A pesar del amor,
siento la tentación
de hundirme en el infierno,
y me humillo, sediento de placer,
y el excremento
a mi garganta trepa.
Odié su castidad; quiero los ayes
de la hospiciana
en ese catre inmundo,
el olor de la muerte entre sus piernas
—desesperadas manos
hurgan la inmundicia.
Nadie puede escuchar mi rebeldía
—tú habitas sola y apartada, lejos—
en mí mismo resbalo, ya tirito,
devuelvo las entrañas y blasfemo.
Me odio de tal modo que te niego,
sólo el agua del alba me redime,
el agua y tú —ambas se escapan.
Media botella queda todavía.
Francisco Tobar García: Ebrio de eternidad (1991)
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