lunes, 22 de septiembre de 2014

EL ELEFANTE

En el bosque lloroso, bajo el viento de la tarde,
la noche, toda negra, se ha acostado contenta.
En el cielo las estrellas han huido temblando,
luciérnagas que brillan vagamente y se apagan;
arriba la luna está oscura, su luz blanca apagada.
Los espíritus andan dando vueltas.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

El árbol duerme en el bosque medroso, las hojas están muertas,
los monos han cerrado los ojos, colgados de las ramas allá arriba.
Los antílopes se deslizan con pasos silenciosos,
comen la hierba fresca, aguzan atentamente los oídos,
levantan la cabeza y escuchan asustados.
La cigarra se calla, detiene su canto rechinante.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

En el bosque azotado por la gran lluvia,
papá elefante camina pesadamente, baou, baou,
sin cuidado y sin miedo, seguro de su fuerza,
papá elefante a quien nadie puede vencer;
entre los árboles quebrados se para, y sigue otra vez.
Come, ruge, bota los palos y busca a su hembra.
Papá elefante, se te oyó desde lejos.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

En el bosque donde nadie pasa sino tú,
cazador, ten valor, salta y camina,
allí tienes carne, el gran trozo de carne,
la carne que camina como una loma,
la que alegra el corazón,
la carne que se va a asar en el fuego,
la carne en la que se entierran los dientes,
la rica carne roja y la sangre que se bebe humeante.
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!
¡Cazador de elefantes, toma tu arco!

Canto africano antiguo
              recopilado por Ernesto Cardenal
                            en su Antología de poesía primitiva (1979)

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