viernes, 21 de enero de 2011

EL DOLOR (III)

Yo estaba solo, como todos,
pero vivía con cierta parte de mis ojos en las nubes
y una muy especial entre los cabellos
de una muchacha enredada entre mis sueños.

Por otra parte la muerte, que todos conocían,
me empujaba para todos lados,
a veces parecía como si yo fuese su sombra.
Y me sentaba en una banca muy cansado,
sin nada en los bolsillos como una canción
pasada de moda.

Altos edificios con cabezas de elefantes
y dientes de conejo, antes con tristeza de luna.
Y qué hago aquí —me decía— entre
los altos pensamientos de este tiempo,
con grifos como serpientes de gasolina
y microbuses con forma de pistola.
Dónde busco ese amor, con ventanas donde cuelgan
cabezas y párpados, al ras de las espaldas
donde cae todo un cielo,
la legaña de una nube perdida en el crepúsculo
de los pasteleros del río.

Altos cadáveres en los pasadizos encerados,
bajo una araña de esperma y esputo,
con sílabas de torturas en un mueble,
con una tortuga en una oreja cortada.
Altos puestos de periódicos
con lenguas de lagartijas y tristezas de iguana.

Existe un bar en mitad de la calle,
una luz que sabe cantar las canciones más tristes
y puede hacerte reír si eso es lo que quieres.
Existe muy arriba del cielo un vacío
al que todos llaman Dios.
Me siento con una botella, mirando cómo desfila la vida
detrás de la muerte.
Cuerpos de mañana nos vemos,
cuerpos de prostitutas con besos de hespérides.
Una botella se rompe en la esquina
y existía un rincón en la tierra donde te sentabas tranquilo,
el sol bajaba por la persiana
y esperabas que ella pasara con su cuerpo de ola,
su cuerpo de gaviota perdida en la ciudad.
Muy de mañana también un lucero te despertaba
y se apoderaba de tu corazón.

Una muchacha se sale de la marcha
con ganas de abrazarlo todo,
de salir para siempre del dolor que pesa más
que su corazón.
Sólo quiere llegar a su paradero,
a su casa, sólo desea un poco de cariño,
cuánto daría por un poco de eso aunque sea fingido,
porque la poesía no es todo.
Una sola lágrima en su interior
es capaz de devolverla a su sueño.

Dime, niña mala, ¿por qué acaba la calle
cuando va a empezar otra calle igual?
¿Por qué se acaban las botellas
y uno se queda con las ganas de todo
y con las botellas vacías y solo?
¿Por qué se sueña con los ojos cerrados
y se sufre con el corazón abierto?
¿Por qué me despedí con un beso de la muchacha
que amaba, y no la volví a ver ni en sueños,
pero ese mismo beso le seguía dando en todos
los sueños?

El cielo echa agua sucia sobre los corazones limpios,
la vida se acaba con un cigarrillo a medio fumar,
los periódicos vomitan un amor con los cabellos mojados,
los micros son el infinito con una boca vacía.
Un pájaro bayo penetra en la neblina
y se convierte en la garúa que oxida las antenas.
La claridad de las almas se parece a esta neblina
de cuerpos de cemento mojándose con más brillo en los ojos.
Hay un filo en la ventana que podría ser como el seno
de una promesa, donde uno recuesta su cabeza
y el cielo nunca mira hacia arriba.

Tú podrías ver el infinito a través de una lágrima,
el infinito de prostitutas azules,
el infinito de drogos con una luna encima.
Yo te vi pasar de prisa por esta avenida,
y en tus ojos se veía que sabías de qué estaban hechos
esos corazones que se ahogaban en alcohol,
cómo pesar un sueño con el delgado deseo de un ala,
por qué callaba demasiado el tigre
o por qué el silencio se apoderaba del invierno
cuando más necesitabas tapar el hueco dejado en tu cuerpo.
Tú sabías que la poesía era así,
por eso nunca quisiste salvarte.

Mira cómo se prende la neblina,
con esquinas de neón y volutas de párpados
con clavos oxidados.
Las primaveras se pudrieron al tratar de subir los edificios
y los pájaros ahora se estrellan con un ala.
Yo no sé para qué te pones de pie cuando viene
la realidad con ojos de mariposa y cuernos de sueño.
Yo no sé para qué te pones a correr, a subir escaleras,
para qué tienes un peine y una foto en una oreja.
Tú estás bien con esa sonrisa
en la luz de tu corazón.

Una calle con fetos corriendo entre grifos y jeringas,
y las ancianas llorando en las maderas
y las madres defecan entre sus cartones,
y el frío es el alma del tiempo.
Perros colgados de los postes,
el sol de los tuberculosos lavándose los pies
en el río pestilente, y un corazón que se arroja
del puente para penetrar la inmortalidad de los mortales,
para vivir con un reloj bajo el agua.
El dolor que brota de las uñas echa una flor.
Cómo caminar hacia uno mismo.
Cómo no desesperar ante esa palidez que se arrastra,
y come huesos.
Hay un sueño en un lugar escondido donde apenas
entra el último rayo de sol, que es como un beso.
Hay una vida para vivir
y otra para morir más allá de todas las cosas,
donde cada flor que se abre es para todos
y a cada uno le toca un pétalo que contiene a la flor misma.
Pero no es el paraíso.

Si acaba el amor, por qué no acaban también
las ganas de arrojar el corazón al mar.
Por qué se ha roto el cielo y la neblina
es el alma de los óxidos.
Hay una mujer a lo lejos, y uno olvida
y toma un sorbo de su propia lágrima y espera el invierno,
o la primavera con orejas de elefante.
Qué más da, qué más da
la muerte si también tiene uñas.
Pero si acaba la visión de la mujer que sostiene mis sueños,
qué cielo soportaría tanta tierra,
y qué mar no quisiera enterrarse en un caracol
más grande que el nacimiento.

Si tú te sentaras un momento, y los postes
te abrieran el camino como ángeles,
o vieras de una vez por todas la sonrisa
de la mujer que llora junto al llanto de su hijo,
adónde podrías ir si sólo quieres otra cosa
diferente en cada cosa.
Tú sólo conoces la muerte en cada instante,
pero nada es comparable a sí mismo,
el invierno devuelve sueños abortados,
hospitales en forma de caracol.
Si acaba algo debe ser para siempre,
o no debe acabar nunca, porque si acaba algo
debe simplemente ser sólo como romper
aquello que separa la realidad
de los sueños.

Entonces así como la humedad oxida las rejas
quisiera que también oxide mi corazón,
y que caiga como un fruto despreciable, amargo,
sobre una pista infinita.
He visto a la muerte entrar a un cine,
luego salir de la peluquería.
Debajo de los carros guardó un ala
que tocó alguna vez el paraíso,
el negro paraíso de una muchacha nerviosa
colgada de una pastilla.
Pero algún día habrá un día y será un día
como todos los días, pero ese día no será más un día y sí el día
que algún día llegará, porque el día nunca empieza
y si termina es sólo porque se cierran las rosas.

En el filo de la última avenida vi a una muchacha
que recogía llantén.
Los microbuses recogían a los tuberculosos
y el seno del cielo se posaba sobre los edificios plomos.
Pero yo vi, y no sólo yo,
y por qué esa maldita costumbre de empezar todo
en primera persona, pero decía que vi
algo maravilloso, no sé qué palabra es más exacta,
no hay ninguna palabra exacta,
y nada en general es exacto, por eso ella
se apareció cuando menos la esperaba
y tenía todo el universo y los límites destrozados.
Vieja, sola, loca, quise entrar en su mente,
quise ser su mente, quise que me ame
y yo desde su mente amar o matar,
pero en su mente sólo hay imágenes rotas,
su mente es frío, su mente es hambre,
su mente es nomedejescorazónmío,
me abracé al vacío, yo sé que nos encontraremos
algún día, le dije, muy cerca al vacío
habita la esperanza. Ella rió,
dijo que hacía sólo poesía

Miguel Ildefonso: I.M.D.H. (2004)

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