Hace frío en la angosta rendija.
¿Adónde iremos a rezar,
viles e ínfimos?
El ángel de la espada llameante me toca
y no amo.
No hay amor.
Traslado trapos como traslado el deseo,
como traslado la resignación,
engarzándome,
a muerte
a degüello.
No hay sino cuerpo solo.
Lo que existe es cuerpo solo.
El resto es un violentarse de ácaros,
larvas.
Y el tiempo cava,
se vuelve hueco solo, sombra de su leve voz.
¿Canto o agonía?
Se hace sitio en sus propias mazmorras.
Echa el cerrojo.
Acarician sus nalgas tumescentes,
lamen los tubos de sus intestinos.
Se encenegan en leves esperanzas
y susurran las palabras de la ceremonia,
evasivas.
Sus ojos crecen.
Dos huecos vivos de vuelta al cuerpo,
negado cuerpo.
Se hunde en el letargo de su pupila,
mientras un roedor triste
se arrastra por el iris.
Se enfurece y tambalea.
¿La vieja jauría le dejará ir hasta el final?
Cuervos frioleros abandonan su hígado, caído.
Un solo abandono,
que leo y sigo.
Fabián Guerrero Obando: El viaje (2003)
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