Pocos quedaban ya porque los mares
se creen bosques de olas y de tumbas sin lápida.
El fondo de mis ojos es de adioses,
de brazos levantados, de llamadas de auxilio
y de sombras perdidas definitivamente.
He subido hasta un monte de la isla
y dominando el mar los he buscado.
Si contemplé la peña que habita Polifemo
lo imaginé ya ciego, herido por mi mano.
Y por mi mano herida abandoné a Calipso,
y por mi boca herida he despreciado a Circe,
y por mí misma herida he disuelto la vida
en huidas, abandonos, maldiciones y muerte.
Dos décadas ahogándome con ellos,
con la sal en los labios, vinagre en el costado
o el fuego de la hoguera entre las piernas.
Y tú fuiste testigo, también abandonada,
aunque oculta me sigas, me acompañes, me adores,
mas no dejas que bese tu boca ni tus ojos.
Yo me confieso un fénix que renace
del moho de ceniza de la muerte.
Me miro en el espejo y huelo a muerto
porque me fui muriendo, ahogándome en mí mismo.
Tú viniste conmigo, flor de madrugada,
y frente a las columnas del templo de la orilla
me mostraste el color de la puesta del día.
Sólo lo vi de sangre.
Al menos me enseñaste cómo tensar el arco.
He regresado a Ítaca. He vuelto a la rutina
que creía olvidada. Me lavan y perfuman.
Llevo una saya limpia. Salgo al amanecer
a resolver asuntos del trabajo.
Cuando cierro los ojos por la noche
y me abraza Penélope amorosa
veo rostros de mujeres, largos brazos de hombres agitándose,
gestos de adiós perdiéndose en las olas,
ojos ciegos de ardor en una frente.
Ansío encontrar la mina del canto y de la lengua".
Jorge Urrutia: El mar o la impostura (2004)
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