viernes, 31 de agosto de 2012

CANSANCIO DE SER TRISTE

                        XVII

A pesar del amor,
siento la tentación
de hundirme en el infierno,
y me humillo, sediento de placer,
y el excremento
a mi garganta trepa.

Odié su castidad; quiero los ayes
de la hospiciana
en ese catre inmundo,
el olor de la muerte entre sus piernas
—desesperadas manos
hurgan la inmundicia.

Nadie puede escuchar mi rebeldía
—tú habitas sola y apartada, lejos—
en mí mismo resbalo, ya tirito,
devuelvo las entrañas y blasfemo.

Me odio de tal modo que te niego,
sólo el agua del alba me redime,
el agua y tú —ambas se escapan.
Media botella queda todavía.

Francisco Tobar García: Ebrio de eternidad (1991)

jueves, 23 de agosto de 2012

ÉGLOGA OCTAVA

Lento muere el verano.
En silencio se apagan sus gemidos.
Un otoño temprano
hundió verdes latidos,
árboles por la muerte merecidos.

La luz nos atraviesa.
De tu cuerpo se adueña y lo decora.
El fuego que te besa
se consume en la hora,
diluida en la tarde asoladora.

Vivimos el presente
en función del mañana y el pasado.
Pero si el día no miente,
no estaré ya a tu lado
en otro tiempo que nació arrasado.

Bajo estas soledades
se han unido el desierto y la pradera.
Y la dicha que invades
ya no te recupera
y durará lo que la noche quiera.

Creciste en la memoria
hecha de otras imágenes, mentida.
Ya no habrá más historia
para ocupar la vida
que tu huella sin sombra ni medida.

Inútil el lamento,
inútil la esperanza, el desterrado
sollozar de este viento.
Se ha llevado
el rescoldo de todo lo acabado.

Esperemos ahora
la claridad que apenas se desliza.
Nos encuentra la aurora
en la tierra cobriza
faltos de amor y llenos de ceniza.

No volveremos nunca
a tener en las manos el instante.
Porque la noche trunca
hará que se quebrante
nuestra dicha y sigamos adelante.

El oscuro reflejo
del ayer que zozobra en tu mirada
es el oblicuo espejo
donde flota la nada
de esta reunión de sombras condenada.

La llama que calcina
a mitad del desierto se ha encendido.
Y se alzará su ruina
sobre este dolorido
y silencioso estruendo del olvido.

El mundo se apodera
de lo que es nuestro y suyo. Y el vacío
todo lo hunde y vulnera,
como el río
que humedece tus labios, amor mío.

José Emilio Pacheco: Los elementos de la noche (1963)

miércoles, 15 de agosto de 2012

EN LA PENUMBRA

Mientras dormita,
el ligero movimiento de su ceja esconde una tortura.
Siente que su respiración se agiganta como la víbora que devora al ciervo.
Bosteza.
Toda aparente claridad se ha vuelto obtusa.
Su visión es un estertor.
A lo lejos, la angustia se reviste de una soledad muy tenue.
Tiembla.
Su corazón se descuelga de las ramas de los cipreses.
Desde arriba,
su cuerpo se ve tan vulnerable como la cola de una lagartija.

Inmóvil,
frente a un espectáculo de lunares que resplandecen,
puede distinguir la gruta del temido infierno
donde una enorme boca devora los cráneos de los bueyes.

La saliva moja su almohada:
                tibia mucosidad de los perros.

Hileras e hileras de rocas
que lastiman esa oscuridad omnímoda,
ese frío intenso en el que tiritan las espinas de los cactus.

Sus brazos borrachos buscan un asidero,
alucinados con la luz de un faro.

No ha de despertar.
No hay hogueras para el tembloroso.

En la desolación del universo
                  solo hay un cuerpo que palpita.

Santiago Vizcaíno: En la penumbra (2011)

miércoles, 8 de agosto de 2012

CRUZ SÉPTIMA (SANTA BÁRBARA)

Beati mortui,
qui in Domino moriuntur.

Es medianoche en la ciudad de los campanarios y mi alma vaga errabunda.

El miedo multiplica los posibles finales, la tragedia heroica de estas vidas: cuerpos hermosos adornan las fachadas, sujetos con clavos a los maderos; la sangre corre incandescente entre las calles, baja de los conventillos y desemboca en la plaza principal. ¡Orgía de fuego y sangre!

Y yo, elevándome victorioso sobre las ruinas.

Soy nuevamente el espíritu melancólico que se pierde en sus gemidos, la solitaria simiente que desaparece.

El paria del que todos reniegan.

Soy yo,
la muerte con ojos de fiera.

Javier Cevallos: La ciudad que se devoró a sí misma (2001)

miércoles, 1 de agosto de 2012

SILENCIO CERCA DE UNA PIEDRA ANTIGUA

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto el cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

Rosario Castellanos: El rescate del mundo (1952)