ir a la vida y no llevarnos nada
de su gentil fiesta hermosa?
¿Por qué no vive
el amor como nosotros
no como aroma, sino como flor siempre? Como esa música lejana y pura
de lo que es apellido, no como nombre, abre sus alas
sin especie o designio nuestra vida.
Así el amor nos llega:
como una luz que nunca ha amanecido. Sin oferta nos colma el más ligero
resplandor del recuerdo.
Las cosas no te aman, pero tampoco dejan
que tú las ames. Todo
te ha negado tu amor. ¿Y entonces?
A veces amanece y una flor nos regala su viejo nombre
aunque su olor se pudra. Pero jamás nos deja su veloz trino: flor;
ya sin savia y sin hojas,
sin color y sin sombra: sola flor, lejos de todo lo que aquí sea en la tierra
dolor o fruto, semilla o polen
para la desgracia.
Tú, nunca digas
gavilán, ni tordo, ni vencejo, ni águila, sino
ese apellido desolado y alto: pájaro. En silencio es la noche. Algo, de repente, nos pisa
en el deseo; algo que se hace ajeno
cruza la oscuridad. Y es allí, es allí todavía
en el asombro, el cuerpo.
Mira cómo a tu sombra acuden
todos los duendes de mi niñez ahora. Deja, deja que los fantasmas de nuestra infancia
lejos de aquí, y aun a pesar nuestro,
se visiten y se amen.
Diego Jesús Jiménez: Fiesta en la oscuridad (1976)
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