domingo, 23 de febrero de 2014

EL VUELO DEL MURCIÉLAGO

1

Fue la noche de tu primera comunión (¿o de tu matrimonio?). El sacerdote llevaba, en todo caso, una casulla de color dorado y las grandes arañas de cristal chisporroteaban como las hojas de un álamo temblón. Los rebaños pastaban apacibles en la frontera de los acantilados. La nave principal tenía ese misterio que sólo corresponde a los amores de jóvenes esposos o a los instantes previos al domingo de la Resurrección. Ahora estoy seguro de que fue en pleno matrimonio. Y aunque nunca escuché ni un dime ni un direte, las luces se extinguían conforme remontaban a los cielos, igual que el verde pasto en los estadios cuando apagan la luz. Puedo ver tu futuro entre las tripas de algún necio batracio partido en dos mitades como un pan. Lo que ya no tiene la menor importancia. La cosa es que esa noche, en los entrtetelones de la cúpula, una media toronja apachurrada, las sombras más oscuras se colgaron redondas y brillantes, como un racimo enorme y aguachento de uvas de Borgoña.


2

Ahora está más clara la postal. Al fondo del paisaje se revuelven, veloces y agitados, contra el altar mayor. Las sombras de sus alas desordenan los pechos azulinos de la novia. Pero la novia, tabernáculo cegado por la felicidad, ni mira ni los ve. Son dos o tres murciélagos, pequeños, es verdad, pero más persistentes que las moscas borrachas en medio del verano. Se estrellan en su vuelo a la deriva contra los arrecifes y los montes que sostienen la nave principal. Se hacen puré. Mira, dijiste, una bandada de palomas torcazas después del aguacero. Puedo reconocerlas. Igualitas. Con el mismo plumaje tornasol, allá revoloteando, sobre los matorrales suculentos del valle del Mantaro. Es el instante de la consagración. Allá revoloteando, entre la aureola de los recién casados, sus frágiles membranas cubiertas de pelusa, su corazón de palo, sus colmillos.


Antonio Cisneros: Un crucero a las islas Galápagos (nuevos cantos marianos) (2007)

domingo, 16 de febrero de 2014

TAL VEZ NO TODO

Tal vez no todo
esté roto
sino sólo enormemente averiado,
agazapado en una herida
ya franqueada,
reacia a toda cicatriz.

Y entonces aún hay quizá
un tiempo
en el que no morir antes
de la muerte
ni ser a trizas anticipado por la vida,
un lugar en el que abrigar lo astillado
y dejarse perdonar por el barro,
ser apenas su propio límite,
su caída intacta.

Juan Cristóbal Mac Lean: Paran los clamores (1996)

domingo, 9 de febrero de 2014

MANAGUA 6:30 P.M.

En la tarde son dulces los neones
y las luces de mercurio, pálidas y bellas...
Y la estrella roja de una torre de radio
en el cielo crepuscular de Managua
es tan bonita como Venus
y un anuncio ESSO es como la luna

las lucecitas rojas de los automóviles son místicas

(El alma es como una muchacha besuqueada detrás de un auto)
                                    ¡TACA BUNGE KLM SINGER
                                    MENNEN HTM GÓMEZ NORGE
                                    RPM SAF ÓPTICA SELECTA
proclaman la gloria de Dios!
(Bésame bajo los anuncios luminosos oh Dios)
                                    KODAK TROPICAL RADIO F&C REYES
en muchos colores
deletrean tu Nombre.
                                    "Transmiten
la noticia..."
Otro significado
no lo conozco
Las crueldades de esas luces no las defiendo
Y si he de dar un testimonio sobre mi época
es éste: fue bárbara y primitiva
pero poética

Ernesto Cardenal: Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965)
(Publicado por vez primera en 1962, en la revista El corno emplumado)

domingo, 2 de febrero de 2014

EL MAR Y MARÍA (fragmento)

[...]

38

El camino hacia la playa no es muy largo.
Rocas, pendientes leves, formas
que hablan de otros tiempos,
de otros seres,
sin embargo camino sordo a todo,
inválido, lisiado de todo sentido
distinto al que deja tu piel sobre mi cuerpo, María.
Ni siquiera el agua de las olas
azotando mis muslos
puede detener mis manos
que te dibujan en el aire, María,
ni el aullido de las gaviotas,
ni el rumor de los cangrejos
o la lluvia de los cocos
pueden aliviar la ausencia de tu cuerpo.
Ah, María,
sin embargo
ahí está el mar y tú lo sabes,
el mar,
ese oscuro llamado que no cesa,
esa promesa verde
que no cesa,
que vuelve,
que viene y va.


39

Pero siempre vuelvo.
El mar calmado abre sus brazos largos,
su cuerpo sin venas se derrama sobre el mío,
su vaivén que suavemente va jalándome,
me lleva al centro de su distancia húmeda,
de un letargo recogido
donde apenas oigo las campanas
que llaman en la playa.


40

El hotel es cosa ya olvidada.
He vivido bajo las rocas,
compartiendo escondite con los alacranes,
robándole el calor a la concha de los cangrejos,
alimentado con el aire de la arena,
sumergido en la carne que mi cuerpo encuentra,
sin otro contacto
que el de mis manos
que recuerdan
el cuerpo de María.


41

Hay remolinos en la oscuridad.
Pequeños acertijos de contactos,
alegrías efímeras,
aguas tibias,
algas que se trenzan en el agua de mi aliento.


42

Brillando como un pez,
acicalado por el resplandor esmeralda
que da el mar a sus habitantes,
he vuelto.
He esperado en silencio frente a su puerta.
Ha sido mi entraña,
mi más hondo pálpito el que me ha traído de vuelta.
María ya no es ella.
En su lugar encuentro conchas,
animales abisales
que me miran con sus ojos largos como faros.
En cambio de su casa y sus caricias,
en cambio del dolor que me infringían sus ausencias,
sus muslos compartidos gozando estrujados por fuertes marineros,
en cambio de María
he encontrado el fondo,
una roca, arena húmeda, el mar sin olas.
No hay misterio.
Todo ha terminado,
el mar ha cumplido su llamado.


43

El mar infinito sin final.
El mar, abismo de desastre.

[...]

Francisco Montaña Ibáñez: El mar y María (2008)