domingo, 16 de octubre de 2011

TRÍPTICO DEL ÁNGEL


                                                   A Mercedes
                       I

¿De dónde caen
esas plumas descomunales
que yacen bajo la silla?

Hace un instante hubo
una pequeña conmoción,
una palabra o menos
nos mantuvo pendientes de la voz.

Cuanto permanecía atrás,
bajo la tenue luz de una lámpara votiva,
ha sucumbido.
Quizá fue el ala
del último heraldo entre nosotros
o un hálito del relámpago casero.

Entre los escombros
—ese casco de ladrillo con historia,
un puñado de cenizas y el papel enmohecido—
la huella de su paso.


                        II

Te miras en el espejo,
levantas el mechón
que te cubría el rostro,
una mano asciende por el vidrio
y roza la líquida mejilla
de aquella otra que te está mirando,
que me mira por encima de tu hombro.

¡Qué incendio atroz en esos ojos!
No es posible soportar
esa daimónica luz aquí tan cerca.
Te estás quemando, amor,
el mechón, brasas tus hombros,
y yo, que extiendo las manos
por salvarte, me hiero.

La ceniza en el suelo,
la huella de su paso.


                       III

De pronto comienzas a contarme
tus aventuras del día,
y cuando la culpa aguijonea
aparece el engaño.

Tampoco quisiera yo engañarte.
Inicio mi historia,
la imaginación cautiva
y acabo por fingir.

Nos miramos. Al fondo de las pupilas
brilla ese odio intenso del vigía.

Abatidos tragamos su sabor de ceniza,
la huella que a su paso nos dejó en los labios.


                                              Iván Carvajal: La ofrenda del cerezo (2000)

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