domingo, 10 de noviembre de 2013

Dos palomas han querido,
arrullándose en el hueco
del tronco del árbol seco,
vivir juntas en un nido.

Una de ellas apresada
en lazo traidor un día
se retuerce en la agonía...
Muere lejos de su amada.

Y la otra se desespera
sobre el viejo tronco, y gime,
preguntando al aura: dime,
¿dónde está mi compañera?

¿Cómo puedo con orgullo
contemplarme en su pupila?
¿Dormiré nunca tranquila
sin su dulcísimo arrullo?

Y como el aura a su queja
murmura, mas no responde,
parte al fin —no sabe dónde—,
y el nido desierto deja.

Volando de rama en rama
y de una peña a otra peña,
siempre en buscarla se empeña,
siempre doliente la llama.

Cuando no puede en el viento
tender el ala anhelante,
va con sus pies adelante,
sin reposar un momento.

Y corriendo sin cesar,
arrastrándose en el suelo,
muere al cabo, sin consuelo,
de cansancio y de pesar.


(Segundo arawi del Ollantay, según lo anotara Nataniel Aguirre en
Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la independencia (1885).
Se trata de una versión bastante libre del texto colonial quechua,
siendo muy distinta de otras traducciones más apegadas al original.
Quizá el modelo utilizado por Aguirre no haya sido exactamente el texto
hoy reconocido para el Ollantay, o quizá se trata de un arawi
que en realidad no proviene de ese texto dramático.)

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