Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont: Les chants de Maldoror (1869)
sábado, 30 de junio de 2012
CHANT TROISIÈME (fragmento)
On me raconta ce qui s’était passé; car, moi, je ne fus pas présente à l’événement qui eut pour conséquence la mort de ma fille. Si je l’avais éte, j’aurais défendu cet ange au prix de mon sang ... Maldoror passait avec son bouledogue; il voit une jeune fille qui dort à l’ombre d’un platane, il la prende d’abord pour une rose ... On ne peut dire que s’éleva le plus tôt dans son esprit, ou la vue de cette enfant, ou la résolution qui en fut la suite. El se déshabille rapidement, comme un homme qui sait ce qu’il va faire. Nu comme une pierre, il s’est jeté sur le corps de la jeune fille, et lui a levé la robe pour commettre un attentat á la pudeur ... à la clarté du soleil! Il ne se gênera pas, allez! ... N’insistons pas sur cette action impure. L’esprit mécontet, il se rhabille avec précipitation, jette un regard de prudence sur la route pudreuse, où personne ne chemine, et ordonne au bouledogue d’étrangler avec le mouvement de ses mâchoires, la jeune fille ensanglantée. Il indique au chien de la montagne la place où respire et hurle la victime souffrante, et se retire à l'ècart, pour ne pas être témoin de la rentrée des dents pointues dans les veines roses. L’accomplissement de cet ordre put paraître sévère au bouldedogue. Il crut qu’on lui demanda ce qui avait été déjà fait, et se contenta, ce loup, au mufle monstrueux, de violer à son tour la virginité de cette enfant délicate. De son ventre déchiré, le sang coule de nouveau le long de ses jambes, à travers la praire. Ses gémissements se joignent aux pleurs de l’animal. La jeune fille lui présente la croix d’or qui ornait son cou, afin qu’il l’épargne; elle n’avait pas osé la présenter aux yeux farouches de celui qui, d’abord, avait eu la pensée de profiter de la faiblesse de son âge. Mais le chien n’ignorait pas que s’il désobéissait à son maître, un couteau lancé de dessous une manche, ouvrirait brusquement ses entrailles, sans crier gare. Maldoror (comme ce nom répugne à prononcer) entendait les agonies de la douleur, et s’étonnait que la victime eût la vie si dure, pour ne pas être encore morte. Il s’approche de l’autel sacrificatoire, et voit la conduite de son bouledogue, livré à de bas penchants, et qui élevait sa téte au-dessus de la jeune fille, comme un naufragé élève a la siene au-dessus des vagues en courroux. Il lui donne un coup de tied et lui fende un œil. Le bouledogue, en colère, s’enfuit dans la campagne, entraînant après lui, pendant un espace de route qui est toujours trop long pour si court qu’il fût, le corps de la jeune fille suspendue, qui n’a été dégagé que grâce aux mouvements saccadés de la fuite; mais, il craint d’attaquer son maître, qui ne le reverra plus. Celui-ci tire de sa poche un canif américain, composé de dix à douze lames qui servent à divers usages. Il oubre les pattes anguleuses de cet hydre d’acier; et, muni d’un pareil scalpel, voyant que le gazon n’avait pas encore disparu sous la couleur de tant de sang versé, s’apprête, sans pâlir, à fouiller corageusement le vagin de la malhereuse enfant. De ce trou élargi, il retire successivement les organes intérieurs; les boyaux, les poumons, le foie et enfin le cœur lui-même sont arrachés de leurs fondements et entraînés à la lumière du jour, par l’ouverture épouvantable.
lunes, 18 de junio de 2012
PASÓ UN POEMA
Pasó el hambre
Pasó el fuego
Pasó mi madre
Pasó mi padre por debajo
Pasó su palabra
Pasó la pelusa que articulaba el funcionamiento de su mandíbula y su cráneo
Pasó su calvicie
Pasó mi carrera con mi sombra hacia la tienda
Pasó mi forma de jugar al fútbol
Pasó mi hijo con veinte años de glorias nacionales
Pasó mi rápida asimilación de golpes al hígado
Pasó una mentira
Pasó otra
Pasó el ácido ser que tengo en el vientre
Pasó su poema
Pasó su mala composición
Pasó la carcajada profunda, interminable
Pasó mi hermano
Pasó mi otro hermano
Pasó mi madre otra vez
Pasó mi padre
Pasó una cantidad inmensa de autos que se detuvieron ante ellos
Pasó este cobarde
Pasó el claxon que el ser que tengo en el vientre reproduce contra las ventanas húmedas llenas de rocío
Pasó mi desnudez por la pista
Pasó mi vergüenza
Pasó mi doble con su mochila llena de fosforescentes explosivos
Pasó ese tartamudo
Pasó la última persona que nunca me pensó
Pasó mi insignia
Pasó su existencia
Pasó Pedro, María Leonor,
Pasó Manuel
Pasó mi profesor que usaba chompa marrón
Pasó su manzana de Adán
Pasó Edgar a la pizarra
Pasó Elvis Gutiérrez
Pasó la pelota de trapo al salón
Pasó Federico por la puerta que daba al recreo
Pasó el cuarto de servicio
Pasó el chico guapo y la chica guapa que tuvieron sexo
Pasó el pabellón nacional
Pasó la señorita auxiliar
Pasó el papel lustre color morado
Pasó una parvada de alumnos con los pantalones sucios y las camisas llenas de tajos azules
Pasó un avión
Pasó un auto por la avenida Belén, casi me atropella
Pasó un ser extraño saliendo de un edificio gris
Pasó una puta que no sabía que era puta
Pasó un chino fumando en la puerta de un chifa
Pasó un perro que puso las patas en un charco frío
Pasó un heladero
Pasó un señor rubio que quería un waffle
Pasó una parvada de alumnos con los pantalones sucios y las camisas llenas de tajos azules, gritándome
que fuéramos a la cancha a jugar pelota
Pasó un chibolo a un cuarto que tenía la cabeza de una vaca disecada y un tonel negro
Pasó que volví al partido aunque me cayó un pelotazo en la cara
Pasó que no lloré
Pasó que aún la seguimos
Pasó que no es tarde
Que se cola un poema más.
Pasó el fuego
Pasó mi madre
Pasó mi padre por debajo
Pasó su palabra
Pasó la pelusa que articulaba el funcionamiento de su mandíbula y su cráneo
Pasó su calvicie
Pasó mi carrera con mi sombra hacia la tienda
Pasó mi forma de jugar al fútbol
Pasó mi hijo con veinte años de glorias nacionales
Pasó mi rápida asimilación de golpes al hígado
Pasó una mentira
Pasó otra
Pasó el ácido ser que tengo en el vientre
Pasó su poema
Pasó su mala composición
Pasó la carcajada profunda, interminable
Pasó mi hermano
Pasó mi otro hermano
Pasó mi madre otra vez
Pasó mi padre
Pasó una cantidad inmensa de autos que se detuvieron ante ellos
Pasó este cobarde
Pasó el claxon que el ser que tengo en el vientre reproduce contra las ventanas húmedas llenas de rocío
Pasó mi desnudez por la pista
Pasó mi vergüenza
Pasó mi doble con su mochila llena de fosforescentes explosivos
Pasó ese tartamudo
Pasó la última persona que nunca me pensó
Pasó mi insignia
Pasó su existencia
Pasó Pedro, María Leonor,
Pasó Manuel
Pasó mi profesor que usaba chompa marrón
Pasó su manzana de Adán
Pasó Edgar a la pizarra
Pasó Elvis Gutiérrez
Pasó la pelota de trapo al salón
Pasó Federico por la puerta que daba al recreo
Pasó el cuarto de servicio
Pasó el chico guapo y la chica guapa que tuvieron sexo
Pasó el pabellón nacional
Pasó la señorita auxiliar
Pasó el papel lustre color morado
Pasó una parvada de alumnos con los pantalones sucios y las camisas llenas de tajos azules
Pasó un avión
Pasó un auto por la avenida Belén, casi me atropella
Pasó un ser extraño saliendo de un edificio gris
Pasó una puta que no sabía que era puta
Pasó un chino fumando en la puerta de un chifa
Pasó un perro que puso las patas en un charco frío
Pasó un heladero
Pasó un señor rubio que quería un waffle
Pasó una parvada de alumnos con los pantalones sucios y las camisas llenas de tajos azules, gritándome
que fuéramos a la cancha a jugar pelota
Pasó un chibolo a un cuarto que tenía la cabeza de una vaca disecada y un tonel negro
Pasó que volví al partido aunque me cayó un pelotazo en la cara
Pasó que no lloré
Pasó que aún la seguimos
Pasó que no es tarde
Que se cola un poema más.
Pablo Salazar-Calderón: piedralaventanaelcielo (2001)
martes, 5 de junio de 2012
EL CERRO DE MONTAMARTA DICE
Un día habrá en que llegue hasta la nube.
¡Levantadme, mañanas, o quemadme! ¿Qué puesta
de sol traerá la luz que aún no me sube
ni me impulsa? ¿Qué noche alzará en esta
ciega llanura mía la tierra hasta los cielos?
Todo el aire me ama
y se abre en torno mío, y no reposa. Helos
ahí a los hombres, he aquí su pie que inflama
mi ladera buscando más altura,
más cumbre ya sin tierra, con solo espacio. Tantos
soles abrí a sus ojos, tantos meses, en pura
rotación acerqué a sus cuerpos, tantos días
fui su horizonte. Aún les queda en el alma
mi labor, como a mí su clara muerte.
Y ahora la tarde pierde luz y hay calma
nocturna. ¡Que despierte
por última vez todo a la redonda
y venga a mí, y se dé cuenta de la honda
fuerza de amor de mi árido relieve,
del ansia que alguien puso en mi ladera!
Ved que hay montes con nieve,
con arroyos, con pinos, con flor en primavera.
Ved que yo estoy desnudo, siendo sólo un inmenso
volcán hacia los aires. Y es mi altura tan poca.
¡Un arado, un arado tan intenso
que pueda hacer fructífera mi roca,
que me remueva el grano
y os lo dé, y comprendáis así mi vida!
Porque no estaré aquí sino un momento. En vano
soy todas las montañas del mundo. En vano, ida
la noche volverá otra vez la aurora
y el color gris, y el cárdeno. Ya cuando
lo mismo que una ola esté avanzando
hacia el mar de los cielos, hacia ti, hombre, que ahora
me contemplas, no lo sabréis. No habrá ya quien me vea,
quien pueda recorrerme con los pies encumbrados,
quien purifique en mi amor y tarea
como yo purifico el olor de los sembrados.
¡Levantadme, mañanas, o quemadme! ¿Qué puesta
de sol traerá la luz que aún no me sube
ni me impulsa? ¿Qué noche alzará en esta
ciega llanura mía la tierra hasta los cielos?
Todo el aire me ama
y se abre en torno mío, y no reposa. Helos
ahí a los hombres, he aquí su pie que inflama
mi ladera buscando más altura,
más cumbre ya sin tierra, con solo espacio. Tantos
soles abrí a sus ojos, tantos meses, en pura
rotación acerqué a sus cuerpos, tantos días
fui su horizonte. Aún les queda en el alma
mi labor, como a mí su clara muerte.
Y ahora la tarde pierde luz y hay calma
nocturna. ¡Que despierte
por última vez todo a la redonda
y venga a mí, y se dé cuenta de la honda
fuerza de amor de mi árido relieve,
del ansia que alguien puso en mi ladera!
Ved que hay montes con nieve,
con arroyos, con pinos, con flor en primavera.
Ved que yo estoy desnudo, siendo sólo un inmenso
volcán hacia los aires. Y es mi altura tan poca.
¡Un arado, un arado tan intenso
que pueda hacer fructífera mi roca,
que me remueva el grano
y os lo dé, y comprendáis así mi vida!
Porque no estaré aquí sino un momento. En vano
soy todas las montañas del mundo. En vano, ida
la noche volverá otra vez la aurora
y el color gris, y el cárdeno. Ya cuando
lo mismo que una ola esté avanzando
hacia el mar de los cielos, hacia ti, hombre, que ahora
me contemplas, no lo sabréis. No habrá ya quien me vea,
quien pueda recorrerme con los pies encumbrados,
quien purifique en mi amor y tarea
como yo purifico el olor de los sembrados.
Claudio Rodríguez: Conjuros (1958)
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