Hay sangre en mi pensamiento, escribo sobre lápidas negras. Yo mismo soy el animal extraño. Me reconozco: lame los párpados que ama, lleva en su lengua las sustancias paternales. Soy yo, no hay duda: canta sin voz y se ha sentado a contemplar la muerte, pero no ve más que lámparas y moscas y las leyendas de las cintas fúnebres. A veces, grita en tardes inmóviles.
Lo invisible está dentro de la luz, pero, ¿arde algo dentro de lo invisible? La imposibilidad es nuestra iglesia. En todo caso, el animal se niega a fatigarse en la agonía.
Es el que está despierto en mí cuando yo duermo. No ha nacido y, sin embargo, ha de morir.
Así las cosas, ¿de qué perdida claridad venimos? ¿Quién puede recordar la inexistencia? Podría ser más dulce regresar, pero
entramos indecisos en un bosque de espinos. No hay nada más allá de la última profecía. Hemos soñado que un dios lamía nuestras manos: nadie verá su máscara divina.
Así las cosas,
la locura es perefecta.
Antonio Gamoneda: Arden las pérdidas (2003).
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