y llenas el cielo de abrojos
y lastimas con tu soberbia
todo cuanto tocas,
quítame esa pesada penumbra
arráncame de raíz la tristeza.
Tú que conversas tan animadamente
con las elocuentes aves de la noche
y repartes el conformismo en diminutas grageas
aplaca esta desesperada sed.
Dame la fría indolencia de la piedra
o la pálida rigidez del mármol.
Vicente Robalino: La invención del cielo (2008)
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