domingo, 29 de septiembre de 2013

BLUES

Para Cristian

I

Hoy dejo de escribir mi historia personal contigo

hoy que ya es mañana sin ti porque me has dejado

hoy que la luz del día dura tanto y agobia el corazón como si fuera el peso del mundo

caigo en tu presencia dejada al viento

ida ya.


II

La vida, como la muerte, mancha;
pero no es lo único que hace:
a menudo me olvida en el bar
donde te espero y nunca llegas.


III

Me acuesto y me levanto con la cabeza llena de ti.


Roy Sigüenza: Cuatrocientos cuerpos (2009)

lunes, 23 de septiembre de 2013

OTRA VEZ AMARILIS

El tiempo ha pasado y vuelves a mi memoria.

Tu auto trepando hacia la sierra, la Cream-Rica,
¿recuerdas?, volteando a la derecha, todos esos moteles.

Entonces éramos nosotros; no tú, no yo. Me quiérote,
te gózame, me amándonos, decíamos.

¿A quién llevas ahora? Contigo entre las piernas
¿quien pega alaridos y triza los espejos
donde nos repetíamos bestialmente y dulcísimos?

¿Qué otro vientre recibe tu miel mía, peruano? Di
qué frívola puta, qué sórdida hipócrita limeña,
qué casada cuidadosa del cornudo.

Hijo de perra, ¿lo haces? Pero allí no, nunca, con
nadie vuelvas a la habitación 35. Que se te
muera para siempre, que se te pudra si regresas.

Una vez dije allí no, ¿recuerdas?, dije después
donde quieras. Tú me observabas igual que un
entomólogo, eras un médico lascivo examinando
una muchacha muerta de amor: no hables, eres
una muñeca, un cuerpo sin voluntad, y me
tocabas probándome y fui un durazno de esos
que se abren con la mano.

Un durazno, dijiste a mis espaldas, a la luz de la tarde,
separando con suavidad mis carnes, descubriendo
lo que ni yo conozco, mi zona más oscura, la que
guarda esa caricia atroz, obscena y tuya que no olvido.

Júralo: no has de volver a esa cama con nadie. Me has
negado tu cuerpo, el que gustaba mirar impúdico y
erecto viniendo a mí, el túyo que era el mío.
Concédeme eso entonces: anda a otro sitio a hacer tus porquerías.

O vuelve a la habitación 35. El tiempo ha pasado,
ya no hay sino recuerdos y Amarilis qué puede sino
juntar palabras. Ahora somos tú y yo, no existe más
nosotros. Uno y uno, dos solos: yo y esa mierda que
tú soy y yo añoras, desgraciado.


Poema atribuido apócrifamente a Márgara Sáenz (1937-1964),
poeta guayaquileña inventada, según los entendidos,
por los peruanos Mirko Lauer, Abelardo Oquendo
y Antonio Cisneros en los años setenta.

domingo, 15 de septiembre de 2013

CARTA DE AMOR

Ven aquí, junto al mar y las palmeras,
y construyamos el mundo que tú sueñas,
prisionero hoy
bajo tu superficie transitoria.

Quiero ser tu arquitecto,
quien levante en tu arcilla
el bosquejo que ocultan
tu piel, tu voz, tus ojos,
tu cabellera y tu sonrisa.

Quiero ser el único habitante
de aquella isla verde que eres hoy,
desterrar los implacables fantasmas que te pueblan,
para poblarte yo.

Ven aquí,
a la tierra verde sin represas,
cuyo estallido vegetal confunde
al cielo, al aire, los ríos, las estrellas,
y toma mi palabra,
mi júbilo de negro y mi esperanza,
para que todo lo conduzcas
por la avenida deshabitada de tu sangre,
y se alce invencible en la tierra
mi puño fundido con el tuyo.

Hay una casa abandondada, recubierta de polvo,
que espera ansiosamente
tu llegada cordial.
Y un hombre que te llama
en la angustiosa longitud de cada día.
Y un escritorio de veras olvidado,
unas flores marchitas,
y una capa de polvo
que recubre las cosas.
Ven aquí, al mar y las palmeras,
donde los cununos, la marimba y los negros
estamos esperándote,
como la canción milagrosa de la tierra.

Nelson Estupiñán Bass: Timarán y Cuabú (1956)

domingo, 8 de septiembre de 2013

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad porque muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Luis Cernuda: Los placeres prohibidos (1931)

domingo, 1 de septiembre de 2013

LOS DOMINGOS

Los domingos morimos un poco.  Por esto el miedo
a la hora en que se ensanchan los minutos lentos,
expectantes, de la noche. Y están los restos
del naufragio de la semana: la mirada rabiosa del cobrador,
las ofertas, en obscenas agencias, de viajes imposibles
a islas paradisíacas del Pacífico,
la rutina del crimen en las páginas de sucesos, las crónicas,
los divorcios, la mirada de aquel perro enfermo,
el temblor de un pájaro enjaulado al presentir el colapso de su dueño,
la misma viejita vestida de luto insultando al frutero.
Restos de la semana que se acumulan en las brasas del pánico,
pánico de imaginar que morimos un poco con los desperdicios
de una semana igual que las demás, sin novedad al frente
y sin que doblen las campanas.

Se escuchan los transistores encendidos por todo repique,
por todo ritual funerario, en el falso silencio de la noche
de este domingo en el que miramos al cielo esperando alguna señal,
algo que rompa la extenuante tensión de extinguirse
sabiendo que al día siguiente nada habrá pasado
y lo anterior será olvidado con un borrón y cuenta nueva
muy propio del descarado optimismo falaz
de los días que componen el armario o proceder
de la semana que se avecina.

Luis Enrique Belmonte: Registro inútil (1998)