—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
mataremos a la gallina de los huevos de oro.
Romperemos el huevo de oro sobre una sartén
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
romperemos el huevo de oro sobre una sartén.
Incubaremos los huevos de oro que nos sobren después
—y no por ambición y no por ambición y no por ambición—
incubaremos los huevos de oro que nos sobren después.
No por ambición mataremos a la gallina de los huevos de oro
sino por rebelión.
No por ambición romperemos el huevo de oro sobre una sartén
sino por desesperación.
No por ambición incubaremos los huevos de oro que nos sobren después
sino por compasión.
Pero no podremos matar a la gallina de los huevos de oro.
Porque un gallo se la llevó.
Porque un gallo se la llevó.
Porque un gallo se la llevó.
Y en todo el gallinero
sólo ese gallo deja oír su canción.
Sería un gallo hermoso
de no haber perdido su corazón;
sería un gallo amable
de no haber querido únicamente imponer su razón;
sería un gallo pulcro
de haberse librado de la gran tentación.
Y en cada madrugada
—como San Pedro al Señor—
nos hace sentir su negación,
nos hace sentir su negación,
nos hace sentir su negación.
Aunque el resto del día le cante apasionadamente a Dios.
Porque es un gallo cantor,
porque es un gallo pelucón,
porque es un gallo amo y señor.
porque es un gallo infinito,
como el gallo del cuento del gallo pelón.
Y la gallina de los huevos de oro
le ovula, matemáticamente, su fabuloso amor.
Fernando Cazón Vera: La pájara pinta (1983)
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