Alma mía, cosechadora de lo que siembro con el sudor de mi frente, con el frío sudor de mi frente, ¿puedes decirme a qué horas nos encontramos, en qué sitio desierto vamos a vernos?
El diablo no hace caso de mis citas, y Dios es sordo desde hace tiempo: ven tú, alma mía, testigo mío, dame todo lo que no tienes en tus manos, lo que no te pertenece, tu sonrisa, tus lágrimas.
¿Qué voy a hacer con ello? Nada. Quisiera echarte gasolina encima y prenderte fuego, alma mía. Para recuperarme.
Jaime Sabines: Diario semanario y poemas en prosa (1960)