Tan pronto mi índice pone su peso sobre la tecla de tu primera inicial aparece ese rectángulo blanco con tu nombre.
¡Qué inteligente feibú!
No solo reconoce rostros diez veces mejor que el ojo humano —con el único y pulcro fin de etiquetarte en una foto o venderle tu sonrisa a la CIA—, sino que también se acuerda de los perfiles que más visitas. Recuerda las caras a las que eres adicto.
Y ese minitú que aparece junto a las frívolas letritas morenas me sacude.
Click inmediatamente.
¡Ahí estás!
¡PAM!
Mi droga favorita.
¿Lugar común?
VALE VERGA porque ahí está tu foto grandota.
Es una mamacha en un vestido coloridísimo-caleidoscopio de vestido. Fotos de portada y el paraje tras ella es la belleza de un excelente pollo broster.
La foto es preciosa porque tú, precioso, además de simpático, eres fotógrafo. Recojo con mis manos entumecidas las canciones que se te caen de la boca. Miro con cierta pena tus estados sobre cuán enamorado estás. No es la pena que nace de uno por envidiar. Es una pena cúspide, como la que se siente al ver un pájaro en el zoológico.
Me paseo por tus publicaciones con el mismo silencio que usaré en el funeral de mi abuelo.
Miento.
A veces río.
Me río de tus fotos. He llegado a hacerlo. He aprendido porque he armado desvelos con los perfiles etiquetados. Porque, sobre fotógrafo, eres farándula.
Entiendo las bromas en tus comentarios porque, aunque no hablo contigo ni con tus amigos, los he estudiado. He estudiado el libro de los muertos milnovecientosnoventayocho veces. Sé cómo resucitar a los vivos. Los conozco.
Reconozco. En la calle.
Cris. Es al que más me topo.
Topografías de un perfil.
A ti te he visto en la calle. Y en conciertos. Cada vez que una banda alternativa-indie-new-genre toca, sé que estarás ahí. Esos días despierto con la cabeza hecha sonrisa. Con una pata de conejo en el culo. Cagado en suerte. Como si mientras dormía me hubiese tragado a Campanita. Como si todo su polvo mágicoespectaculojoligudense brillara en mi vientre.
Atravieso mi jornada sobre un mitadelefante-mitadtortuga. Tortugante. Elefuga.
Me ducho y, envuelto en ropas que me hacen sentir deseable, cojo la metro. Desde una sala de espera sin techo y con pocos invitados, escudriño a todos y a todo. En busca de tu rostro. El de un amigo tuyo – con suerte, Israel, o el de tu novio.
De alguna manera, cada vez que te veo, me toca chocar con la culpa de tus ojos.
Bailo. Bailamos.
Cada uno en su burbuja de miradas al escenario. Te veo tomando fotos. Te veo viendo.
Te veo encontrando cosas que te hacen decir
Guau ¡Qué bacán se ve eso!
Guau ¡Qué bacán se ve eso!
Guau ¡Qué bacán se ve eso!
Ojalá yo fuera una de esas cosas.
Azael Álvarez Ramírez: Multiplicidad del sujeto (2015)
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