El sol plantado en la mitad del cielo. El tiempo, como el gran astro, tampoco se movía, cansado del horizonte. A lo mejor era yo quien así me hallaba; tal vez el sol siempre había estado quieto y en mi terquedad me había encargado de moverlo generando el día y la noche para el mundo. En algún punto se desencadenó una psicosis colectiva, con la cual se dio comienzo a la noche y sus misterios.
Desesperado ante aquel paisaje monótono, sórdido, decidí tenderme en el lecho, ilusionado con la idea de que en el sueño mi mente quedaría atrapada en el tiempo... Moviendo mi no rostro de un lado para otro, busqué el reflejo de mi cama en el espejo. Cuando la hallé, me di cuenta de que ya era demasiado tarde para dormir: mi cabeza destrozada yacía sobre sábanas rojas. A su lado, el revólver aún caliente bajo la quietud del sol.
Andrés Uribe Botero: El espejo es otro (2012)
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