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lunes, 8 de septiembre de 2014

RITUAL DE LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

Mataremos a la gallina de los huevos de oro
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
mataremos a la gallina de los huevos de oro.

Romperemos el huevo de oro sobre una sartén
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
romperemos el huevo de oro sobre una sartén.

Incubaremos los huevos de oro que nos sobren después
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
incubaremos los huevos de oro que nos sobren después.

No por ambición mataremos a la gallina de los huevos de oro
sino por rebelión.
No por ambición romperemos el huevo de oro sobre una sartén
sino por desesperación.
No por ambición incubaremos los huevos de oro que nos sobren después
sino por compasión.

Pero no podremos matar a la gallina de los huevos de oro.

Porque un gallo se la llevó.
Porque un gallo se la llevó.
Porque un gallo se la llevó.

Y en todo el gallinero
sólo ese gallo deja oír su canción.

Sería un gallo hermoso
de no haber perdido su corazón;
sería un gallo amable
de no haber querido únicamente imponer su razón;
sería un gallo pulcro
de haberse librado de la gran tentación.

Y en cada madrugada
—como San Pedro al Señor—
nos hace sentir su negación,
nos hace sentir su negación,
nos hace sentir su negación.

Aunque el resto del día le cante apasionadamente a Dios.

Porque es un gallo cantor,
porque es un gallo pelucón,
porque es un gallo amo y señor.

porque es un gallo infinito,
como el gallo del cuento del gallo pelón.

Y la gallina de los huevos de oro
le ovula, matemáticamente, su fabuloso amor.

Fernando Cazón Vera: La pájara pinta (1983)

lunes, 18 de febrero de 2013

PERDIDOS

Tal y cual nos advirtieron
el silencio nos estaba rodeando
por los cuatro costados.

Bajaba desde el cielo impenetrable
como una lluvia sorda.

Venía desde el fondo de la tierra
como un sismo apagado.

Tal y cual nos dijeron
nuestros antiguos padres
con sus voces de piedra,
estábamos asediados y solos,
traicionados, perdidos.

El único recurso era morir,
refugiarse en la nada.

Pero la muerte
                     —¡muerte al fin!—
se mantenía callada.

Fernando Cazón Vera: La pájara pinta (1983)