lunes, 25 de abril de 2011

EL LLANTO DE DOS HOMBRES PERDIDOS

Durante años manejamos nuestro orgullo,
embebidos de una voluntad que quería ser simple:
angustiosa necedad de alcanzar un triunfo sobre nuestras vidas.

Ocupábamos un espacio diminuto, inconforme,
plagado de la abyección que nos producía la mirada de cada transeúnte.
Nocturnos, rocanroleros necios, torpes,
adjetivando este páramo cuya frialdad envicia, abruma;
para recuperar aquello que fue nuestro más allá de la corporeidad,
más allá de la piel,
aquilatados pero serviles,
a medias lúcidos,
con una conciencia satisfecha de su rastro.

Había una suerte de nostalgia de futuro,
unas incomparables ansias de absoluto.
Así eran los días:
el penetrante moho que mullía nuestras ropas,
la razón inconfesable de un duelo que durante años nos tortura,
la idea de una vejez ya liberada de todo tránsito,
el resplandor de una luz que se nos muestra con descaro.

Pero no queríamos reconocer esa derrota.
Y huimos atravesados, a medianoche,
por el sendero que acorrala al fugitivo.
Era un irse con la simple virtud del gesto.

Así encontramos un camino,
ya desolados,
fuera del peso que condiciona la respiración de quien nos acompaña,
la responsabilidad de un referente,
el temple soberano de sabernos libres,
pero no tanto;
esa sensación fue vana,
una herida apenas visible.

Y sin embargo nos servía de pretexto para mudarnos,
para dejar de atropellarnos, juntos,
con la sustancia de una paloma muerta como la paz.

Ah, era una dulzura insoportable,
instintiva, contra una madrugada que se avecinaba,
el llanto de dos hombres perdidos,
al menos ebrios el uno del otro.

Esa miserable despedida que será la misma
por los siglos de los siglos...

Santiago Vizcaíno: En la penumbra (2011)

martes, 19 de abril de 2011

APORTE

A propósito de la poca importancia que me concedo
y de la exaltada idea de anudar el organismo
a una vela invisible que crece y decrece,
pienso en la jovencita de la ventana y en sus rizos.

Hoy,
en un espacio que no supera la lealtad de la piel,
declaro su aporte.

Sonrió tal vez...
Sonríe a menudo en el trasluz de la conciencia
sin escatimar la juventud,
su imagen no me niega
el lapso que algunos denominan paraíso.

Esa sonrisa me nace todos los días
muy temprano, mientras merodeo en la identidad
como quien se mira desde lejos
y cataloga el aire y el tránsito de sus leves alegrías.

Sucedió en el barrio muy común de una ciudad
adherida sin más al sueño de la meseta.

Esa sonrisa me defiende de ciertas ambiciones de esto y aquello,
cuando desaprovecho la plena luz del día
que besa el cielo y las cosas del dolor y las caricias.

Julio Pazos Barrera: El libro del cuerpo (2009)

martes, 12 de abril de 2011

O GUARDADOR DE REBANHOS (fragmento)

II

O meu olhar é nítido como um girassol.
Tenho o costume de andar pelas estradas
olhando para a direita e para a esquerda,
e de vez em quando olhando para trás...
E o que vejo a cada momento
é aquilo que nunca antes eu tinha visto,
e eu sei dar por isso muito bem...
Sei ter o pasmo essencial
que tem uma criança se, ao nacer
reparasse que nascera de veras...
Sinto-me nascido a cada momento
para a eterna novidade do mundo...

Creio no mundo como num malmequer,
porque o vejo. Mas não penso nele
porque pensar é não comprender...

O mundo não se fez para pensarmos nele
(pensar é estar doente dos olhos)
mas para olharmos para ele e estarmos de acordo...

Eu não tenho filosofia: tenho sentidos...
Se falo na natureza não é porque saiba o que ela é,
mas porque a amo, e amo-a por isso,
porque quem ama nunca sabe o que ama
nem sabe por que ama, nem o que é amar...

Amar é a eterna inocência,
e a única inocência não pensar.

Alberto Caeiro (Fernando Pessoa): O guardador de rebanhos (1914)

sábado, 2 de abril de 2011

CÁNON PERPETUO

XI

Oh, compañera de los días que transcurren sin prisa,
¿en qué reside este valor para afrontar
la dicha imperturbable?
Cada dolor vivido se convierte en un nuevo dolor
que nos traspasa,
nos redime y levanta de la tierra.

Puesto que ni las lágrimas nos dicen su misterio
y hay algo más profundo, que derriba los sueños,
esta sombra irreal,
de espaldas a los soles y a los encantamientos
de los primeros besos y a la misma pasión que nos impulsa
y nos acosa en el pasado,
donde cada gesto, cada nueva palabra, es sopesada,
¿cuál es, en su destino, el papel del amor?
Criatura sin mácula
encerrados los labios en eterno imposible,
presentida, presente en cada día,
¡nada es contrario al corazón que exulta!
Si nos amamos, ¿qué importancia tiene la medida,
la conjetura y hasta el orden que nos imponen esas reglas?
Mas, en el mismo corazón abierto, hay una causa:
como un largo abandono
hecho a la imagen de la inútil belleza,
te contemplo encerrada en un lienzo, entre débiles azules,
en una estancia,
velada por el vago recuerdo que no cesa
alimentado de papeles viejos y de música.
¿Detiene nuestro amor el abandono
o el tiempo nos humilla?
¿En dónde está la helada perfección?
En el presente como un sueño,
un río que no acaba de pasar bajo el alba,
donde la luz trasiga entre las sombras...
¿Qué dura el soplo de la creación?
¡Esta llama se acerca hasta quemar mi pecho
y el fuego eleva mis ojos de vidrio!
¿Qué trato de saber, mientras corre tu sangre entre mis dientes;
por qué esta oscuridad y estos gemidos
cuando es sencillo nuestro amor
y es tan claro el mensaje que recibo en el silencio
que una profunda claridad traduce tu alegría?
La muerte sí, en las venas,
en el grito apagado de las aves...
pero no la vejez en la piedra que una gota traspasa,
en el prestigio ambiguo de ese dios que nos hurta
una pequeña parte de agonía.
No este labio que sella la caricia de un niño...
Serena es tu pasión cuando levantas
tu cabeza hacia mí
y nos besamos, ciertos de que toda la vida se rechaza
a pesar de ese débil movimiento en la entraña
del pensamiento oculto que nos ata
hasta la eternidad.
Los hijos nos traicionan en su yerta pujanza,
nos empujan al fondo de la charla salobre,
¡y yo adoro ese mar que nunca se redime
en el perpetuo movimiento!
Nada es común en nuestro amor, en la excepción seguida
y, sin embargo, ¡qué embriaguez de nada!
Pues, ¿algo queda en pie después de la tristeza?
¿Y el recuerdo nos une en la derrota?
Quiero la eternidad, ese permanecer afuera,
en el frío del tiempo que nos conserva intactos...
Mas, nuestro amor se aleja, ya no es nuestro,
es de alguien que ha vivido para siempre,
que nos acecha y nos expugna,
nos vuelve sombras, como triste barro.
Así, nunca olvidemos que el presente es un paso oscurecido
donde se escucha el llanto y el crujir de los dientes.
¡No hay más infierno que este olvido lento
que penetra en la carne como el hielo
y dibuja en la piel el movimiento de la muerte!
Desconfía, por tanto, del nombre de las cosas.
¡Oh, cómo nos impulsan estos ciegos temores,
cuando el secreto del amor es la desesperanza!
Sí, nada queda en pie, sólo estas manos
que se prendieron juntas en una misma llama
y estos ojos que alcanzan a medir el futuro.
Hay otra vida dentro de los ojos,
que ellos mismos ignoran, que no quieren ver
porque es terrible.
Es necesario que entremos en la vida, como en un agua profunda,
donde hay un riesgo enorme de perderse.
Esa agua que no arrastra, pero cubre los cuerpos,
como todo imposible, donde cabe tan solo la misericordia,
esa parte del juego que los hombres
rechazan en un Dios absoluto y humano,
cuyo silencio es el amor que permanece...
Sólo un milagro puede detenernos
y esculpir en el aire nuestros nombres que pasan,
esa misericordia,
¡ese himno que comienza y termina en la forma más pura!

Francisco Tobar García: Canon perpetuo (1969)