martes, 22 de noviembre de 2011

INVENTARIO

He creído vivir, como el feriante
que no posee predio ni solana
y confía en el oro de su alforja
—tras mudable cantar, cítara glauca—
y es irrisión, en tanto así persiste,
de quien conoce perdurables tasas.
He creído vivir, como el caudillo
que dispersa en denuestos sus palabras
y, dado el signo, ve —¿si será ensueño—
cual de alcotán huidas sus mesnadas.
He creído vivir. Nada poseo.
Nada supe. No fui. No dije nada.
No grabé en el basalto de la noche
la eternizada nota de mis armas.
No erigí valladares en las breñas.
No me arrogué jamás cotos de caza.
No mandé mensajeros con mi insignia
a los que regatean en el ágora.
Nada quise saber de aquel trasiego
que al socaire del mar se propagaba.
Nunca anhelé inquirir mi derrotero.
No conocí el cuaderno de bitácora.
Libre, sí. Como esquife que de pronto
horadando el dogal de las amarras,
incandescencia azul, en lo nocturno
instaurase el amianto de sus jarcias.
Libre, sí. ¿Que de brújulas no supe?
Verdad. Y es sinrazón echarlo en cara
a quien por noble tuvo tal estado
pudiendo postular lides más altas.
No monté el garañón de la codicia.
Viento de sangre no rondó mi casa.
Tal es mi condición. Tal mi linaje.
De carne y hueso soy. En vuestra cábala
la conjunción conocen de mis astros.
Recordad mi ascendencia. ¡Gente brava,
dada al sol, y a las justas agostizas,
cuando el cuerpo del rey duerme en la cárcava!
No esqueje del abismo, no del caos
granulación, sino envoltura humana
creo tener, y auguro que las crónicas
arroparán mi tránsito en su halda.
Hacia el Leteo de la permanencia
puso proa mi góndola de llamas.
Por estable y fecunda la reputo.
Bruñe mi frente el sol de la otoñada.
Pero estas manos, estas manos mías
que persiguen aún, que se entrelazan,
que describen parábolas de sombra,
que se obstinan, que niegan que me llaman
a aquella otra vida que he proscrito,
aquella otra, no sabéis, tan alta...
Tal me llegan, opacos de trayecto,
los disparos nocturnos en la dársena.
Pude haber sido, sí. Pude haber sido.
Pude haber sido. Y estas manos claman.

Pere Gimferrer: Mensaje del Tetrarca (1963)

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