y móvil como los álamos... para mi boca
como el agua te llegas, como la fruta caes,
y en el aire más simple del campo me retienes.
¡Qué eterno corazón nos ha nacido hoy día!
¡Qué nueva voz nos toca en la lengua madura,
y en el oído saltan amanecidos nombres!
Pero viene la tarde y el corazón eterno
calla...
¡Oh! Recréame, amada, que esta carne no pase
como los vientos pasan.
Hecha de tierra y alta por mis insomnes manos,
devuélveme la noche y ámame.
Desolado en la noche te nombro, tú respondes...
Sorda es la tierra, sordo el viento, sordo el infinito...
Pero digo tu nombre y tú contestas.
¿Qué más? Y en la esperanza prendidos
como el árbol, como la yerba, y en la esperanza
como el charco tendidos estamos. ¿Y qué más?
¡Vivimos! Locos, para morir solo vivimos...
Viene la muerte, todo a la muerte se va.
¿Y qué? Canta tu lengua, canta, dulce, saliva,
canta la llama en el fogón...
¡Vivimos!
Y el hijo vivirá... Canta la carne,
canta la tierra, canta el viento, canta el infinito.
¡Oh vida!... Y a la muerte caemos, sólo estamos
en la muerte, en la noche, en el silencio esencial.
¿Vivimos? No, morimos... nada más.
Como mi cuerpo cubre tu cuerpo, como buscan
mis manos y mis besos tus hondos goces, como
mi amor es a tu amor, así nos cubren
los viejos troncos de los pinos raudos
que talaron olvidados abuelos,
así buscan las llamas el apiadado leño
que entibia el alma y cuece el pan,
así las horas se entregan y se quedan
caídas y rendidas desde la eternidad.
Y sin embargo, amada, ¿qué ganamos? ¿Vivimos?
No, morimos, y apenas el sueño de una voz,
la sombra apenas de una mano, el recuerdo clavado,
somos... y nada más.
Vivir... Morir... ¿Qué importa?
La mentira viene a la boca como viene el pan.
Vivir... Morir... ¿Qué importa?
Amémonos... y en paz.
Sobre el cálido limo enorme, sobre el eterno
limo nos levantamos, los horizontes huyen,
los vientos bajan y las aguas nos cogen, largas...
La luz inmensa, la tierra inmensa crece.
¡El día! ¡El día! Goza, limpia.
¡Como la luz! ¡Como la tierra ama y pare!
—enfurecida por doquiera la vida está—
ama y pare, arranquemos de la muerte la carne...
No es fantasma tu cuerpo,
no es mentira la tierra que nos nutre...
Y si a morir venimos, antes
exprimamos los jugos, devoremos
los frutos, maceremos
las bocas y los pechos próvidos, los turgentes
pechos mordamos y ¡fecundemos!
Y si a morir caemos,
en la tierra caigamos, en los voraces
surcos de la materia,
sobre la hembra,
en el perpetuo sexo,
comidos por los soles y barridos por los trágicos vientos,
desde la vida, en la muerte tendidos,
desesperados, esperemos.
Francisco Granizo: Nada más el verbo (1969)