame, sombra, asir en duermevela
la insomne rosa y el ceñido espliego,
desnuda moza de aire, ciudadela
de perfume sitiada por mi ruego,
y en bajamar buída carabela
para dulces anclajes de sosiego,
que luego tus dintornos, alba moza,
revierten al espliego y a la rosa.

                       49

Déjame, tiempo de la muerte, en vilo
del lucero azogado y su relente,
que en tus perennidades de sigilo,
tronchada la gardenia de la frente
por tu sollozo de mellado filo,
se queda en hielo de hontanar, yacente,
la estatua de la sangre gemidora
y el sueño sabe lo que el tiempo ignora.

                       50

Estatua de aire en pedestal de brisa,
torna a la blanda ley de tu procela,
donde tu movimiento se desliza,
nave de nardo, a la ondulada vela,
que mi memoria sin langor ni prisa,
cariátide sin tiempo, se deshiela
en un estío de fragante fragua
y la sepultan ángeles del agua.

Gonzalo Escudero (1951)

lunes, 1 de abril de 2013

O GUARDADOR DE REBANHOS (fragmento)

                                    V

Há metafísica bastante em não pensar em nada.

O que penso eu do mundo?
Sei lá o que penso do mundo!
Se eu adoecesse pensaria nisso.

Que idéia tenho eu das cousas?
Que opinião tenho sobre as causas e os efeitos?
Que tenho eu meditado sobre Deus e a alma
e sobre a criação do Mundo?

Não sei. Para mim pensar nisso e fechar os olhos
e não pensar. É correr as cortinas
de minha janela (mas ela não tem cortinas).

O mistério das cousas? Sei lá o que é mistério!
O único mistério é haver quem pense no mistério.
Quem está ao sol e fecha os olhos,
começa a não saber o que é o sol
e a pensar muitas cousas cheias de calor.
Mas abre os olhos e vê o sol,
e já não pode pensar em nada,
porque a luz do sol vale mais que os pensamentos
de todos os filósofos e de todos os poetas.
A luz do sol não sabe o que faz
e por isso não erra e é comum e boa.

Metafísica? Que metafísica têm aquelas arvores?
A de serem verdes de copadas e de terem ramos
e a de dar fruto na sua hora, o que não nos faz pensar
a nós, que não sabemos dar por elas.
Mas que melhor metafísica que a delas,
que é a de não saber para que vivem
nem saber que o não sabem?

"Constitução íntima das cousas"...
"Sentido íntimo do Universo"...
Tudo isto é falso, tudo isto não quer dizer nada.
É incrível que se possa pensar em cousas dessas.
É como pensar em razões e fins
quando começo da manhã está raiando, e pelos lados das árvores
um vago ouro lustroso vai perdendo a escuridão.

Pensar no sentido íntimo das cousas
é acresentado, como pensar na saúde
ou levar um copo á àgua das fontes.
O único sentido íntimo das cousas
é elas não terem sentido íntimo nenhum.

Não acredito em Deus porque nunca o vi.
Se ele quisesse que eu acreditasse nele,
sem dúvida que veria falar comigo
e entraria pela minha porta dentro
dizendo-me, Aqui estou!

(Isto é talvez ridículo aos ouvidos
de quem, por não saber o que é olhar para as cousas,
não compreende quem fala delas
com o modo de falar que reparar para elas ensina.)

Mas se Deus é as flores e as árvores
e os montes e o sol e o luar,
então acredito nele,
então acredito nele a toda hora,
e a minha vida é toda uma oração e uma missa,
e uma comunhão com os olhos e pelos ouvidos.

Mas se Deus é as árvores e as flores
e os montes e o luar e o sol,
para que lhe chamo eu Deus?
Chamo-lhe flores e árvores e montes e sol e luar;
porque, se ele se fez, para eu o ver
sol e luar e flores e árvores e montes,
se ele me aparece como sendo árvores e montes
e luar e sol e flores,
é que ele quer que eu o conheça
como árvores e montes e flores e luar e sol.

E por isso eu obedeço-lhe
(qué mais sei eu de Deus que Deus de si próprio?)
Obedeço-lhe a viver, espontaneamente,
como quem abre os olhos e vê,
e chamo-lhe luar e sol e flores e árvores e montes,
e amo-o sem pensar nele,
e penso vendo e ouvindo,
e ando com ele a toda hora.

Alberto Caeiro (Fernando Pessoa): O guardador de rebanhos (1914)