que el Ecuador existe
con todo lo que encierra
esta adorable herida de país,
también con nuestra
insoslayable realidad por dentro;
pero esta,
por cierto,
es una irreverencia
una suposición de ignorancia universal
que no es, desde luego, el lado flaco de los dioses.
Pero es que no se halla qué pensar,
si ustedes por acá nunca vinieron,
si en todos estos siglos nos pasaron por alto,
si en ninguna ocasión nos echaron de menos;
si ni de cuando en cuando recibimos
una estrella fugaz,
de esas de suma urgencia
que veíamos pasar
y nos ilusionábamos creyendo que las nuestras
estarían tan solo rezagadas
y llegarían después,
aunque a destiempo;
si ni por los confines de las noches,
en la inmensa escritura de las constelaciones,
hubo para nosotros
alguna vez una remota esquela
o aunque el más pasajero
de esos mensajes para melancólicos,
que uno lee,
que llegan adentro
y de repente con el sol se borran,
una simple garúa,
una garúa de su puño y letra;
si a menudo, rastreándolos
en el vacío de este desamparo
(hurgando en todas partes,
buscando la otra punta del ovillo,
anhelando siquiera la más leve evidencia
de que desde su allá
era por fin recíproco el abrazo,
de que también ustedes estaban con nosotros
y no solo nosotros, sin ustedes,
en la vigencia de un ferviente acuerdo)
nos hemos aferrado a la horrenda esperanza
de que estuvieran en los terremotos
o fueran erupciones de volcanes,
diluvios,
tempestades,
devastadores, pero al fin patentes,
desmesurados,
poderosos,
nuestros.
Aunque también con humildad
los sospechábamos en algún dolor,
en los tropiezos,
en los desamores,
en cualquiera
de esos mínimos derrumbamientos cotidianos
que tiene la existencia;
pero —siempre el vacío—
los pecados,
las pequeñas catástrofes
y las furias mayores,
todos eran ajenos.
Ahora
ya no podrán hacerse los muy desentendidos:
de par en par les dejo por escrito
que aquí hemos estado
(desde que ustedes
sin duda muy bien saben que vinimos)
puñados de esos negros de hace mares,
de hace ya travesías,
de hace lejos,
de hace una larga historia,
de hace ya harto terruño,
de hace vidas,
de hace ya cementerios,
de hace indios,
de hace ya un revoltijo en mayoría,
de hace ya tantos de nosotros mismos,
de hace ya mucho de este todavía
que hoy sigue siendo, como siempre ha sido,
palmario,
desde atrás,
desde hace tiempo.
Aquí sigue esperando la querencia,
dejen esa encumbrada negligencia
y vengan de una vez
un día de estos
a reconocernos.
Antonio Preciado: Jututo (1996)
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