sacudiéndote
como el hueso que el perro extrae del muladar,
de la vida así te arranco, Dios.
¿Eres inmundo,
medras en la náusea y el hedor de la náusea
o purísimo,
bueno,
absorto a náusea caes, sempiterno?
¿Eres la llaga o el gusano que la devora eres?
¿qué más da?
si en el tiempo decreciente eres,
solo eres
¡oh asqueroso!
dentro o fuera de mí,
el mismo, vil y amado
¿contra ti peco o tú me pecas, Dios?
En asfaltos caído
abro los ojos a tu luz
¿son estas sombras el vaho de tu verbo?
Eran ingenuos los dedos míos
y mi mano era todo el amor,
todo el amor corriendo
como un ángel sobre la dulce piel.
Ciegos, los ojos míos eran
¡suave tiniebla, claro tacto feliz!
De alta tierra de viento, caído
¿soy tu sombra por vagar a tu luz?
Fui gozoso.
Mordí la alegría como un pan,
y desnudo, me amaban.
Porque me has dado, divina, esta carne
este hábito brutal,
yo, herido,
pudriéndome en tu baba feroz
¿he de amarte?
Porque, melosa, la viva cal del sexo,
la queja de tu vientre
suelta —sacra perfidia—
estos fetos atroces,
hombres —dices, se dicen—
¿he de amarles?
Porque de harapos viste mi mugre la llaga de tu beso
¿tu mano lúbrica ha de rasgarlos,
violador?
¡Ay, tú me pecas!
y eres sucio
buen Dios que así nos haces
de carne y sueño
¿para yacer?
inacabable
hueso
falo
hambre mía
te arranco.
¡Oh desnudo lejos de ti,
sin ojos,
devuélveme a la niebla del ángel,
a la noche animal!
¡Déjame el alma,
larva quieta,
en el mar!
Mas, oh asqueroso, te amo.
Detente amado.
Fija
los grandes vagos ojos vacíos
en esta atada, pávida, agria pequeñez.
Por una sola vez,
por sólo el hoyo del segundo,
cierra
la enorme boca balbuciente de cosmos
y de la floja fauce limpia
la bella baba eterna y estelar.
Mira y calla y detén el bamboleante paso,
y con nosotros,
tus hijos,
queda
padre
inmenso bobo,
amado, amante Dios.
Tus ojos, ciego bruto, y nada más.
Tu silencio, verbo, y nada más.
De ti ya no queremos más.
Mal nos hiciste, enfermo padre,
y mal nos hace tu inextinguible voz.
De tu pútrido semen, la humana lengua
pare las hórridas palabras
Amor
Dolor
y en la ulcerada carne,
en ti mismo
creado y devorado
gusano
estás.
¿Por qué vestirnos de misterio el corazón,
si toda sombra
mata
pura
desnuda
la dura luz del sexo?
¿Por qué rodearnos de eternidad
para la breve muerte?
Desde la noche de retenido horror
¿nos haces o te hacemos?
¿hijos somos de tu asco?
hijo de náusea ¿padres, acaso,
tuyos somos de iniquidad?
Por una vez, por una sola vez,
justo y buen Dios
dame la mano y conmigo ve
por mi corazón...
inicia tu paseo por mi desesperado corazón...
Pisas los sueños de mis gritos.
La tierra de dulce espanto fue
perdida del viento de tu nombre.
Yo digo
hoy digo
rompo mi corazón.
Por la larga calle mojada,
por la sucia niebla
va cayendo
en pedazos,
como una carta obscena
de la que me desprendiera vergonzosamente.
Y lo rompo
llorando
sobre mi juventud
lo rompo profundamente
recordando
este fue mi cálido corazón de simple carne,
la cera viva que labraba una abeja de amor.
¿Fue? ¿corazón?
Cayendo de altos aires
a la roca del pecho agarrado
oscurecía
viejo terror sonaba el mar
sonaba el sueño
lloraba
cayendo
desolado
adolescente corazón
cayendo
solo al solo mar...
Y eso
y un silencio
y un nombre y una piel
y nada más.
Y hoy que vuelve,
llorando
rompo mi corazón
y nada más
y nada más.
¿Ves? suave barro de soledad era mi carne
¡llegaste!
podrido
herido
rompo
viva podre
de gemidos
hediondo corazón.
Hundiste, eterna mosca,
en raudo gozo,
en la triste carroña
los huevos de tu horror.
De tus voraces crías es el tiempo.
Es tu prolífica estación horrenda.
Y en esta primavera,
yo, de la mano te traigo, ciego,
sordo, al rumor te acerco del hato infame.
Apacienta tus gusanos, zagal.
Pero a tu lado
llorando
amando
devorando
rompo mi corazón
lejos de ti lo arrojo
eternamente
vomitando
¡llena, asqueroso, el hueco
del devorado
del arrojado corazón!
¡Ay, no, nada de ti, que hasta tus ecos pudren nuestra voz!
Torna a tu cielo.
Padre,
bruto amantísimo,
sucio hueso consolador
de la vida te arranco.
Sobre la breve tierra soy
y bello en la muerte
breve
puro
desnudo
lejos de ti en la muerte.
Francisco Granizo: Nada más el verbo (1969)
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