¿Qué debo hacer, Amor, o qué conviene?
Tiempo es ya de morir
y estoy tardando más de lo que quiero.
Ella ha muerto, y consigo mi alma tiene;
yo la quiero seguir
y he de acortar mi tiempo lastimero,
pues verla ya no espero
en este mundo, y esperar me hastía,
que toda mi alegría,
por su partida, se ha vuelto amargura
y en mi vida no queda ya dulzura.
Sientes, Amor, pues oyes mi lamento,
que es el daño muy grave,
y sé bien que mi mal te ha entristecido:
el nuestro, que en escollo violento
hemos roto la nave
y al mismo tiempo el sol, se ha oscurecido.
¿Quién ha podido
describir el dolor al que me entrego?
Oh ingrato mundo ciego,
mucho debieras tú llorar conmigo,
pues tu belleza se llevó consigo.
Caída está tu gloria, y no lo ves,
ni digno, mientras ella
aquí vivió, de conocerla fuiste,
ni de que te tocara con los pies,
porque cosa tan bella
era del cielo, al que hoy con su luz viste.
Yo que, sin ella y triste,
ni a la vida mortal ni a mí mismo amo,
con mi llanto la llamo:
a dar en esto mi esperanza viene
y esto tan sólo en vida me mantiene.
Ay de mí, tierra es ya la faz hermosa
que daba fe del cielo
y a mostrar su bondad aquí venía;
ya está invisible en la región gloriosa,
librada de aquel velo
que a la flor de sus años sombra hacía,
para tomarlo un día
de nuevo, y de él ya nunca despojarse,
cuando pura tornarse
y bella la veamos, y más cuanto
más que el mortal vale el eterno encanto.
Más que antes bella y dama más lucida,
se me pone delante
como allí donde ser más grata siente.
Ella es una columna de mi vida,
y la otra es su triunfante
nombre, que suena en mí tan dulcemente.
Mas si vuelve a mi mente
que ha muerto mi esperanza, que vivía
cuando ella florecía,
ve Amor cómo me quedo; y yo quisiera
que quien ve la Verdad también lo viera.
Damas, las que habéis visto su beldad,
y la angélica vida,
su porte celestial viendo en la tierra,
doleos de mí, tened de mí piedad
y no de ella, ascendida
a tanta paz, dejándome a mí en guerra:
tal que, si alguien me cierra
el camino hacia ella mucho tiempo,
porque Amor me habla a tiempo
a no cortar el nudo me acomodo,
que en mi interior razona de este modo.
—Frena el dolor que así te desconcierta,
porque se pierde el cielo
por desear demás, y a él tu alma aspira,
y en él vive la que otros juzgan muerta
y de su hermoso velo
se ríe, que por ti sólo suspira;
y su fama, que admira
a cuantos de tu lengua el eco llega,
que no calles te ruega
y logres que su nombre sea aún más claro,
si su mirar te ha sido dulce y caro—.
Huye lo claro o verde,
no vayas a donde haya risa o canto,
no, canción, sino llanto:
no vayas donde hay gente que se alegra,
tú viuda, sin consuelo, en veste negra.
Francesco Petrarca: Cancionero (s. XIV)
Traducción de Ángel Crespo (1995)
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