lunes, 27 de mayo de 2013

    ¡O llama de amor viva,
    que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
    Pues ya no eres esquiva,
    acaba ya si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.

    ¡O cauterio suave!
    ¡O regalada llaga!
¡O mano blanda! ¡O toque delicado,
    que a vida eterna sabe
    y toda deuda paga,
matando muerte en vida la has trocado!

    ¡O lámpara de fuego
    en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido
    que estaba obscuro y ciego
    con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

    ¡Cuán manso y amoroso
    recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
    y en tu aspirar sabroso
    de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!

San Juan de la Cruz (1542-1591)

lunes, 20 de mayo de 2013

EL LECHO

Este es un lecho,
                           digo.
Y sé que no fue un lecho,
                                        sino
un acantilado
batido por espumas y hogueras
de delirio;
bosque donde el amor
                                   atronó
con torrentes y espadas
                                     y tropeles
de animales en llaga.
Ahora, solamente,
                             barco inerte
encallado en fango de estupor,
coágulo gris de espacio.

Pero aquí sumergió el tiempo
sus témpanos de llamas.
Aquí se desgarraron los arneses
de seda de la carne.
Y, en la blancura de la almohada,
tu cabellera fue
                         como un río de trigo
desbordado en la nieve,
o una enredadera de soles
                                         y relámpagos.
(Todo es revelación,
                                reiteración,
                                                  refracción
del incesante vaho de la sangre,
formas que asume el vértigo
para reconocerse.)
Aquí fue la batalla
                             y la derrota.
(La transfiguración,
                               no la victoria,
permite sólo el tiempo.)
¡Ah palacio invadido
por las vegetaciones del fuego
                                                y del tormento!
Aquí estuvo tu cuerpo,
como sobre un bloque de sal
un látigo dormido de diamantes.
Tu cuerpo que desata los oleajes
e invoca las potencias
                                  del huracán
                                                     y del sismo.
Tu cuerpo en el que afila
                                        el halcón
el dardo de sus ojos.

Devastación
                    y flores
                                 llovió aquí.
Crujió este lecho al peso de los cuerpos
como un inmenso escarabajo pisoteado;
como las raíces de un pino
                                          que se suicidara
dando un súbito salto;
                                   como el eje del mundo.

Al pie,
           despojo triste del océano,
tus prendas interiores,
como un puñado de mariposas abatidas...

Este es un lecho.
                           Miro este espacio inerte,
y sé que hubo un instante
en que nos demoramos,
                                     en que nos devoramos,
pero sin consumirnos.

Efraín Jara Idrovo (1970)

lunes, 13 de mayo de 2013

AGUA SEXUAL

Rodando a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.

Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,
un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo,
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.

Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,
bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y medias de mujer,
y pelos de hombre,
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.

Veo los sueños sigilosos,
admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirando.

Y entonces hay este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra,
y con las dos mitades del alma miro al mundo.

Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,
veo caer un agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.
Veo correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos.

Pablo Neruda: Residencia en la tierra (1925-1931) (1935)

lunes, 6 de mayo de 2013

EL ALGARROBO

El sol ha regresado esta tarde al desierto
como una fiera radiante. Viéndolo así,
tan furioso, se diría que viene de calcinar toda la tierra.

Ha venido a ensañarse
donde todo ya parece agonizar. Huyeron
del repaso de los muertos el zorro gris, los alacranes
y la invisible serpiente de arena.
Sólo el algarrobo, acostumbrado como está
a su vida intensa pero precaria, ha permanecido quieto,
solitario entre las dunas innumerables.

Este árbol nudoso, en su crecimiento
ha fijado posturas inconcebibles: alguna vez
cimbró la cintura como un danzante joven y desmañado,
alguna vez, aturdido,
estiró erráticamente los brazos retorcidos,
alguna vez dejó caer una rama en tierra como una rendición.
No hay cuerpo más torturado.
Lo único feliz en él es su altísima cabellera verde que va
donde el viento quiere que vaya.

El algarrobo me pone frente al lenguaje.
En este paisaje tan extremadamente limpio
no hay palabras. Él es la única palabra
y el sol no puede quemarla en mi boca.

José Watanabe: Banderas detrás de la niebla (2006)