embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día;
emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar no descubierto
por ningún navegante todavía,
aunque uno sepa que hasta en los remotos
confines de los piélagos ignotos
le seguirá el cortejo de sus penas,
y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
le tentarán las últimas sirenas.
Ernesto Noboa Caamaño (c. 1910)
(Recogido luego en el volumen Romanza de las horas, de 1922)
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