A María Isabel,
mi mujer.
¡Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura!
¡Las rocas del Carihuayrazo, recamadas de sílice e imanes!
¡El Cotopaxi, ardiendo en el ascua de su ebúrnea lascivia!
¡Hasta la mar dormida en la profundidad,
después de tanta audacia estéril y voluble!
¡Todo ardía bajo los despedazados cálices del sol!
¡Las infinitas grietas corrían como trenzas oscuras
sobre los bloques poderoses en que respira cada siglo el Cielo!
¿Qué profundos centauros pacen sobre tu corteza embrujada?
¿Qué dromedario, ardiendo, come tu polen
y lame tus piedras claveteadas de rocío pálido y amargo?
¡Aquí, suena en la noche, un pedazo de costilla contra el aire!
¡Alguien pretende huir de su semilla como de un chorro enloquecido!
¡Atemos las potencias a sus cavidades:
mire la bestia su escultura de fuego sin morir!
¡Te llamas soledad! ¡Señorío de piedra, abandonado!
¡Te llamas bosta de animal, quemada contra su mismo corazón!
¡Territorio de cumbres enhebradas al cenit,
por ti, está ya árido el pecho de los ángeles!
¡Pero tú roncas, concentrando el oro que hace llorar a los locos
y pone a bailar la puntiaguda ropa del demente!
¡Tierra de murallas y de abismos,
cruzas sobre tus llaves de guayacán y azúcar,
como avispa engordada con sangre, tambaleando!
¡Ceniza de rocío desesperado, vuelve a la catarata!
Abajo, veo una delgada vicuña mordisquear tus hojas frías.
Veo al loro gárrulo maldecir su lengua seca como la nuez.
¡Oigo a millares de ratas hambrientas,
royendo tus estribos de almidón, en la noche!
La uña del comején tiene la fosa en que se hospeda la basílica;
pero no suena porque trabaja al son de las palabras.
¡Inmensa eres!
¡Entre madejas de trigos y cabuyos de retuerces, dormida!
¡Y te entregas mil veces como una ría ociosa
sobre mantos de piedra devorados por el cielo!
¿Qué animal es ese, de ojos de mujer, que mira los nevados
como un aposento de espejos o una piedra de placer?
Mastica con lenta gracia y yace entre volcanes.
¡Tiene vagina de muchacha y cohabita con los pastores solitarios
de las cumbres, en coito poderoso
de escultura funeraria!
¡Aquí, el viento destruye la actitudes de la podredumbre
y las huellas deliciosas se convierten en cicatrices pálidas!
¡Entre el humo del cataclismo los ríos son despeñados a la aurora!
¡Los hombres pierden sus casas entre olas de candela!
¡En sus cabellos revolotean el granizo y los relámpagos!
Los truenos saltan sobre una inmensa pata de candelabro.
¡Nada resiste al gran viento y el mismo vacío se emborracha
con la piel arrancada a los espacios!
¡Nada puede entrar en su corriente sin convertirse en música
o en crujido de muelas que blasfeman!
¡En su lecho de espanto, renace el cielo a cada esquirla suelta!
¡Allí yace el cóndor con su médula partida
y derramada por la tempestad!
¡Amauta valeroso, toda verdadera canción es un naufragio!
¡Aquí, no cantará nunca el pajarillo matinal!
¡Los dioses ebrios tambalean y el viento les abre
sus brillantísimas mandíbulas de Genios
hasta arrancarles saliva de frenesí!
¡Tremendo Imaginífico, rasga este firmamento sucio de nudos y hélices!
¡Mi vehemencia me despuebla de toda igualdad!
¡En la solemnidad de la alta noche,
los Arquetipos lloran por sus pequeños títeres!
¡Todo es hueco tardío
en esta velocidad que apaga su futuro, al besarlo!
¡La tempestad reúne los más altos pensamientos de desesperación
sobre la tierra escupida por sus hijos pródigos y crueles!
¡Esta es la comarca soñada por los malhechores blancos!
¡Mi corazón presintió sus navíos como cáscaras
roídas por los vagabundos del Océano!
¡Pájaros de las grandes aguas, sobre maderos perdidos,
flotando a la deriva de la sabiduría,
sobre cruces y cortezas vinieron!
¡Por el mar que se nutre de hojas transparentes
y profundos pastos atados a las heces del abismo!
¡En medio del maizal, temblé al oírlos reír en la lejanía del aire!
¡Venían fibrosos de sed y de lujuria!
¡Tenían dentera de hambre;
mandíbulas para las hazañas,
testículos de machos cabríos para penetrar selvas vírgenes
y cambiar los ojos de las mujeres en gemas agonizantes!
¡Como cáncer del viento crece la tierra de los ápices
y cuelga entre cristales el zapato del venado!
¡En esta altura, sólo se conservan los diagramas del caos,
en soñolientos reinos, sin calor ni sonido!
¡Aquí, todo vuelve al corpúsculo o al trueno!
¡Dios mismo, es sólo una repercusión, cada vez más distante,
en la fuga de los círculos!
¡Su mansión chorrea en el ojo que ha cesado de arder
y que empujan las moscas quereseras!
¡Oh, arriba, en las rojas mesetas desolladas por el viento,
las termitas suspenden su bolsa de miel negra!
¡En medio del furor del cataclismo, sigue inmóvil el Día!
¡Las cabelleras de las diosas yacen como arroyos de ungüentos
entre el humo sellado de las formas!
¡Un hombre habitó esta roca durante siglos
y fue alimentado por la aurora de las espigas
y las fuentes de semillas descubiertas por los loros!
¡Hoy duerme ante la boca de un horno abandonado
y escarba en la guitarra bilingüe del mendigo!
¡Pero en la altura, entre vitrales de granizo y lava,
los pastores trabajan con sus almas en el velo llameante del paraíso!
¡Los torrentes despiden una lámpara que no se descuelga jamás!
¡El rayo deshojado lame la arteria rota del discóbolo!
¡Acá, no llega nadie con olor de cabaña o de moneda!
¡Yo escribí cien corolas en cada Cordillera!
¡Viejo Geógrafo, tiéndeme tu mano!
¡Nadie sufre ya más en la extremidad de la tortura,
porque la muerte, como la demencia, ataca al corazón con talismanes!
¡En el ápice del alarido, el alma se rasga
en infinita eyaculación!
¡Oh cuerpo trasmutado por la asfixia,
ante ti se presenta la cuarta comarca de las cosas!
¡El mundo meteórico recibe las almas en su velo
convertido en palacio por el huracán y el acertijo!
¡Aquí, el relámpago tirado contra las rocas
tiene una vértebra confusa que llega hasta las vestiduras más aisladas!
¡La cucúrbita duerme su séptimo semen!
¡Los árboles suspiran en un lecho que vuela!
¡La tumba empuja los jazmines
hacia las raíces enguantadas de los agonizantes!
¡Aquí, la mano izquierda puede beber íntegramente
la operación musical de la derecha!
¡Y los niños consiguen saquear impunemente las cascadas,
como armarios de cristal!
¡Aquí, se mira ya el movimiento de la nueva boca
sobre la piel de la leona bañada por los leones!
¡Esta es la cuarta comarca de la Tierra!
¡Acá, no acude ya jamás el tiempo!
¡Un mendigo asciende por su arpa a los relámpagos universales!
¡Y la humildad disuelve como un veneno el paraíso!
¡Pero si la escalera rutilante mata su piedra en música,
la tierra del abismo matutino
amaestra la mortal joyería de la araña cabelluda!
¡Abajo ladra el fuego en su brasero de mil piernas!
¡Las hormigas empalidecen la carcajada del tigre
con la cruel armonía de un minuto de miel!
¡Millares de ojos acechan entre el tenaz parpadeo de la pimienta
al hombre que come mujer
y al animal que cabalga sobre su hembra
y come fuego en mesa encabritada!
¡Oh cópula sin pausa, la bestia sucesiva entra y sale de ti,
pudriendo la gran noche salobre como una vianda,
en continuo horario de carne pisoteada
por carne aguda que se baña
en el hueco de la chorreante llamarada!
¡Y tú, maizal, de la altura, en verde arcangelería,
cabeceas bajo un falo trasmutado en plumaje!
¡Dulce entre todas las gramíneas,
mujer y muchacho a un tiempo en la infinita vivienda
de los ídolos vestidos por la aptitud eterna!
¡De esta tierra se exhala eternamente
el fantasma de la resurrección! ¡Sepulcro de mil cúspides!
¡Cada cima es un obelisco hacia la muerte!
¡Cada crepúsculo, un paulatino funeral!
¡Grandes barcos de nieve cabecean colmados de cadáveres
y frutos con semillas resurrectas
que agonizan empapadas de miel!
¡Árbol de la goma, esta noche has llorado un vestido de cristal!
¡Oh infinito antepasado de mil rostros, mil alas y mil colas!
¡En el profundo rebaño de las simientes y las sombras, duermes!
¡Te desnudas sobre playas de moluscos y abanicos de gemas;
sobre la cruel orfebrería de los cráteres;
entre la candela borracha que manan los volcanes!
¡Las tumbas te alimentan como poros, innumerable abismo!
¡Antros inmemoriales, tribus profundas, secretas multitudes
de bestias y alimañas trasmutadas!
¡Desde la fundación del paraíso,
en infinitas vidas y en incesante muerte,
cambiáis la sorda piel del Universo, en una vestidura de furor!
El milenario funeral contemplo de los reyes y de los labriegos.
¡El alma del monarca huye indefensa por imperios de estupor!
¡El hueso innumerable sube a pie, hacia el viento que baña
nuestro dédalo!
¡Alguien comió animales negros la noche de su boda;
y antes de retornar las llaves de sus uñas
escuchó lo que iba de su médula oblonga al infinito oscuro!
¡Veo los campos; las llanuras peladas por la maldición;
las visitas desiertas por error o por espanto!
¡Veo las casas en las que todos los hermanos han muerto
dejando un caballo enfermo para el rayo!
Pero, retorno del suceso. Y encuentro al caracol que ha aprendido
a lamerse la agonía frente al agua. ¡Corro por los desfiladeros!
¡El árbol ofendido devora sus flores por justicia!
¡Aquí, son tuyos los crisoles, los rayos, los volcanes, las ánforas!
La iguana se desnuda de hierba entre dos llaves de madera.
¡Los peones caminan en hilera por el monte
y van perdiendo siempre el último hombre que nadie ve
al volver el rostro; hasta que el síncope llega al guía
y lo devora sólo con una palmada!
¡Oh, antepasado verídico y confuso, hoy llego hasta la cima
de tu templo partido por la majestad de muerte
en tumbas singulares!
¡Cada cabeza pura arde sobre la pluma de un cometa!
¡Hoy atravieso el entusiasmo acústico de los torbellinos
que ruedan como embudos de cuarzo, entre las cumbres!
¡En los humeantes conos de azufre,
oigo el puntiagudo galope de los machos cabríos!
¡En esta montaña nace el Hombre, a toda la longitud del día creado!
¡Sin cesar, por entre muslos de mujer, nace aquí!
¡Y muere, sin cesar, a cada crepúsculo vespertino,
golpeado el corazón por todo el pueblo!
¡Su innumerable cuerpo yace aquí!
¡Sus ojos desolados, sus cartílagos tiernos que nadie oye!
¡En este insacudible pedestal de piedra y humus crea su infinitud
y prepara su individual cadáver, llamado arriero, agricultor,
alfarero o adivino futuro de la Tierra!
¡Mira:
esa es la comarca que di a su invencible necesidad
de muerte y de firmeza!
Cuando oigas sonar los negros cañaverales de mi furia,
¡ésa es su tierra!
Cuando veas manar de la cumbre miel furiosa de lava y lámparas de piedra,
¡ésa es su tierra!
Cuando veas bramar los toros con sus labios hinchados de luciérnagas,
¡ésa es la tierra!
Cuando el caballo toque, tres noches, a la puerta del herrero hechizado,
¡ésa es la tierra!
Cuando las campanas caigan en el pasto y se pudran sin que nadie las alce,
¡ésa es la tierra!
¡Aquí la ley, los diámetros, los elementos, se contaminan de perversidad!
¡El aceite penetra en sombríos laberintos para cuidar al monstruo venidero!
¡La culebra se desviste cada año entre bandejas de frutas y de pájaros!
¡La sal gema del monte presiente el apetito picante de los indios,
les atrae hacia sus blancos sótanos y les adoba con eternos cáusticos!
¡La incognocible esfinge subterránea despide hélices.
fonemas, ectoplasmas, bulbos dotados de uñas sanguinarias;
y concierta mortales contubernios con el alma del hombre,
incestos con la gran inmaculada que suministra leche a ciertas plantas,
pactos sexuales con las orugas de la abulia y el olvido!
¡Ah, vivimos atrapados entre murallas de nieve planetaria!
¡Entre ríos de miel salvaje; entre centauros de lava petrificada;
entre fogatas de cristal de roca;
entre panales de rocío ustorio;
entre frías miradas de serpientes
y diálogos de pájaros borrachos!
Alguna tarde, en una sorda pausa entre dos tempestades,
torna a elevarse el negro cóndor ciego, hambriento de huracanes.
¡En el más alto límite del vuelo, cierra las alas repentinamente
y cae envuelto en su gabán de plumas...!
¡Veo tus mensajeros enlodados! ¡Tus arrieros palúdicos y eternos!
¡Tus pequeños soldados con la guerrera cubierta por las zarzas,
riendo del aguardiente seco de la muerte!
¡Veo tus oscuros ladrones de ovejas y caballos, caer aullando
en los patios de los Andes, quemados con machetes al rojo los talones!
¡Veo esos hombres pálidos, atragantados por el cepo,
queriendo rascarse las moscas de los remotos pies acalambrados!
¡Tus lavadores de oro precipitarse al agua perseguidos por los tábanos!
¡Tus viejos albañiles caer desde las torres
golpeados por los grandes guacamayos!
¡Tus osos hormigueros embrujando las misteriosas viandas de la profundidad
con sus hocicos volubles como una flor...!
¡Catedral! ¡Cataclismo de monstruos y volúmenes eres!
¡Piedra veloz circula por tu fuego como un pez sanguinario!
¡Llueve sol consumido y verde! ¡Moho y sangre! ¡Sal y esperma!
¡Como árbol que se pudre, gotea corrupción el firmamento!
¡Humo de soledad bate el buitre con su harapo de cuero!
¡Esta piedra es mueca y tumba de muecas!
¡Acá, sube el hombre a su Genio, a su médula hechizada!
Aquí, hay delirios blancos.
¡Entre las cumbres flota el polvillo helado del gran sícope!
¡Oh, huracanes, en los que el alma cae en añicos!
¡Aquí hay sombras en la íntima esquirla del vidente!
¡Ortiga esplendorosa para sudar cadáveres!
¡Coloquios con las formas superiores de la tortura y del éxtasis!
¡Aquí, el Creador y la creatura copulan en silencio,
anudados durante siglos, pisoteados por las bestias!
¡Un huracán continuo traga y devuelve las vísceras, las olas,
las escamas, las formas otorgadas y los mitos!
¡El cóndor y la moscarda mínima ofrecen diariamente
sus huevos grises y sus cenizas voladoras al Altísimo!
¡Quebrantan, roen, lamen y esmaltan el cadáver del amo,
las alimañas, las flores sedientas, las corolas carnívoras,
las mariposas vagabundas, las orquídeas de la fornicación!
¡Todo se envilece y rueda en caos palpitante de nebulosa
intestinal, tremenda; hasta llegar a la bosta, al vómito,
a la blasfemia, al parto de monstruos, al sismo que engulle
la arquitectura susurrante de los pequeños pueblos!
Hombres, estatuas, estandartes, se empinan sólo un instante
en el vertiginoso lecho de esta estrella en orgasmo.
¡Luego, los borra una delgada cerradura de légamo!
¡Aquí no envejecen las murallas ni los ídolos!
¡Todo es presencia efímera! ¡Sombras en trances de terror o de cántico!
¡Sólo el Sol! ¡El sol indeclinable!
¡Desde establos de cañas y tablones, sube el caballo añoso,
y con alma de potrillo, te agradece la alfalfa matutina!
¡Los viejos pumas llenan de oro y vigor su hígado en tu luz!
¡Oh, altar de la lascivia y la resurrección!
¡El antropófago danza con sus dos carnes, en tu fiesta!
La savia te busca, delirante, a través de la corteza.
Se abren las aguacollas en la espesura.
El asno consulta entre los vientos la sagrada lejía
que dilata la ubre de la pollina.
tejen los árboles sus tiaras de cien millas. ¡Los pájaros
te miran como un soplo de polen sobre la vestidura
siempre hueca que les libra de estiércol y rocío!
Las anchas frutas tapizadas como úteros, acunan abalorios
que despertarán entre los dientes del salvaje.
¡Muros de enredaderas salpicadas de nidos y de orugas
cuelgan de los acantilados y cantan sobre los féretros de los delfines!
¡Los manglares penetran en el mar, borrachos de salmuera!
¡Horno salvaje de todas las especies!
¡El sacerdote antiguo come carnes saladas por el viento
y en su ara de leña, te ofrece los sensuales holocaustos!
¡He aquí las mujeres adornadas con escorpiones de jade;
el pico purpúreo del tucán; las pinzas del cangrejo moro;
el pene tortuoso del erizo; la hiel violeta de los onocrótalos;
el ojo de la bestia bifronte; el huevo de pieles de la gran cebolla!
Las parvas ataviadas con cañas velludas; las ristras de peces llorosos.
Los anzuelos, las ocarinas, las hondas cargadas con piedra
de torrente; las caracolas de cuerno, cocidas en brebajes.
¡Los jóvenes con el vientre abierto como un chorro de mirtos!
¡Sobre la piedra ardiente, trasmútalos, Horno Salvaje!
¡En tu infinita borrachera seca, que mata y glorifica!
¡Catedral de la altura, rezada por millares de insectos y de cóndores!
¡Cataclismo incesante, sin sonido ni escombros!
¡Todo arde en ti, con fuegos ulteriores,
dispuestos más allá de las bullentes formas comestibles!
¡Un trueno de infinita lentitud devora tus llanuras!
Los lacrimales de la Tierra arden sobre la nieve.
En negras herrerías cantan los dioses ebrios.
¡Las recuas caen al abismo como hojarasca ensangrentada!
¡Los puentes son talados como peines
por las furiosas cabelleras!
¡Este jergón de piedra, nieve y lodo,
pisotean las mulas y los dioses!
¡Cantamos ebrios, alrededor del ataúd del niño
electrizado por la aurora!
¡Retumba el cubo óctuple de la tiniebla eterna!
¡Devoran los caníbales mariposas preñadas de sangre!
¡Los trenes de naranjas mueren ahogados en la arena!
¡Los sismos desentierran nidos de calaveras extasiadas!
La oscuridad revienta como un odre de vísceras e imanes.
Los tálamos descienden a los líquenes inmemoriales.
¡Las mujeres se convierten en laberintos ansiosos de semilla,
desde los muslos que sacuden su tortuosa compuerta,
hasta la piel borracha de los pómulos!
El trueno arrea al hombre hacia las grutas de las dantas.
¡Las dulces bestias convidan sus lechos a los extraviados!
¡Esta es la comarca de las tumbas esféricas
hechas por los oscuros alfareros del Sol!
¡Dentro, en cuclillas, los cadáveres de los incas,
frente a un puñado de maíz, esperan el retorno de sus almas,
coronadas de plumas y rociadas de especias!
Los blancos fémures de las mujeres
duermen entreverados con los fémures rojos de los reyes.
¡Larga boda sin calor ni semilla
asegura en la tierra mortal un lecho sepultado!
¡Yo, que jugué a la Juventud del Hombre,
alzo esta noche mi cadáver hacia los dioses!
¡Y, mientras cae el rocío sobre el mundo,
atravieso la hoguera de la resurrección!
César Dávila Andrade: Catedral salvaje (1951)
Impresionante, grandioso. Da contento como da la vida,da grandeza como da la ilusión y da tristeza como da la muerte. Por cierto que ya lo había leído, pero ahora lo leeré cada vez que quiera acordarme que soy hombre.
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