lunes, 31 de enero de 2011

ALTURAS DE MACHU PICCHU (fragmento)

IV

La poderosa muerte me invitó muchas veces:
era como la sal invisible en las olas,
y lo que su invisible sabor diseminaba
era como mitades de hundimientos y altura
o vastas construcciones de viento y ventisquero.

Yo al férreo filo vine, a la angostura
del aire, a la mortaja de agricultura y piedra,
al estelar vacío en los pasos finales
y a la vertiginosa carretera espiral:
pero, ancho mar, ¡oh muerte!, de ola en ola no vienes,
sino como un golpe de claridad nocturna
o como los totales números de la noche.

Nunca llegaste a hurgar en el bolsillo,
no era posible tu visita sin vestimenta roja:
sin auroral alfombra de cercado silencio:
sin altos y enterrados patrimonios de lágrimas.

No pude amar en cada ser un árbol
con su pequeño otoño a cuestas (la muerte de mil hojas),
todas las falsas muertes y las resurrecciones
sin tierra, sin abismo:
quise nadar en las más anchas vidas,
en las más sueltas desembocaduras,
y cuando poco a poco el hombre fue negándome
y fue cerrando paso y puerta para que no tocaran
mis manos manantiales su inexistencia herida,
entonces fui por calle y calle y río y río,
y ciudad y ciudad y cama y cama,
y atravesó el desierto mi máscara salobre,
y en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego,
sin pan, sin piedra, sin silencio, solo,
rodé muriendo de mi propia muerte.

Pablo Neruda: Canto general (1950)

viernes, 21 de enero de 2011

EL DOLOR (III)

Yo estaba solo, como todos,
pero vivía con cierta parte de mis ojos en las nubes
y una muy especial entre los cabellos
de una muchacha enredada entre mis sueños.

Por otra parte la muerte, que todos conocían,
me empujaba para todos lados,
a veces parecía como si yo fuese su sombra.
Y me sentaba en una banca muy cansado,
sin nada en los bolsillos como una canción
pasada de moda.

Altos edificios con cabezas de elefantes
y dientes de conejo, antes con tristeza de luna.
Y qué hago aquí —me decía— entre
los altos pensamientos de este tiempo,
con grifos como serpientes de gasolina
y microbuses con forma de pistola.
Dónde busco ese amor, con ventanas donde cuelgan
cabezas y párpados, al ras de las espaldas
donde cae todo un cielo,
la legaña de una nube perdida en el crepúsculo
de los pasteleros del río.

Altos cadáveres en los pasadizos encerados,
bajo una araña de esperma y esputo,
con sílabas de torturas en un mueble,
con una tortuga en una oreja cortada.
Altos puestos de periódicos
con lenguas de lagartijas y tristezas de iguana.

Existe un bar en mitad de la calle,
una luz que sabe cantar las canciones más tristes
y puede hacerte reír si eso es lo que quieres.
Existe muy arriba del cielo un vacío
al que todos llaman Dios.
Me siento con una botella, mirando cómo desfila la vida
detrás de la muerte.
Cuerpos de mañana nos vemos,
cuerpos de prostitutas con besos de hespérides.
Una botella se rompe en la esquina
y existía un rincón en la tierra donde te sentabas tranquilo,
el sol bajaba por la persiana
y esperabas que ella pasara con su cuerpo de ola,
su cuerpo de gaviota perdida en la ciudad.
Muy de mañana también un lucero te despertaba
y se apoderaba de tu corazón.

Una muchacha se sale de la marcha
con ganas de abrazarlo todo,
de salir para siempre del dolor que pesa más
que su corazón.
Sólo quiere llegar a su paradero,
a su casa, sólo desea un poco de cariño,
cuánto daría por un poco de eso aunque sea fingido,
porque la poesía no es todo.
Una sola lágrima en su interior
es capaz de devolverla a su sueño.

Dime, niña mala, ¿por qué acaba la calle
cuando va a empezar otra calle igual?
¿Por qué se acaban las botellas
y uno se queda con las ganas de todo
y con las botellas vacías y solo?
¿Por qué se sueña con los ojos cerrados
y se sufre con el corazón abierto?
¿Por qué me despedí con un beso de la muchacha
que amaba, y no la volví a ver ni en sueños,
pero ese mismo beso le seguía dando en todos
los sueños?

El cielo echa agua sucia sobre los corazones limpios,
la vida se acaba con un cigarrillo a medio fumar,
los periódicos vomitan un amor con los cabellos mojados,
los micros son el infinito con una boca vacía.
Un pájaro bayo penetra en la neblina
y se convierte en la garúa que oxida las antenas.
La claridad de las almas se parece a esta neblina
de cuerpos de cemento mojándose con más brillo en los ojos.
Hay un filo en la ventana que podría ser como el seno
de una promesa, donde uno recuesta su cabeza
y el cielo nunca mira hacia arriba.

Tú podrías ver el infinito a través de una lágrima,
el infinito de prostitutas azules,
el infinito de drogos con una luna encima.
Yo te vi pasar de prisa por esta avenida,
y en tus ojos se veía que sabías de qué estaban hechos
esos corazones que se ahogaban en alcohol,
cómo pesar un sueño con el delgado deseo de un ala,
por qué callaba demasiado el tigre
o por qué el silencio se apoderaba del invierno
cuando más necesitabas tapar el hueco dejado en tu cuerpo.
Tú sabías que la poesía era así,
por eso nunca quisiste salvarte.

Mira cómo se prende la neblina,
con esquinas de neón y volutas de párpados
con clavos oxidados.
Las primaveras se pudrieron al tratar de subir los edificios
y los pájaros ahora se estrellan con un ala.
Yo no sé para qué te pones de pie cuando viene
la realidad con ojos de mariposa y cuernos de sueño.
Yo no sé para qué te pones a correr, a subir escaleras,
para qué tienes un peine y una foto en una oreja.
Tú estás bien con esa sonrisa
en la luz de tu corazón.

Una calle con fetos corriendo entre grifos y jeringas,
y las ancianas llorando en las maderas
y las madres defecan entre sus cartones,
y el frío es el alma del tiempo.
Perros colgados de los postes,
el sol de los tuberculosos lavándose los pies
en el río pestilente, y un corazón que se arroja
del puente para penetrar la inmortalidad de los mortales,
para vivir con un reloj bajo el agua.
El dolor que brota de las uñas echa una flor.
Cómo caminar hacia uno mismo.
Cómo no desesperar ante esa palidez que se arrastra,
y come huesos.
Hay un sueño en un lugar escondido donde apenas
entra el último rayo de sol, que es como un beso.
Hay una vida para vivir
y otra para morir más allá de todas las cosas,
donde cada flor que se abre es para todos
y a cada uno le toca un pétalo que contiene a la flor misma.
Pero no es el paraíso.

Si acaba el amor, por qué no acaban también
las ganas de arrojar el corazón al mar.
Por qué se ha roto el cielo y la neblina
es el alma de los óxidos.
Hay una mujer a lo lejos, y uno olvida
y toma un sorbo de su propia lágrima y espera el invierno,
o la primavera con orejas de elefante.
Qué más da, qué más da
la muerte si también tiene uñas.
Pero si acaba la visión de la mujer que sostiene mis sueños,
qué cielo soportaría tanta tierra,
y qué mar no quisiera enterrarse en un caracol
más grande que el nacimiento.

Si tú te sentaras un momento, y los postes
te abrieran el camino como ángeles,
o vieras de una vez por todas la sonrisa
de la mujer que llora junto al llanto de su hijo,
adónde podrías ir si sólo quieres otra cosa
diferente en cada cosa.
Tú sólo conoces la muerte en cada instante,
pero nada es comparable a sí mismo,
el invierno devuelve sueños abortados,
hospitales en forma de caracol.
Si acaba algo debe ser para siempre,
o no debe acabar nunca, porque si acaba algo
debe simplemente ser sólo como romper
aquello que separa la realidad
de los sueños.

Entonces así como la humedad oxida las rejas
quisiera que también oxide mi corazón,
y que caiga como un fruto despreciable, amargo,
sobre una pista infinita.
He visto a la muerte entrar a un cine,
luego salir de la peluquería.
Debajo de los carros guardó un ala
que tocó alguna vez el paraíso,
el negro paraíso de una muchacha nerviosa
colgada de una pastilla.
Pero algún día habrá un día y será un día
como todos los días, pero ese día no será más un día y sí el día
que algún día llegará, porque el día nunca empieza
y si termina es sólo porque se cierran las rosas.

En el filo de la última avenida vi a una muchacha
que recogía llantén.
Los microbuses recogían a los tuberculosos
y el seno del cielo se posaba sobre los edificios plomos.
Pero yo vi, y no sólo yo,
y por qué esa maldita costumbre de empezar todo
en primera persona, pero decía que vi
algo maravilloso, no sé qué palabra es más exacta,
no hay ninguna palabra exacta,
y nada en general es exacto, por eso ella
se apareció cuando menos la esperaba
y tenía todo el universo y los límites destrozados.
Vieja, sola, loca, quise entrar en su mente,
quise ser su mente, quise que me ame
y yo desde su mente amar o matar,
pero en su mente sólo hay imágenes rotas,
su mente es frío, su mente es hambre,
su mente es nomedejescorazónmío,
me abracé al vacío, yo sé que nos encontraremos
algún día, le dije, muy cerca al vacío
habita la esperanza. Ella rió,
dijo que hacía sólo poesía

Miguel Ildefonso: I.M.D.H. (2004)

lunes, 17 de enero de 2011

ISLA DE ESPECTROS TORTURADOS

El fogón, con dientes de ascua,
muerde el caldero
que hervoroso brota espumarajos.
Una lívida llama
ahorcándose en humo, se retuerce, aletea,
y se clava de pico entre las brasas.
Sin soplo que la avive resurge y se enardece,
suenan sus alas rojas
y un brilloso escozor rehíla la penumbra.

Unas resecas manos salpicadas de chispas,
trajinan espectrales. Sobre la mesa, cinco
calavéricos platos en espera, y al ruedo
cinco figuras secas, cortadas en cartón,
cinco pares de ojos
enquistados en vidrios de aceituna
y ásperos labios en sinuoso gesto comprimidos.

Una profunda torre de silencio
doblega las cabezas. Palabras, ¿para qué?

Una idéntica arruga todas las frentes hunde.
Las palabras, idénticas palabras
atraviesan los ojos, resbalan de los labios,
caminan por las caras y cual culebras muertas
por la caldeada semisombra ondulan.

Las consumidas manos de la madre
inician el reparto. La espera se resuelve
en un oscuro brillo que abre un instante las pupilas;
y en vagos movimientos que inquietan las figuras.

Afuera está lloviendo.
Desde el principio del mundo está lloviendo.

El viento cogido por la cola bajo la puerta aúlla.

El frío adelgaza las sombras, las manos y los huesos.

En el camastro arrinconado, suena una tos
y todas las cabezas se vuelven a la vez.

Un cuchillo filudo
corta de arriba abajo las espaldas
y miradas oblicuas al cruce de los ojos se deslíen.
Un quejido... Otro más...
Las cucharas resbalan de las bocas.
Desciende la techumbre.
Las paredes se acercan opresoras.

Como el turbio espejo cóncavo,
más que la llama tísica, la madre
se afila y palidece.
Un mascarón tatuado de relámpagos
asoma a la ventana. Truena.

Desde el principio del mundo está lloviendo.

Tirada en el camastro,
revolviéndose en fiebre y desvarío,
la pequeña mastica frases rotas
a golpes de la tos que en la garganta dura
le revienta racimos de uvas envenenadas.
De lado a lado agita la cabeza.
En los ojos dolidos se congela una súplica.
Los labios temblorosos
se entreabren dibujando un nombre, una llamada.
En sus labios los ojos de la madre.
Pretende incorporarse y cae...
La tos, la tos...

El viento brinca a la ventana
y mugiendo se enrosca a los barrotes,
suenan los vidrios retorcidos.
Los pescuezos se estiran, las caras se desdoblan
y las miradas se bifurcan.

La figura materna se hunde
en las aguas partidas del espejo.

En lo alto la tiniebla se diluye
y precipita a chorros: diluvio negro.
Encendidos mordiscos la noche despedazan;
y amenazantes signos la electrizan.
Entre las luces rápidas las caras,
cortadas por la lluvia, manchadas por la tos,
suben, bajan, se escurren, se esfuman y retornan.
El viento se desata en ráfagas y en gritos, trepidante,
la casucha cruje y tambalea:
Cárcel de espectros torturados,
isla flotante de fantasmas ebrios,
arca de Noé de sabandijas
y los escarabajos,
que en mar, delirio y tempestad zozobra.

¿En qué cima —Ararat del nuevo Génesis—
se elevará la vida?
¡Ah... la vida... Qué lejos!
A cien gritos de angustia,
en la punta del último grito:
cohete luminoso.

Aquí,
tos y viento,
tos y lluvia,
tos y sangre,
en los labios congelados.

Miguel Ángel Zambrano: Diálogo de los seres profundos (1956)

lunes, 10 de enero de 2011

CUARTO DE HOTEL

I

A la luz cenicienta del recuerdo
que quiere redimir lo ya vivido,
arde el ayer fantasma. ¿Soy yo ese
que baila al pie del árbol y delira
con nubes que son cuerpos que son olas,
con cuerpos que son nubes que son playas?
¿Soy yo el que toca el agua y canta el agua,
la nube y vuela, el árbol y echa hojas
un cuerpo y se despierta y le contesta?
Arde el tiempo fantasma:
arde el ayer, el hoy se quema y el mañana.
Todo lo que soñé dura un minuto
y es un minuto todo lo vivido.
Pero no importan siglos o minutos:
también el tiempo de la estrella es tiempo,
gota de sangre o fuego: parpadeo.

II

Roza mi frente con sus manos frías
el río del pasado y sus memorias
huyen bajo mis párpados de piedra.
No se detiene nunca su carrera
y yo, desde mí mismo, lo despido.
¿Huye de mí el pasado?
¿Huyo con él y aquel que lo despide
es una sombra que me finge, hueca?
Quizá no es él quien huye: yo me alejo
y él no me sigue, ajeno, consumado.
Aquel que fui se queda en la ribera.
No me recuerda nunca ni me busca,
no me contempla ni despide:
contempla, busca a otro fugitivo.
Pero tampoco el otro lo recuerda.

III

No hay antes ni después. ¿Lo que viví
lo estoy viviendo todavía?
¡Lo que viví! ¿Fui acaso?
Todo fluye:
lo que viví lo estoy muriendo todavía.
No tiene fin el tiempo: finge labios,
minutos, muerte, cielos, finge infiernos,
puertas que dan a nada y nadie cruza.
No hay fin, ni paraíso, ni domingo.
No nos espera Dios al fin de la semana.
Duerme, no lo despiertan nuestros gritos.
Sólo el silencio lo despierta.
Cuando se calle todo y ya no canten
la sangre, los relojes, las estrellas,
Dios abrirá los ojos,
y al reino de su nada volveremos.

Octavio Paz: Puerta condenada (1938-1946)

miércoles, 5 de enero de 2011

PARAÍSO PERDIDO

A través de los siglos,
por la nada del mundo,
yo, sin sueño, buscándote.

Tras de mí, imperceptible,
sin rozarme los hombros,
mi ángel muerto, vigía.

¿Adónde el Paraíso,
sombra, tú que has estado?
Pregunta con silencio.

Ciudades sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.

Nadie lo sabe. Hombres
fijos, de pie, a la orilla
parada de las tumbas,

me ignoran. Aves tristes,
cantos petrificados,
en éxtasis el rumbo,

ciegas. No saben nada.
Sin sol, vientos antiguos,
inertes, en las leguas

por andar, levantándose,
calcinados, cayéndose
de espaldas, poco dicen.

Diluidos, sin forma,
la verdad que en sí ocultan,
huyen de mí los cielos.

Ya en el fin de la Tierra
sobre el último filo,
resbalando los ojos,

muerta en mí la esperanza,
ese pórtico verde
busco en las negras simas.

¡Oh boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!

¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto
de tinieblas sin voces!
¡Qué perdida mi alma!

—Ángel muerto, despierta.
¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo en retorno.

Silencio. Más silencio.
Inmóviles los pulsos
del sinfín de la noche.

¡Paraíso perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.

Rafael Alberti: Sobre los ángeles (1927-1928)

domingo, 2 de enero de 2011

WHAT THE THUNDER SAID (fragmento)

Here is no water but only rock
Rock and no water and the sandy road
The road winding above among the mountains
Which are mountains of rock without water
If there were water we should stop and drink
Amongst the rock one cannot stop or think
Sweat is dry and feet are in the sand
If there were only water amongst the rock
Dead mountain mouth of carious teeth that cannot spit
Here one can neither stand nor lie nor sit
There is not even silence in the mountains
But dry sterile thunder without rain
There is not even solitude in the mountains
But red sullen faces sneerl and snarl
From doors of mudcracked houses
If there were water
And no rock
If there were rock
And no water
And water
A spring
A pool among the rock
If there were the sound of water only
Not the cicada
And dry grass singing
But sound of water over a rock
Where the hermit-thrush sings in the pine trees
Drip drop drip drop drop drop drop
But there is no water

Thomas Stearns Eliot: The Waste Land (1922)