que dejó mi muerte / no puedo soñar.
D e a m b u l o
entre cavernas
que se toman por calles. Salgo
del alarido secreto de otros gritos y
vuelvo a ser el vagabundo perdido,
con huesos triturados
que se confunden con cocaína... ¿Qué me sostiene?
Quiero salir,
y en mi cuerpo caigo
a recorrer
este desgano oculto de la noche. ¿A quién busco?
Todos están dormidos. Si fuera verano
y el ambiente de la ciudad menos corrupto,
algunos grillos
me cambiarían el tono de la angustia. He
brincado
límites, pero me engaño
porque termino en el lugar del salto. Ahora
el trecho
está creciendo
en reversa
de los obstáculos pasados; y
sólo me queda el recurso de las transgresiones
o quedo anclado. ¿Dónde meterme?
Dicen que en otras ciudades hay
cafeterías, cines, bares, para los desvelados...
He salido a revolcar la voz. Con cada paso
ascienden las cenizas
de los incinerados. La garganta
no puede con otro ritmo
que esté alejado
de los acordes con que responde el piso
en cada huella... La noche
está empeorando,
con esta canción
que se introduce
a envenenar las venas, como
si otro alguien, qué sé yo,
se hubiera metido en mí
para usurparme
las ganas de vivir... y
en esta pena
me preparo un escándalo mayor
que sufriré
más tarde.
Pero insisto en caminar,
y me voy
disputándole al pánico
mi suerte.
Me voy parpadeando
la oscuridad. Apretado
en la incertidumbre
de que me toque amanecer. Los pajarracos
grises
que anidan los techos
ni siquiera saben recibir al día... no hay
petirrojos, gorriones, canarios, alondras ni
cardenales, y
las palomas pasan con plumajes sucios...
Sin embargo amanece, y
la señal
es este pitido de la fábrica
que saca su chimenea
sobre las casas. El humo
se levanta
burlándose con sus tonos de negro: adentro
están los hombres
moliéndose la vida... Afuera
el sol nos pinta la bóveda con rojos
mirados
tras una tela opaca... Sigo caminando
hasta
que no obedece el pie
a las intenciones. Me canso. Llego
a donde los edificios
se fueron agrandando, y
esta urbe
impostora
se viste de metrópoli. Hay que pasar
por su centro
palpitante
de pordioseros, pegados
a las puertas
de la abundancia financiera, moscas
enloquecidas
en los muladares
donde nada encuentran... Los
alcohólicos lumpen
desvariando
recuerdos, ilusiones
con que abandonan
la realidad encrudecida: una mujer
huesuda
de costras negras en la piel,
con larga vieja capa
de terciopelo negro,
pasea
majestuosa
como viniendo de la Corte
del Reino de Castilla /
Otro mundo dentro de este mundo:
Y puedes percatarte
de que la lepra no fue una maldad
quedada en el Medioevo:
em la banqueta
se sienta una anciana
que muestra una pierna de madera
y la otra vendada con medio pie comido...
Este mundo,
metido en este mundo.
José Vicente Anaya: Morgue (1981)
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