sábado, 30 de mayo de 2020

SEDUCCIÓN DE LA SOMBRA

I

Voy contigo, alma vagabunda
te acompañan mi silencio,
mi quebranto, esta desdicha inamovible.
Voy contigo sin saber a dónde,
páramos, desiertos, ciudades erizadas,
espejismos de íntima prisión.

Voy contigo pese a todo, en esta
travesía por la noche y la tormenta.
Voy contigo solitario, fugitivo,
sin palabras que ofrecerte,
sólo fiel a tu camino.

Nada nos espera, lo sé, nada ni nadie
salvo el recuerdo de nuestra compañía.
¡Vamos! No estés triste, alma vagabunda,
aunque no tenga consuelo que ofrecerte
ya he vivido lo bastante:
seguiré tus pasos sin tregua, sin descanso.


II

No te quise para mí, máscara,
espejeabas con saña mis injurias.
No busqué ocultarme en ti
pero a mi rostro te ceñías, despiadada.

Hoy, al despertar,
supe que te habías quedado atrás,
en algún sueño agazapada,
protegiendo a mi alma
atormentada y enferma.

Y ahora,
máscara, ¡oh noble máscara!
la piel de mi rostro te cubre
y con mis ojos ves
y con mi boca hablas.


III

El vínculo que a ti me une no es moral sino vital;
el vínculo es esta erosión, este amargo retroceso,
la intimidad sin salida de un sufrir intransitable;
la última, la fría determinación, que recorre mis huesos
y bate mis sienes. Sellada mi boca,
te habla mi corazón con latidos ciegos:
mi vínculo contigo, suicida, viene del fondo del mundo,
de este cuerpo y esta alma cuya vida hemos amado
y padecido a un punto insoportable.
Mi vínculo contigo, hermano de la sombra,
es esta feroz, interminable soledad.
Pero te tiendo la mano: nuestro viaje es largo,
el camino sin retorno.


IV

Herida de amor,
no abjures de mi alma,
devuélveme la flor estigia.

Oh, loto del Buda:
que con mi sangre florezcan
tus diez mil pétalos radiantes.


V

No te rompas, corazón,
acepta tu desdicha,
trasiega tu amargura,
abandona tus quimeras.

Corazón, corazón profundo:
ilumina mi camino,
acompaña mi silencio,
a mi alma da templanza.

Corazón, corazón vidente:
resiste esta noche sin fin,
sin esperanza.


VI

En selvas de palabras
me he perdido tantas veces
con locura, con pasión abrasadora.

Nada me llevó allá
salvo esta obsesión,
esta sed de vengar en mí al mundo,
este delirio de culpa y redención.

Pero ahora estoy del otro lado:
a lo lejos, el depravado fuego de los hombres
ya ensombrece el horizonte.

Oh, humareda de palabras:
ahora soy la selva,
su vértigo silencioso,
su impenetrable turbulencia.


VII

Otras manos son mis manos,
otro mi rostro,
otra mi distancia.
Cuando yazgo al pie de un árbol
camino a lo lejos;
en mi silencio, tumultuosamente hablo;
de cristal son mis secretos.

Uno y doble, a muerte juego mis verdades
cuando digo mis mentiras.

Demonio ubicuo: ¡mi dado está cargado!


VIII

Revuelo de sedas, paloma de luz,
en el aire te creas y deshaces,
musa de tu propia danza.

Desvelo de mi alma, cruel dulzura,
ahora vienes, ahora vas,
lágrima henchida de ausencia.

¿Pero eras tú,
de paso por aquel frescor de ensueño?

¿O era tu claridad,
mies de luna, seda de la sombra?


IX

Cargado y oscuro vienes
a la intemperie de mi alma.
Un silencio sobrenatural me envuelve.
Han partido todas las aves,
todos los vientos.
En el vasto cielo nada se mueve
salvo tu sombra.


X

No me señales,
hechicera,
ni me mires:
soy la lluvia,
el olvido,
los vientos,
la tarde solitaria.


XI

No preguntes, arrójame
tu sombra, tu misterio,
tu aliento cálido y fragante.
Mo me digas nada,
remonta los susurros,
las corrientes de fuego submarino.
No te desnudes,
demórate en jadeos y mordiscos,
y desciende por mi torso
con la espiga de tu lengua.
No te alces, Lilith, sólo bébeme
y desángrame, oh guardiana
estremecida de mis gozos.


XII

El chacal dará cuenta de ese ángel descarnado.

En el camino, de madrugada,
recuperan su instinto las criaturas de mi sueño:
tersa piel en movimiento,
crepitación ligera de mis sienes.

Aquel arupo que extravía su fragancia,
ese arroyo que serpentea en la colina,
aquel ibis y ese búho de la luna
se alimentan de mutuos resplandores.

Divina fertilidad oculta:
tu vaho envuelve lo visible
y todo tiembla, de madrugada, en mi camino.


XIII

Cuando me levanto,
señor de mi muerte,
abrazo a mi sombra
y avanzo al secreto.

Acompáñame, caminante,
arriba del hondón añoso:
esta sombra sube en pleno brío,
se expande, se adivina:
es luz, mas luz divina.


XIV

Amargo aquel amor,
amargo por dichoso,
amargo por obsceno,
amargo por perdido.

Si aún sueño en tu cuerpo,
¡en mí
no viertas más acíbar,
rescoldo del sollozo!

Amor amargo,
amor dichoso,
amor lascivo:
te rendí mis armas,
con ellas me has matado.


XV

Amorosa tiniebla,
femenina tiniebla,
angelical tiniebla,
tus alas bates, llévame a ti,
tus labios abres, dame tu vino,
tus senos ciñes, escucha mi corazón,
tu vientre acaricias, exhálame tu fragancia.

Diáfana tiniebla
ilumina mi alma,
eleva mi cuerpo,
devuélveme tu misterio.


XVI

Aleja de mí esta vanidad,
esta impudicia,
esta falsa epifanía,
este acento lastimero.

Sólo sé tu misma,
alma,
alma eterna,
frágil,
cadenciosa.


XVII

No moveré la rueda de mi mente
sino la de mi corazón:
que una mano a otra ciña,
que una mirada en otra se abisme,
que un cuerpo a otro penetre.

Moveré la rueda de mi mente
no la de mi corazón:
que decante esa pasión,
que sea sedimento,
sombra amada,
impalpable presencia.


XVIII

Tengo sed: me brindan sal.
Tengo sueño: me ofrecen un lecho de púas.
Estoy triste, vencido y solo: me regalan un espejo.
Así reconozco hoy las humanas ofrendas.


XIX

Sea mía
la flor que florece del dolor,
mío su trémulo perfume,
mía su herida dos veces viva,
mías las espinas de su corazón.

Alexis Naranjo: El oro de las ruinas (1994)