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lunes, 8 de abril de 2013

ESTATUA DE AIRE

                       1

Magnolia de los mármoles helados,
arquitectura de la luz sumisa
en madores de llantos no llorados,
galera capitana de la brisa,
te he perdido en los mares enlutados,
y sirena difunta de ceniza,
algas de aroma verde todavía
te anudan al bajel de mi alegría.

                       2

Que ya menudo cinto de fragancia
te ha rescatado la fugaz cintura,
y alta de pechos parvos en la infancia
del cielo, enfloras miel y arboladura.
¿Qué campanas enfermas de distancia
redoblan en mi torre de amargura,
tañidas por la lengua de tu gozo
hasta la medianoche del sollozo?

                       3

Y así, lironda cántara de arcilla,
a los esquifes de la luna prieta
les hurtas el fulgor de una cuchilla,
rama de hielo en oquedad secreta,
hoja de esparto, vengadora astilla
de la trasnoche en tempestad violeta.
¿Qué desnacido espectro te ha nacido
en las corsarias aguas del gemido?

                       4

Desarbolada y sola te has sumido,
vihuela taciturna sin cordaje,
para sonar arpegios sin sonido
y sosegar en cielos sin follaje,
mi memoria de tiempo fenecido,
donde el cadáver lento de un paisaje,
oruga somnolienta de neblina,
te ha ahogado en vidrio de silencio, ondina.

                       5

Ya desamor de amor, calandria muda,
pecho abrevado por la luna llena,
cielo trizado por la flecha aguda,
escombro de ángel, gárgola de arena,
¿en qué soledad de agua se desnuda,
ya desamado amor, tu luz morena?
Pero me gimas copla de amadores
jácara de la lluvia en los alcores.

                       6

Oriunda de mi muerte, tu presencia,
yema de gozo en la raíz del día,
presagio verde en rama de mi ausencia
y destello de almendra que me guía
al ocio de mirar en transparencia
de lupa desvelada, mi agonía,
y al fin, tiniebla de cerrado muro
para cegar al corazón maduro.

                       7

Y porque todo en desazón perece
y todo en fuga de aire se evapora,
y en añiles nostalgias se enmohece,
y en solares de muerte se demora,
la dalia de la sangre se estremece
enarbolando su atezada prora,
y ardida cal de una escultura enferma,
se desmorona la esperanza yerma.

                       8

¿En dónde estás pisando mi aire, espada?
¿En qué liviano litoral, buída?
¿En qué fragua de pájaros, forjada?
¿En qué lagar de llanto, orinecida?
¿Quién te doblega, luz indoblegada?
Cáeme el polvo de centella huída
que yo te guardo en niebla de lamentos,
espada ilesa de los altos vientos.

                       9

¿En dónde estás, orgullo, mi espadaña
de nube erguida en júbilo y desgaire?
Ya la celeste ruina de tu hazaña
es una bruma apenas en el aire
para sazón de cielo en la montaña
y la desesperanza a tu socaire,
donde todo es idéntico a sí mismo:
el orgullo, la cima y el abismo.

                       10

Yazgas, mi encina, en techo de collado
con el ramaje de tus hierros fríos
para que suene el huracán osado
el arpa de tus pájaros bravíos,
y rotas en diluvio soterrado
las arterias de azogue de tus ríos,
te alces enjuta y te reclines sola,
tallo de piedra con plumaje de ola.

                       11

Alza tu piedra contra mi destello,
tierra torva sin árbol ni esperanza,
y anúdame, erizado tu cabello
de ventiscas, al soplo de tu danza,
sierpe de angustia aderezada al cuello,
torre de la cimera destemplanza.
Valga mi eternidad tu desconsuelo,
campanas de humo y pájaros de hielo.

                       12

Caballos de silencio que llegaron
con sus pisadas de algodón al sueño,
¿qué cordilleras de langor doblaron?
y ¿en qué boscajes de aterido leño,
fantasmas de la niebla sollozaron?
Dadme un caballo de estupor, cenceño,
para una fuga verde sin holganza,
tiempo sin años, luz sin lontananza.

                       13

Hienda, buitre de hierro, en mi balada,
el tallo de tu garra pavorida,
que corre en la distancia atalayada
mi jaca rauda sin jaez ni brida,
cabalgadura ya descabalgada
y de cautividades, desceñida.
La transfigure en un corcel de amianto,
luna de cal, tu máscara de espanto.

                       14

Arcángel de la hortensia degollada
en esta fuga de sigilo a tientas.
Nube insepulta, roca amurallada,
y las constelaciones polvorientas.
Ceniza de la alondra en la morada
y en el nadir, las musas harapientas.
¿Qué vestiglo de musgo me murmura
mi cántico de piedra y sepultura?

                       15

Cada vez más en soledad baldía,
mi corza de silencios, anegada,
¿en qué nublado espejo de la umbría?
¿de qué breñas de gozo, despeñada,
caíste, codorniz de mi elegía?
Finado arcángel, fruta desatada,
para que ronden peces de la luna
tu desnudez fragante de aceituna.

                       16

¿En qué morada de aire te detienes,
enjuta moza de abedul herido,
con tu nostalgia de ángel en rehenes
y tu quejumbre del amor fallido?
Vencida la albahaca de tus sienes,
aguas acedas llévente al olvido
y la gavilla de tu voz se esparza,
plumaje de ecos, moribunda garza.

                       17

Amor encadenado a tu pistilo
con el delgado estambre de una queja.
De tu luciérnaga y su luz, un hilo
en la noche de yodo de la almeja.
De tu follaje, el llanto del berilo.
Y de tu exclamación, la plata vieja.
Mas sin durar en tierra, permaneces,
y árbol plantado en música anocheces.

                       18

¿Qué se hicieron las pávidas abejas
de tu voz aledaña de los cielos?
Solera de las cántaras bermejas,
sal en la hogaza tierna de los duelos,
cobre de resplandor en las consejas
y rescoldo muriente en los desvelos.
Esa tu voz, ¿en dónde se derrama
si la bruñida estrella la reclama?

                       19

Cautivo de tu sombra y tu cuidado,
en tu silencio mi silencio mora,
el manantial de tiempo sosegado
en espejos de lámina incolora.
Almenas de tu cielo sollozado,
oh capitana sin arnés de aurora,
me guarden para días afligidos
la brasa de laurel y sueño asidos.

                       20

Prisa de amor y nube, tesitura
y azar del aire en flama de tu tacto,
ya todo en celosía de clausura
y disciplina del silencio intacto
para la muerte alzada a la estatura
de la oropéndola en el cielo exacto.
Caigan en mi remota pesadumbre
los lánguidos limones de tu lumbre.

                       21

Trashora de los ángeles venidos,
con las alas de estaño, a senectudes.
Vejez de los paisajes compungidos,
calcinados los huesos por aludes.
Arena de los médanos ardidos,
sepulcro de sirenas y laúdes.
Mas persevera, vegetal escombro,
la fresca dulzamara del asombro.

                       22

Lar de la mar con flámulas de fiesta,
procela en arrecifes de despecho,
cuánto tiempo sin tiempo tu floresta
de agua endulzó delfines en tu pecho.
Ya rendida, mi náyade, ballesta
de espuma en las arenas de mi lecho,
durmiente bajo cielos de muralla,
las caracolas gimen tu rondalla.

                       23

Borrasca de altamar, altamarina
hortensia en proa de navío roto,
cordillera de cúspide salina,
madeja de alga del tritón ignoto
con oro de los peces en la mina
del agua destrenzada en maremoto.
¿A dónde vas, borrasca de jazmines,
cabalgada por húmedos delfines?

                       24

Fruta de mar y cielo, nave esquiva
con jarcias de nenúfares otrora,
¿a qué muelle sonámbulo de estiba
te convoca la muerte estibadora
para el abismo de la perla viva
y la medusa de coral, canora?
Desmadejada en el cantil de bruma,
ya te tripulan cánticos de espuma.

                       25

¿A dónde me seguías, barlovento,
sombra del aire, ráfaga adventicia?
Detenida la abeja del aliento
y baldío el panal de la caricia,
guija de estrellas en descendimiento,
regreso a tu verdad, tierra nutricia,
que para tus oscuros pedernales,
nacencia y agonía son iguales.

                       26

Toda perenne y pura para asirte,
ondulación de náyade queriente,
onda, tú misma, en la agorera sirte,
y en el amor, bandera transparente.
Vista sin verte, oída sin oírte,
y de la tierna lobreguez, teniente
anémona del tacto, presentida,
siempre encontrada y por igual perdida.

                       27

Porque te sé yo no te sé y a guisa
de la escafandra el sueño te devoro,
onda que te desnudas en sonrisa
y luego te recatas en azoro,
que yo te quiero cántara precisa
con un raudal de pájaros en coro,
volumen de la fruta repentina,
que recomienza donde se termina.

                       28

¿A qué hielo recóndito me llevas
de tu escarpa de júbilo naciente
al otro lado de las lunas nuevas?
Toda tañida en cántico presente
y balbucida en cítaras longevas,
perpetua y de ti misma, confluyente,
y el aire que por el aire se improvisa
y en el aire nostálgico se triza.

                       29

Séasme blanda y blanda me encadenes
a tu respiración de arcángel lento,
resaca de los lánguidos vaivenes,
ya perecida en cada nacimiento,
si cuando con tu soplo me retienes
en tu salina sangre me aposento
y tu paisaje sideral se escombra,
onda virgen en témpano de sombra.

                       30

Cerbatana de pájaros fugaces,
quebrado soplo de la rama dura
en alfiles de estrellas montaraces
y añoranzas enfermas de espesura,
guerrera de neblina, te deshaces
y recuperas, rosa, tu armadura
de aroma para erguir en la colina
la taciturna lanza de la espina.

                       31

De tu liviano de profundis, rosa,
húmedo bronce de la rama inerte
y mudanza del tallo en olorosa
espada sola de la sola muerte.
¿Qué hálito pudo, torre vaporosa,
con su transido amar desvanecerte?
Seas efigie de la espuma cuando
mi noche te desnude sollozando.

                       32

Desasidlas de cielos atezados
a la paloma y a la brasa juntas,
a la moza, los ámbares mojados
de los pechos con nardos en las puntas,
a la alquería, muros fatigados
y las fogatas del amor, difuntas.
Moza, paloma, brasa y alquería,
longevidad del sueño, lejanía.

                       33

¿Qué rama verdecías, cuerpo insombre,
y qué memoria pávida ensombreces?
Corola abierta al frenesí del hombre,
arrebujada en cándidas mudeces.
¿Dónde yerra la brisa de tu nombre,
mazorca de las malvas desnudeces?
¡Ah mi guitarra de medrado aliso,
duro escabel de muerte y paraíso!

                       34

De nácar y de sal, niña ligera,
oída en los rumores aledaños
de este río celeste sin ribera.
De nácar y de sal, los desengaños,
desgarrado laúd, la cabellera
de su tañido en lluvia de los años.
De nácar y de sal, el regocijo
de la quietud en el lucero fijo.

                       35

Yacer, gozar y fenecer contigo
dentro de esta secreta dulcedumbre,
cárcel de azúcar y panal de trigo,
la noche del cabello por techumbre
y por aljibe de ámbar, el ombligo,
para que luego afluyas, mansedumbre,
arpa fluvial en delta de reposo,
a la ignorancia inmemorial del gozo.

                       36

Alto muro de música, tu espalda,
ah mi columna anclada en el vacío,
donde la verde voz de la guirnalda
con lianas de violón y de rocío
y el eco vegetal de la esmeralda
suenan dentro del pájaro baldío.
Plaña, después de mí, columna rota,
el muro de tu música remota.

                       37

Hasta donde el aliento se sopesa
y el perfume en el légamo se enluta,
estás presente, poesía ilesa,
nube con ambrosía de la fruta
y cielo descendido a la cereza,
todo al socaire de la moza enjuta
en sosegar de lentos sosegares,
pluma del aire y alga de los mares.

                       38

Cómo con tu centella acelerada
me hieres y laceras, heridora
poesía, palabra evaporada
sin túnica ni brisa regidora,
y cómo con tu nébula imantada,
ah catedral de hielo, vencedora,
tus campanarios de rumor se erigen
y el eco vuelve al eco de su origen.

                       39

En geografía de la muerte, Orfeo,
la pávida ceniza de mi canto,
el verde almirantazgo del deseo,
náutica del oscuro desencanto,
la sirena de jade, el himeneo
y la oceanía mineral del llanto,
que en ti perdura lo que en mí se amengua,
Orfeo, la campana de tu lengua.

                       40

Aquí mi sueño, mar desacerbada
y nereida de sal con su ventalle
de música en las olas sepultada.
Aquí mi tiento, oscurecido valle,
el musgo de la dríade nublada
y en mis dedos la bruma de su talle.
Aquí mi brisa del olvido pulcro,
la noria de la nube y el sepulcro.

                       41

Abrevada la voz por la pavura,
ángel sordo y azor de las tinieblas,
arca de cieno, sima sin ternura,
que de heliotropos fríos te despueblas,
de la negada luz para tu hondura,
cielo pintor de pájaros y nieblas.
En sueño, tiento y brisa me remueves,
estatua de ecos, tus orillas breves.

                       42

Aduerme, oriol, tu flauta moribunda
en sangre de jacintos abrasados
que el agua de la mar está profunda
y los luceros desasosegados.
Ah mi presagio y su presencia oriunda
de un perpetuo jamás, entrelazados,
esquifes juntos que zozobran lejos
en la borrasca azul de los espejos.

                       43

Anochecida ya tu remembranza,
moza del viento, límite impreciso
entre la ardida luz y la templanza,
el laurel de la muerte y el hechizo,
¿dónde tu pecho de buída lanza
en batallas de nieblas, se deshizo?
Dúrame el cielo de la orilla tierna,
mármol exacto en duración eterna.

                       44

Madura muerte, piel de piel liviana,
alcántara del alto mediodía,
presente puro, sola luz, solana,
sombra de soledad en solombría,
cuerpo sin cuerpo, transparencia arcana,
azar de nao libre en la ufanía.
Salobre llanto, acállate y espera
tu ola sumisa y ráfaga altanera.

                       45

Asida, desasida y abismada,
¿en dónde estás cantándome, presencia
con el vilano de tu voz delgada
y desde qué remota permanencia?
Difunta y por igual recomenzada
brasa de espiga, vegetal querencia,
ya verdecida en el secreto hallazgo,
rama de Dios y aire donde yazgo.

                       46

Mi Dios de la transida arquitectura,
la desplumada garza de tu nieve
me viene en mi trastiempo, vestidura
para que el alma sitibunda abreve
silencio en tu confinio de frescura
y liviandad en tu silencio inleve,
y se evapore la letal paloma,
trocada en el espectro de tu aurora.

                       47

No el ala ni el venablo de su vuelo,
no el agua ni el escombro de su grito,
si más y más el ascua del anhelo
se entenebrece en el tizón finito.
Sólo tu rama, desnudez sin velo,
se pertenece al corazón proscrito
en tránsito glacial, escala trunca,
del verde siempre al agorero nunca.

                       48

Déjame, sombra, asir en duermevela
la insomne rosa y el ceñido espliego,
desnuda moza de aire, ciudadela
de perfume sitiada por mi ruego,
y en bajamar buída carabela
para dulces anclajes de sosiego,
que luego tus dintornos, alba moza,
revierten al espliego y a la rosa.

                       49

Déjame, tiempo de la muerte, en vilo
del lucero azogado y su relente,
que en tus perennidades de sigilo,
tronchada la gardenia de la frente
por tu sollozo de mellado filo,
se queda en hielo de hontanar, yacente,
la estatua de la sangre gemidora
y el sueño sabe lo que el tiempo ignora.

                       50

Estatua de aire en pedestal de brisa,
torna a la blanda ley de tu procela,
donde tu movimiento se desliza,
nave de nardo, a la ondulada vela,
que mi memoria sin langor ni prisa,
cariátide sin tiempo, se deshiela
en un estío de fragante fragua
y la sepultan ángeles del agua.

Gonzalo Escudero (1951)

miércoles, 11 de abril de 2012

BALADA EN CUATRO TIEMPOS

                        1

Me bastarán, Señora, para amaros,
en mi morada junto a mí teneros,
un lecho blando para sosegaros
y una oruga de lumbre para veros.

Dadme la espuma de los ojos claros,
la nieve de los pechos altaneros
que mi canción tendré para embriagaros
y la noche de miel para venceros.

He de aguardaros con la estrella en vilo
para un perpetuo amar y un alborozo
de hoguera dulce y corazón tranquilo.

Y hemos de entrar en el silencio umbroso
cuando nos recojamos con sigilo
a morir juntos en el mismo gozo.


                        2

Nunca valdrá la cuita de olvidaros,
Señora, esta nostalgia de deciros
que estoy ensombrecido por amaros
y temo con mis sombras afligiros.

El gozo terrenal de acariciaros
y con grilletes del aroma unciros,
en niebla se mutó para lloraros
con un celeste enjambre de suspiros.

En qué ligero tálamo de pluma,
Señora, un tiempo de centella breve
hizo y deshizo la bruñida espuma

de vuestro cuerpo de textura leve
que me ha traído a la memoria en bruma
todo el fulgor de un pájaro de nieve.


                        3

Llegué por fin, Señora, a desamaros
porque mi amor no supo reteneros
y pudo más la brisa al apagaros
que el corazón urgido en encenderos.

A qué brasa de olor debo juntaros
si estatua de ceniza he de saberos
y en la mugiente noche he de ignoraros
por el ignoto albur de los luceros.

Si un vuelo de paloma luminosa
habéis trazado en mi añoranza pura,
consentidme en el sueño, cautelosa,

que yo desciña vuestra vestidura
y en sus langores la secreta rosa
me embriague con el nácar de su albura.


                        4

Qué defunción de toda transparencia
el luto sideral de presentiros
en el transido cielo de la ausencia
una paloma de livianos giros,

aligerada ya sin mi querencia,
ni manos amadoras para ungiros,
ni coplas para hablaros en cadencia,
ni túnicas de luz para vestiros.

En qué tiempo remoto de agonía
nos alejamos del silencio umbroso
en que el amor amado no sabía

que por la ley del ángel quejumbroso,
duró lo que la espuma la ambrosía
de morir juntos en el mismo gozo.

Gonzalo Escudero: Introducción a la muerte (1960)

martes, 31 de mayo de 2011

CONTRAPUNTO

1

Ah cómo y cuando en el acaso puro
se juntaron el pájaro y la ola.

Ola de pluma, el pájaro maduro,
y pájaro de espuma, la ola sola.

Rota su voz, quedó el arpegio oscuro
en el registro de la caracola.

De mar como de cielo, contrapunto,
ola trizada y pájaro difunto.


2

Orilla de eco y litoral de aroma,
pájaro y ola en el azar deshechos.

Pero la niña al vendaval asoma
de nuez y aurora, sus frugales pechos.

Ya la atavían, brasa de paloma,
delfines con oceánicos helechos.

Y se desnuda en cántico y en cobre,
pájaro y ola de la mar salobre.


3

A soledades juntas advinieron
el ángel y el vestiglo descendidos.

A la niña de nardo se ciñeron
las algas de sus ecos balbucidos.

Sus plumajes de niebla se rompieron
con celajes de pluma confundidos.

Cítara de perfume en el lamento,
quedó la niña sola con el viento.


4

La sirena de sal y hielo arcano
está posada en flor de sus amares.

Que no la lleve el soplo del vilano
hasta la altura de sus hontanares.

Que no quiebre la espiga de su mano
la gárgola borracha de los mares.

Enmudecida el arpa del sollozo,
quedó la niña sola con el gozo.


5

Ah niña, nao virgen, estibada
con el gozo del ángel y su bruma.

Mitad calandria en música imantada
pájaro en vilo tu babor de pluma.

Ola de noche y miel, acompasada,
tu otra mitad en estribor de espuma.

La prora anclada en médano cenceño,
quedó la niña sola con el sueño.


6

Ya colina de almendra en el reposo,
ya guitarra de olor en el olvido.

Que ya se hiela en su aire temeroso
la clepsidra de tiempo consumido.

Y se rindió al vestiglo vaporoso
su tallo de ola y pájaro aterido.

Ah muerte, capitana de cantares,
desnuda entró la niña en tus lagares.


7

La niña entró en tu cántico desnuda,
nácar en su destello de inocencia.

Aderezada como torre aguda
la arquitectura de su transparencia.

Desde entonces la perla se demuda
y empalidece toda refulgencia.

Abrevada la luz de su corola,
quedó la niña con su sombra, sola.


8

Todo volvió al enjambre de su cielo
y se rehizo en geometría pura.

El pájaro en presagio de su vuelo.
La ola en su colmena de frescura.

El ángel en su máscara de hielo.
El vestiglo letal en su pavura.

Sólo la niña se tornó en la niebla,
plumaje, espuma, cántico y tiniebla.


9

Sosegada en la sirte la doncella,
qué rosa mineral de encantamiento.

Qué ruina taciturna de centella,
del derruido estambre de su aliento.

Remotos funerales de la estrella
los rememore con su lengua el viento.

Todo en la sirte blanda se deshizo,
ah sirena de sal sin paraíso.


10

¿Qué resta de su fábula baldía?
¿Qué de su pesantez de luna llena?

¿Qué de su dulcedumbre de sandía?
¿Qué de su liviandad de cantilena?

Verde almiranta de la espuma fría
en la longevidad de la alta arena.

Difunta sin memoria, a tu socaire
suene transido tu laúd del aire.

Gonzalo Escudero: Materia del ángel (1953)