domingo, 27 de abril de 2014

BREVE DISEÑO DE LAS CIUDADES DE GUAYAQUIL Y QUITO

                                                       (Carta joco-seria escrita por el autor
                                                       a su cuñado don Jerónimo Mendiola,
                                                       describiendo a Guayaquil y Quito.)

Dichoso paisano, en quien
con diversísimos modos
se miran los dones todos,
todas las prendas se ven,
perdona si en parabién
de tu carta no te da
algo mi amor, porque ya
cuanto yo darte podía,
que era la voluntad mía,
tú te la tienes allá.

Mostrárteme agradecido
hoy mi empeño viene a ser,
y para poderlo hacer
de estos versos me he valido;
recíbelos advertido,
de que si aun el don mayor
sólo recibe valor
del amor de quien lo da,
inmenso mi don será,
pues es inmenso mi amor.

Contarte un pesar intento
por ver si puedo lograr
el que mi propio pesar
sirva de ajeno contento;
escúchame, pues, atento,
que ya mi triste gemido
empieza a dar condolido
dos efectos a mi canto,
pues lo que en mi voz es llanto
será música en tu oído.

Guayaquil, ciudad hermosa,
de la América guirnalda,
de tierra bella esmeralda
y del mar perla preciosa,
cuya costa poderosa
abriga tesoro tanto,
que con suavísimo encanto
entre nácares divisa
congelado en gracia y risa
cuanto el alba vierte en llanto.

Ciudad que es por su esplendor,
entre las que dora Febo,
la mejor del mundo nuevo
y aun del orbe la mejor;
abunda en todo primor,
en toda riqueza abunda,
pues es mucho más fecunda
en ingenios, de manera
que, siendo en todo primera,
es en esto sin segunda.

Tribútanle con desvelo
entre singulares modos
la tierra sus frutos todos,
sus influencias el cielo;
hasta el mar que con anhelo
soberbiamente levanta
su cristalina garganta
para tragarse esta perla,
deponiendo su ira al verla
le besa humilde la planta.

Los elementos de intento
le miran con tal agrado,
que parece se ha formado
de todos un elemento;
ni en ráfagas brama el viento,
ni son fuego sus calores,
ni en agua y tierra hay rigores,
y así llega a dominar
en tierra, aire, fuego y mar,
peces, aves, luces, flores.

Los rayos que al sol regazan
allí sus ardores frustran,
pues son luces que la ilustran
y no incendios que la abrasan;
las lluvias nunca propasan
de un rocío que de prisa
al terreno fertiliza,
y que equivale en su tanto
de la aurora al tierno llano,
del alba a la bella risa.

Templados de esta manera
calor y fresco entre sí,
hacen que florezca allí
una eterna primavera;
por lo cual si la alta esfera
fuera capaz de desvelos,
tuviera sin duda celos
de ver que en blasón fecundo
abriga en su seno el mundo
ese trozo de los cielos.

Tanta hermosura hay en ella
que dudo, al ver su primor,
si acaso es del cielo flor,
si acaso es del mundo estrella;
es, en fin, ciudad tan bella
que parece en tal hechizo,
que la omnipotencia quiso
dar una señal patente
de que está en el Occidente
el terrenal paraíso.

Esta ciudad primorosa,
manantial de gente amable,
cortés, discreta y afable,
advertida e ingeniosa,
es mi patria venturosa;
pero la siempre importuna
crueldad de mi fortuna,
rompiendo a mi dicha el lazo,
me arrebató del regazo
de esa mi adorada cuna.

Buscando un lugar maldito
a que echarme su rigor,
y no encontrando otro peor,
me vino a botar a Quito;
a Quito otra vez repito
que entre toscos, nada menos,
varios diversos terrenos,
siguiendo, hermano, su norma,
es un lugar de esta forma,
disparate más o menos.

Es su situación tan mala,
que por una y otra cuesta
la una mitad se recuesta,
la otra mitad se resbala;
ella se sube y se cala
por cerros, por quebradones,
por guaicos y por rincones,
y en andar así escondida
bien nos muestra que es guarida
de un enjambre de ladrones.

Tan empinado es el talle
del sitio sobre que estriba,
que se hace muy cuesta arriba
el andar por cualquier calle;
no hay hombre que no se halle
la vista en tierra clavada,
porque es cosa averiguada
que el que anda sin atención
cae, sino en tentación,
en una cosa privada.

Hacen a Quito muy hondo
una y otra rajadura,
y teniendo tanta hondura,
es ciudad de ningún fondo.
Aquí hay desdichas a bondo,
aquí el hambre y sed se aúnan
y a todos nos importunan;
aquí, en fin, ¡raros enojos!
los que comen son los piojos,
los demás todos ayunan.

Son estos piojos taimados
animales infelices,
grandes como mis narices,
gordos como mis pecados;
cuando veo que estirados
van muy graves en cuadrilla,
me asusto que es maravilla
desde que un piojillo arisco,
sólo con darme un pellizco,
me sumió la rabadilla.

Las sillas de mano aquí
se miran como a porfía,
y te aseguro a fe mía
que tan malas no las vi;
luego que las descubrí
por unos lados y otros,
viendo los asientos rotos
y quebradas las tablillas,
dije: Bien pueden ser sillas,
mas yo las tengo por potros.

En estas sillas se encierra,
llevando cualquier serrana,
mucho pelo y poca lana,
como oveja de la tierra.
Aquí, pues, en civil guerra
con femeniles enojos
son de los piojos despojos,
y con dentelladas bellas,
los piojos las muerden a ellas,
y ellas muerden a los piojos.

Estas quiteñas como oso
están llenas de cabello,
y aunque tienen tanto vello,
mas nada tienen de hermoso;
así vivo con reposo
sin alguna tentación,
siquiera por distracción
me venga, pues si las hablo,
juzgando que son el diablo,
hago actos de contricción.

Lo peor es la comida
(Dios ponga tiento en mi boca):
ella es puerca y ella es poca,
mal guisada y bien vendida;
aquí toda ella es podrida,
y ¡vive Dios! que me aburro,
cuando imagino y discurro
que una quiteña taimada
me envió dentro una empanada
un gallo, un ratón y un burro.

Hay tal o cual procesión,
mas con rito tan impío,
que te juro, hermano mío,
que es cosa de inquisición:
van cien Cristos en montón
corriendo como unas balas,
treinta quiteños sin galas,
más de ochenta Dolorosas,
San Juan, Judas y otras cosas,
casi todas ellas malas.

Con calva, gallo, y sin manto,
un San Pedro se adelanta,
y, por más que el gallo canta,
no quiere llorar el Santo;
pero le provoca a llanto
de sus llaves la reyerta,
pues cuenta por cosa cierta,
estando el Santo con sueño,
que se las hurtó un quiteño
para falsear una puerta.

Va también tal cual rapaz
vestido de ángel andante,
con su cara por delante
y máscara por detrás;
con tan donoso disfraz
echan unas trazas raras,
dándonos señales claras
que, en el quiteño vaivén,
aun los ángeles también
son figuras de dos caras.

De penitentes con guantes
salen los nobles por no
dar limosna, y temo yo
que han de salir de danzantes.
Estos quiteños bergantes
¿cómo harán tal indecencia?,
pues hallo yo en mi conciencia
que es muy grave hipocresía
vestir la cicatería
con traje de penitencia.

Después se ven unos viejos
beatos, brujos y quebrados,
y algunos frailes cargados
con sus barbas y aparejos;
luego se sigue a lo lejos
una recua de Cofrades,
después las Comunidades,
y otras bestias con pendones,
porque aquí las procesiones
todas son bestialidades.

Mil pobres despilfarrados
se miran a cada instante,
mas ninguno es vergonzante,
que son bien desvergonzados;
ciegos, mudos, corcovados
y enanos hay en verdad
tanteo en esta ciudad,
que yo afirmo sin rebozo
que es este Quito piojoso
el valle de Josafat.

Hermano, en aqueste Quito
muchos mueren de apostemas,
de bubas, llagas y flemas,
mas nadie muere de ahíto;
y hay serrano tan maldito
que al rezar la letanía
pide a la Virgen María,
con grandísimo fervor,
que le conceda el favor
de morir de apoplejía.

A cualquiera forastero,
con extraña cortesía,
sea de noche, sea de día,
le quitan luego el sombrero;
y si él no trata ligero
de tomar otra derrota,
le quitan también sin nota
estos corteses ladrones
la camisa y los calzones
hasta dejarlo en pelota.

Andan como las cigarras
gritando por estas sierras
que son leones en las guerras,
y lo son sólo en las garras;
para hurtar estos panarras
con sutileza y con tiento
son todos un pensamiento,
de suerte que yo he juzgado
que en las uñas vinculado
tienen el entendimiento.

El que es noble gamonal
algún obraje procura,
y de esta suerte asegura
tener en jerga el caudal.
Los quiteños, por su mal,
entablaron desdichados
estos obrajes malvados,
pues con esperanzas vanas
van al obraje por lanas
y se vuelven trasquilados.

Todos estos obrajeros,
por interés de vellón,
compran ovejas y son
ellos gentiles carneros.
Tienen bueyes y potreros
del caudal para ventaja,
pero, aunque ellos se hacen raja,
nunca salen de pobreza,
pues vinculan su riqueza
en cuernos, lanas y paja.

A todos con gran certeza
de frailes les acredito,
pues todos en este Quito
hacen voto de pobreza;
pero el fausto, la grandeza
y la gala es incesante,
pues aquí, como es constante,
se estudia con grande aprieto
la comedia de Moreto
nombrada "Trampa adelante".

Cualquier chisme o patarata
lo cuentan por novedad,
y para no hablar verdad
tienen gracia gratis data:
todo hombre en lo que relata
miente o a mentir aspira;
mas esto ya no me admira,
porque digo siempre: ¡Alerta!
sólo la mentira es cierta
y lo demás es mentira.

Mienten con grande desvelo,
miente el niño, miente el hombre,
y, para que más te asombre,
aun sabe mentir el cielo;
pues vestido de azul velo
nos promete mil bonanzas,
y muy luego, sin tardanzas,
junta unas nubes rateras,
y nos moja muy de veras
el buen cielo con sus chanzas.

Llueve y más llueve, y a veces
el aguacero es eterno,
porque aquí dura el invierno
solamente trece meses;
y así mienten los franceses
que andan a Quito situando
bajo de la línea, cuando
es cierto que está este suelo
bajo las ingles del cielo,
es decir, siempre meando.

Este es el Quito famoso
y yo te digo, jocundo,
que es el sobaco del mundo
viéndolo tan asqueroso.
¡Feliz tú! que de dichoso
puedes llevarte la palma,
pues gozas en dulce calma
de ese suelo soberano,
y con esto, adiós, hermano.
Tu afecto, Juan de buen alma.

Juan Bautista Aguirre (1725-1786)

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