La luz es el primer animal visible de lo invisible.
Lezama Lima
Duermes bajo la piel de tu madre y sus sueños penetran en tus sueños. Vais a despertar en la misma confusión luminosa.
Aún no sabes quién eres; estás indecisa entre tu madre y un temblor viviente.
§
Fluías en la oscuridad; era más suave que existir.
Ahora, cuando una lágrima demasiado viva podría herir tu rostro,
vas cautelosa hacia ti misma.
§
Como si te posases en mi corazón y hubiese luz dentro de mis venas y yo enloqueciese dulcemente;
todo es cierto en tu claridad:
te has posado en mi corazón,
hay luz dentro de mis venas,
he enloquecido dulcemente.
§
yo te llevo en mis brazos y te siento vivir.
Después salimos a la luz y, por primera vez,
tú ves el cielo y lo señalas y lo nombras.
Es verdad; en el extremo de tus manos,
el cielo es grande y azul.
§
Acerqué mis labios a tus manos y tu piel tenía la suavidad de los sueños.
Algo semejante a la eternidad rozó un instante mis labios.
§
Algunas tardes el crepúsculo no enciende tus cabellos;
no estás en ningún lugar y hablas con palabras cuyo significado desconoces.
Así también es mi pensamiento.
§
Eres como la paloma que roza la tierra y se levanta y se aleja en la luz.
Tú atraviesas un resplandor
y yo te amo desde lejos.
§
Vas a volver
"cuando nazcan las cerezas y despierte la tórtola".
Has dibujado el mundo en una mentira luminosa.
Yo vi los ojos de la tórtola enrojecidos por la ira,
sé que en el lauro habita el ácido prúsico
y que sus frutos inmovilizan el corazón de los pájaros.
Pero hay cerezas ocultas en la nieve y
oigo el gemido de la tórtola.
§
Llueve en hebras doradas
y envuelven nuestros cuerpos los perfumes de marzo.
Sucede como en tus ojos:
llueve a través de la luz.
§
Con tus manos conducidas por una música que vagamente recuerdas,
dices adiós en el umbral. Ah insensata dulzura,
dices adiós en el umbral y de tus manos se desprende
un instante sin límites.
§
Entra en tu madre y abre en ella tus párpados,
entra despacio en su corazón.
Vuelve a ser fruto en el silencio. Sed
como un árbol que envuelve la palpitación de los pájaros
y se inclina, y descienden el perfume y la sombra.
§
En tus labios se forman palabras desconocidas
y lo invisible gira en torno a ti suavemente.
§
Tu rostro sale del espejo como un ala que abandona el instante. Yo amo tu rostro en el espejo; yo
amo cuanto me está abandonando.
§
Oigo tu llanto.
Subo a las habitaciones donde la sombra pesa en las maderas inmóviles, pero no estás: sólo están las sábanas que envolvieron tus sueños.
¿Todo en mí es ya desaparición?
No aún. Más allá del silencio,
oigo otra vez tu llanto.
Qué extraña se ha vuelto la existencia:
tú sonríes en el pasado
y yo sé que vivo porque te oigo llorar.
§
Con tu lengua atravesada por una ignorancia luminosa hablas de una flor invisible. Hablas de ti misma.
Nunca tuve en mis manos
una flor invisible.
§
Estaba ciego en la lucidez pero tú has hecho girar la locura.
Todo es visión, todo está libre de sentido.
§
Tus cabellos en mis manos, su resplandor atravesado por enjambres invisibles, por instantes que no cesan de abandonarme;
tus cabellos entre dos falsas eternidades.
Ah extrañeza llena de luz: tus cabellos
en mis manos.
§
Estás sola en ti, debajo de tu luz, llorando.
Hay un pétalo herido en tu rostro.
Fluye
tu llanto en mis venas. Tú
eres mi enfermedad y tú me salvas.
§
Miras la nieve prendida en las hojas del lauro. Retienes en
tus ojos la blancura y la sombra y adviertes el silencio de los pájaros.
Yo sé que los pájaros han huido, que no van a volver y que
tú existes más allá de mis límites.
Tú eres la nieve.
§
Sobre el estanque
las palomas giran en torno a tu cabeza.
Cuando sus alas cruzan tus cabellos, yo me inclino y veo tu
claridad en el agua
y yo estoy en tu claridad y me desconozco:
estoy coronado de palomas
dentro del agua. En ti.
§
Sueñas.
Tienes miedo de lo que no existe y oyes gemidos en jardines
negros.
Yo también tengo miedo de mi rostro que se va haciendo
invisible.
Cesa de soñar, o, mejor, sueña los rostros que están fuera de
ti:
mírame.
§
En tus ojos se inmoviliza la tristeza; no es aún tu
tristeza, pero me miras
y de tus ojos cae un pétalo de sombra.
§
Te olvidas de mirarme; ah ciega llena de luz.
Tus brazos se retiran de mí, pero yo huyo de mí en tus
brazos.
Tu pensamiento me ignora
pero yo soy tu pensamiento.
§
Como música de la que aún permanece el silencio siento tus
manos lejanas en mí.
Así es
la desaparición y la dulzura.
§
No es el grito de los pájaros más allá de las sombras
ni el temblor del azufre en la quietud de la tormenta;
no es el mercurio en mis venas
ni el espesor del verano en mi corazón.
No es nada realmente: tu rostro ha abandonado mis sueños
y no te encuentro debajo de mis párpados.
§
Temes mis manos
pero a veces sonríes y te extravías en ti misma
y, sin saberlo, extiendes luz en torno a ti
y yo adelanto mis manos y no llego a tocarte; únicamente
acaricio tu luz.
§
Huyó de mí.
Quizá está en ti y apenas lo sientes en tu pequeño corazón.
Sí; es una sombra; no
pesa en tu corazón.
§
Dices: “va a venir la luz”. No es su hora
pero tú desconoces la imposibilidad:
piensas la luz.
§
Yo estaré en tu pensamiento, no seré más que una sombra
imprecisa;
habré existido en un instante en que la alegría y la piedad
ardían en tus ojos.
Pero también quiero permanecer desconocido en ti.
Desconocido. Simplemente envuelto en tu felicidad.
Tú distraída en tu luz y yo apenas viviente en ella, y así,
imperceptiblemente amado, esperar la desaparición.
Aunque quizá estamos ya separados por un hilo de sombra y
cada uno está en su propia luz
y la mía es la que tú vas abandonando.
§
Eres como una flor ante el abismo, eres
la última flor.
Antonio Gamoneda: Cecilia (2004)
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