domingo, 23 de diciembre de 2012

CAMPOSANTO

Nada —me dicen. Sol inmenso. Esta sequía
torrencial en los campos últimos de la muerte...
Este sueño imantado y amarillo. La cal
sobre la que se hacinan, lentas, las lagartijas.

Nada —me dicen. Pero, ¿toda esta luz es nada,
aquí, si la pensamos con fe, si la miramos
aturdidos? Reseca flor de agosto, paciente
jardín, bajo este sol que todo lo deforma...

Nada —me dicen. Pero, ¿qué nos hace salir,
medio desnudos, solos, a pleno sol, un día
cualquiera como éste? Humilde cielo blanco
que entre cuatro paredes ha dispuesto su gloria:

no acierto a descifrar sus signos. Reconozco,
aquí, toda la luz posible, los destellos
que alumbran en nosotros casi todas las noches...
Nada —me dicen. Pájaros, flores secas, el mar

un poco más allá, no lejos. Me parece
todo —luz, tierra, cal, cielo, surco— la misma
cosa, bajo este sol que todo lo somete.
¿Para qué habré salido de casa esta mañana?

Vicente Valero: Teoría solar (1992)

domingo, 16 de diciembre de 2012

EL CRIMEN

Hoy he amanecido
como siempre, pero
con un cuchillo
en el pecho. Ignoro
quién ha sido,
y también los posibles
móviles del delito.

Estoy aquí
tendido
y pesa vertical
el frío.

He sido asesinado.
(Descarto la posibilidad del suicidio.)

La noticia se divulga
con relativo sigilo.

El doctor estuvo brillante, pero
el interrogatorio ha sido
confuso. El hecho
carece de testigos.
(Llamada la portera,
dijo
que el muerto no tenía
antecedentes políticos.
Es una obsesión que la persigue
desde la muerte del marido.)

Por mi parte no tengo
nada que declarar.
Se busca al asesino;
sin embargo,
tal vez no hay asesino,
aunque se enrede así el final de la trama.
Sencillamente yazgo
aquí, con un cuchillo...
Oscila, pendular y
solemne, el frío.
No hay pruebas contra nadie. Nadie
ha consumado mi homicidio.

José Ángel Valente: A modo de esperanza (1953-1954)

domingo, 9 de diciembre de 2012

"Qué es un fantasma, preguntó Stephen:
un ser que se desvanece hasta hacerse
impalpable: por muerte, por ausencia, por
cambio de costumbres"
Joyce

Sólo soy un fantasma
a una piedra atado, porque ningún hombre quiere saber
el secreto oscuro de la vida
de la vida que apesta, como mujer vencida
como derrota que soy yo, como silencio
estruendoso de la vida
que apesta más que un pedo
el silencioso pedo de existir
aun frente a los hombres, en pugna con la vida
en pugna con el recuerdo
y con el secreto
cruel de la existencia
donde como un marino holandés borracho me tambaleo
y sobre el papel hago eses
para olvidar que soy una serpiente
y sobre el papel sólo me veo,
como un papel que estruja una doncella,
menos que un hombre y menos que doncella
menos aun que un árbol y menos que la nada.

Leopoldo María Panero: Danza de la muerte (2004)

lunes, 3 de diciembre de 2012

MANUSCRITO

Voy a escribir la historia de mi cuerpo entre tus manos. Me fue naciendo como una nueva muda de culebra. Floreció bajo el sol y se llenó de begonias, bromelias y cometas ante tus ojos y mis ojos asombrados. Mi cuerpo, cuando lo cercan tus brazos, se convierte en caballo, en yegua, y sale a galopar por el placer de un beso. Se llena de hiedra para escalar las paredes de tu corazón y cubrirlo de susurros nacidos desde la misma entraña de la tierra. Mi cuerpo, con todos sus resquicios impredecibles, rasga la noche con su cantar de guitarra del monte y enciende la oscuridad con su brillo de luciérnaga. Se pierde en vos con el abandono de un niño y abre sus ventanas de par en par para recibir la honda caricia, el pensamiento convertido en libélula alada, incitando a la selva a despertarse con su crujido de ramas. Mi cuerpo se vuelve planeta inexplorado donde posa el tuyo su navío del espacio; tiembla con la energía de un nuevo continente que se formó después de cataclismos sin nombre y sin historia.

Mi cuerpo desde siempre parece haberte querido, haberte estado esperando.

Se ha revelado desnudándose como una cueva que necesita de tu palabra para abrir su secreto ante la magia de tu sonrisa, de tu cercanía, ante vos que te sabías la combinación oculta desde antes de tener memoria.

Gioconda Belli: Línea de fuego (1978)

lunes, 26 de noviembre de 2012

LLUEVE

En esta tarde llueve, y llueve pura
tu imagen. En mi recuerdo el día se abre. Entraste.
No oigo. La memoria me da tu imagen sólo.
Sólo tu beso o lluvia cae en recuerdo.
Llueve tu voz, y llueve el beso triste,
el beso hondo,
beso mojado en lluvia. El labio es húmedo.
Húmedo de recuerdo el beso llora
desde unos cielos grises
delicados.
Llueve tu amor mojando mi memoria,
y cae y cae. El beso
al hondo cae. Y gris aún cae
la lluvia.

Vicente Aleixandre: Poemas de la consumación (1968)

lunes, 19 de noviembre de 2012

THE ROAD NOT TAKEN

Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveler, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth;

Then took the other, as just as fair,
And having perhaps the better claim,
Because it was grassy and wanted wear;
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same,

And both that morning equally lay
In leaves no step had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.

I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.

Robert Frost: Mountain Interval (1916)

domingo, 11 de noviembre de 2012

LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables.
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.

Jaime Sabines: Horal (1950)

sábado, 3 de noviembre de 2012

ALCATRAZ INSEPULTO

I

Alcatraz insepulto enluta el mar... Y el mar entero llora por una sola ave. Y el viento... y el cielo...

Hoy el sol no viene.

Legiones de olas saludan, una por una, al vencido alcatraz y lo besan con espuma tierna.

Sin mar, sin cielo porque un ave ha muerto y es como el símbolo de la muerte menos aceptable.

La vida en sus alas y en sus contorsiones se mantuvo segura de eternidad.

Deja de amanecer el horizonte y muere en alta mar el sol.

Muere sin brillo entre las nubes crecientes de gris subido y asfixiante.

Vedados la aurora, el arrebol y el mediodía porque hoy el eclipse es total y necesario.

Se inclina el sol y crece enorme la sombra del alcatraz insepulto, como un mástil negro brotando de la muerte inaceptable.

Horizonte yacente y sin barcos. Olas sin espuma. Acantilado sin sombra.

Todo lo que evoca un absurdo o una soledad está presente en el drama.

Hasta la sal llena una lágrima por todos los lamentos en todos los mares.


II

Vaivén de la marea, ahora el reflujo para un espacio inmenso de playa: rutas locas del caracol, como cábalas de un destino alborotado.

Estrellas de mar, huérfanas de mar y cielo, adoptan la forma de la agonía.

Inmóvil el aguamala, en letargo y pesadilla, infla su redoma atrayente y peligrosa. Es como el mirar de ira de la arena viuda.

El cristal del mar se ha roto en un instante. Se han quebrado el sonido y la distancia.

Ha velado la crin de plata una extraña neblina.

El chasquido de la ola en los acantilados marca un ritmo de corazón añejo.

La faz del cielo está borrada de estrellas y de azul.

El yodo es pertinaz en su reto de vida y entra en nuestro olfato, desafiante, agresivo.

Ha muerto un ave sobre la arena, aquí y en todas partes.

Y en la arena se cierra la almeja y retrocede lento el cangrejo, avergonzado de su color de júbilo.

La ostra clausura su roca de cal, su cofre sombrío y ceniciento.

El caracol inclina sus antenas y solemne se recoge.

Todas las aves del mundo rinden tributo de vuelo al que perdió el vuelo y la vida.


III

Perdido el azogue, la imagen se devora o se recoge para crear la imagen de la nada, de la gran soledad, del alma en duda.

Cuerpo del alcatraz, como testigo, como protesta, sobre la imagen borrada, yerta en el gris de la arena sin sentido, en la playa inmensa, espejo sin imagen ni razón, cuenca inquieta y vacía del ojo del mar, mirándose, aceptando su muerte permanente de ave muerta, sin alas y sin vuelo.

Para que no brille ni un solo grano de arena y no se perturbe ni por instantes lo que debe ser un silencio sin voces, sin estrellas, intacto, inquebrantable, vedado al eco y al murmullo.

Para que el peso del silencio oprima el resplandor de la arena, la extensión de la costa, la vocación de vuelo que alienta la vida marina.

Para que no se identifiquen la forma sorda del silencio y la imagen del eco sin respuesta, y encuentre la agonía su expresión más exacta, su escritura de lágrimas, su alfabeto de designios confuso e indescifrable.

Para que el mar, la nube, la arena y todos los testigos que habitan ese misterio, cubran el plumaje del alcatraz insepulto.


IV

¿Para qué el vaivén ni el sabor salobre si es un regosto de desazón y muerte el que alimenta esta tarde sin crepúsculo?

El rostro del mar ha perdido su ardentía, su luminosa expresión.

Un escarceo atemorizado, un oleaje tímido, dicen del presentimiento.

Borrada la memoria de la luz, el luto y la tiniebla inundan la mar ancha.

De la altísima atmósfera hasta el lecho abisal, la sola presencia de la sombra. Los tentáculos del pulpo adheridos a la sombra. El temblor gelatinoso de alga atado a la sombra. El ala de la tijereta hiriendo la sombra.

Y la sombra campea su dominio; borra la espuma de la sal de los riscos; acaricia el cieno en la marisma; nutre el manglar; amasa el naufragio.


V

Contra el risco embozado un pescador estrelló su nave y llora de soledad.

No hay vigilia que acompañe el elemental desvelo.

En sombra y sin vuelo, herida la libertad, velada la luz.

Atadura en los ojos y en el alma. Ala segada. Ojos ciegos.

Dolor de la mayor impotencia cuando aún hay horizonte que andar, caminos que ver.

Pescador desolado: alcatraz insepulto. Y el mar del camino alborotado, de la onda en bonanza, aliciente de petreles y delfines, herido en el confín de la esencia, desposeído de su razón de ser, sin vida, sin vuelo, sin alma de mar, sin rostro ni mirada.

Filoteo Samaniego: Signos (1963)

sábado, 27 de octubre de 2012

LA DIGNIDAD REBELDE

No morirá la flor de la palabra.
Podrá morir el rostro oculto de quien la nombra hoy,
pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra,
ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder.

Nosotros nacimos de la noche.
En ella vivimos.
Moriremos en ella.
Pero la luz será mañana para los más,
para todos aquellos que hoy lloran la noche,
para quienes se niega el día,
para quienes es regalo la muerte,
para quienes está prohibida la vida.

Para todos la luz.
Para todos todo.

Para nosotros la alegre rebeldía.
Para nosotros nada.

Nuestra lucha es por la vida,
y el mal gobierno oferta muerte como futuro.
Nuestra lucha es por la justicia,
y el mal gobierno se llena de criminales y asesinos.
Nuestra lucha es por la historia,
y el mal gobierno propone olvido.
Nuestra lucha es por la paz,
y el mal gobierno anuncia guerra y destrucción.

Para todos la luz.
Para todos todo.

Para nosotros la alegre rebeldía.
Para nosotros nada.

Aquí estamos.
Somos la dignidad rebelde.
El corazón olvidado de la patria.


(Canción atribuida a El Sup en el disco Juntos por Chiapas (PolyGram, 1997).
Está escrita con fragmentos de la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona,
firmada por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena de la Comandancia General
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional el primero de enero de 1996.
La pluma detrás de dicha declaración es sin duda el Subcomandante Marcos.)

sábado, 20 de octubre de 2012

LA VIDA ES SUEÑO (fragmento)


SEGISMUNDO              ¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!
                                     Apurar, cielos, pretendo
                                     ya que me tratáis así,
                                     qué delito cometí
                                     contra vosotros naciendo:
                                     aunque si nací ya entiendo
                                     qué delito he cometido:
                                     bastante causa ha tenido
                                     vuestra justicia y rigor,
                                     pues el delito mayor
                                     del hombre es haber nacido.

                                     Sólo quisiera saber
                                     para apurar mis desvelos
                                     (dejando a una parte, cielos,
                                     el delito de nacer),
                                     ¿qué más os pude ofender,
                                     para castigarme más?
                                     ¿No nacieron los demás?
                                     Pues si los demás nacieron,
                                     ¿qué privilegios tuvieron
                                     que yo no gocé jamás?

                                     Nace el ave, y con las galas
                                     que le dan belleza suma,
                                     apenas es flor de pluma,
                                     o ramillete con alas,
                                     cuando las etéreas salas
                                     corta con velocidad,
                                     negándose a la piedad
                                     del nido que deja en calma:
                                     ¿y teniendo yo más alma,
                                     tengo menos libertad?

                                     Nace el bruto, y con la piel
                                     que dibujan manchas bellas,
                                     apenas signo es de estrellas
                                     (gracias al docto pincel),
                                     cuando atrevido y cruel,
                                     la humana necesidad
                                     le enseña a tener crueldad,
                                     monstruo de su laberinto:
                                     ¿y yo con mejor instinto
                                     tengo menos libertad?

                                     Nace el pez, que no respira,
                                     aborto de ovas y lamas,
                                     y apenas bajel de escamas
                                     sobre las ondas se mira,
                                     cuando a todas partes gira,
                                     midiendo la inmensidad
                                     de tanta capacidad
                                     como le da el centro frío:
                                     ¿y yo con más albedrío
                                     tengo menos libertad?

                                     Nace el arroyo, culebra
                                     que entre flores se desata,
                                     y apenas, sierpe de plata,
                                     entre las flores se quiebra,
                                     cuando músico celebra
                                     de las flores la piedad
                                     que le da la majestad
                                     del campo abierto a su huida:
                                     ¿y teniendo yo más vida
                                     tengo menos libertad?

                                     En llegando a esta pasión,
                                     un volcán, un Etna hecho,
                                     quisiera arrancar del pecho
                                     pedazos del corazón:
                                     ¿qué ley, justicia o razón
                                     negar a los hombres sabe
                                     privilegio tan süave,
                                     extensión tan principal,
                                     que Dios le ha dado a un cristal
                                     a un pez, a un bruto y a un ave?

Pedro Calderón de la Barca: La vida es sueño (1635)

sábado, 13 de octubre de 2012

PRECIPICIO

Por los acantilados, muchas veces, la luz
es sólo vértigo y responde
a una llamada verdadera y fría,
a un misterioso andar sobre el vacío.

Lo que vemos no está
en el lugar exacto imaginado:
hay que buscarlo siempre en su caída,
en un dulce equilibrio
de rocas y alcotanes, de azules imposibles
casi siempre. Es una arquitectura
que no conoce el miedo
y ha sido construida por los pájaros,
por el viento del norte
y por las nubes.

Traten entonces de asomarse
en silencio y verán
cómo el color del cielo se sostiene
sobre un enigma sólido,
una alucinación interminable:
el vuelo prodigioso, desnudo, de la luz,
sobre la primavera que esperamos,
transparente y sin fin
del precipicio.

Vicente Valero: Libro de los trazados (2005)

jueves, 4 de octubre de 2012

HUIDA

I

El agua lenta
en su pausado desmembramiento
contra la roca agazapada
alcázar de estrellas sobre el olvido blanco

¿Quién habla a esta hora
perdida lámpara entre el alba y el ónice?


II

Atenta habías observado las cacerías de la nieve
sus pétalos ciegos persistir entre los haces últimos de luz
Entonces te vieron caminar hacia los confines de la ciudad
No intentaron detenerte
No podían


III

Después de larga jornada
trabaste amistad con viejos espejismos

fuiste su alimento
y sobre ti descendieron para nombrarte

bebiste venenos lánguidos
y fue álgida en tu carne la ceremonia del viento


IV

Árboles atormentados por el viento
despertaron un día en tu oído

Aquello que te revelaron
da vértigo ahora a sus cenizas


V

Andabas despreocupada en las calles vacías

En tu voz hablaban la sal
la vasta sed de los pájaros hipnotizados por el oleaje

Seré como los desiertos, dijiste

En tu silencio crepitaban falsos amuletos
las noches, en tu regazo,
cantaban las propiedades de la absenta y el láudano

Después llegaron los días de cacería
la pureza del polvo y de la luz

Nadie supo más de ti


VI

Despojada del tiempo y de sus básculas
como encalla el olvido
contra las paredes vacías del aire

Encendida danza de la esgrima
ahora que son vastos todos los desiertos


Patricio Briceño: El deshielo (2008)

martes, 25 de septiembre de 2012

APUNTES PARA UN EXORDIO


Uno

Llego al desierto preciso de aquel mediodía,
donde hervía mi sombra.
Multitudes de arena defienden la piedra desnuda.
Las huellas engendran mi polvo.
Cierro la boca, me muerdo la lengua
y sangra. Esta piedra
se disuelve entre los labios, no me deja recordar
el aroma que exhalaba. ¿Era saliva, era la sangre, era sudor?
Espero la canícula
sentado en otra piedra
como el que aguarda la llegada del silencio.


Dos

Como si no hubiera amanecido todavía suficiente,
gallos automáticos y eufóricos
prenden fuego,
tierra y aire
¡agua, incluso!
Y quiero dejar de decir estos nombres,
que apenas pronuncio.
Y quiero olvidar para siempre
la piedra desnuda. Y no quiero
ni la tierra ni el agua ni el aire ni el fuego.


Tres

La promesa del agua carcome el desierto,
aunque nubes más negras no cumplan
la tormenta que amenazan,
aunque mis palabras sean ruidos parecidos a la lluvia,
y no llueva.
Sobre la arena se precipitan estas miradas.
Y cae la lluvia
sobre otra piedra.


Cuatro

En el aire que deja la sangre,
edificios de fuego desplazan los cuerpos
de millares de bestias extintas,
de millares de piedras ajenas
de millares similares
a esta huella.


Cinco

Apedrea el ventanal de tu casa.
Lanza la ropa que apesta a difunto.
Desgarra las heridas de los muros.
Arroja a la calle la cal y el cemento.
Si no encuentras la piedra de entonces,
arroja tu cama, el sillón o la mesa.
Incinera tu casa. Repatria tu huella.
Destroza esta misma ventana.
Sé tú la primera piedra.
Que sea una piedra
y no el abismo,
el cristal definitivo.


César Eduardo Carrión: Revés de luz (2006)

domingo, 16 de septiembre de 2012

EN ESTA NOCHE, EN ESTE MUNDO

A Martha Isabel Moya

                              I

en esta noche en este mundo
las palabras del sueño de la infancia de la muerte
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no el de la resurrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror y su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe

                              II

no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?

                              III

en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible

sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he recorrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!

mi persona está herida
mi primera persona del singular

escribo como quien con un cuchillo alzado en la oscuridad
escribo como estoy diciendo
la sinceridad absoluta continuará siendo
lo imposible
¡oh quédate un poco más entre nosotros!

                              IV

los deterioros de las palabras
deshabitando el palacio del lenguaje
el conocimiento entre las piernas
¿qué hiciste del don del sexo?
oh mis muertos
me los comí me atraganté
no puedo más de no poder más
palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción

                              V

y el perro de maldoror
en esta noche en este mundo
donde todo es posible
salvo
el poema

                              VI

hablo en fácil hablo en difícil
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
                 el que no sirva ni para
                 ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo

Alejandra Pizarnik (8 de octubre de 1971)

sábado, 8 de septiembre de 2012

CECILIA

La luz es el primer animal visible de lo invisible.
Lezama Lima


Duermes bajo la piel de tu madre y sus sueños penetran en tus sueños. Vais a despertar en la misma confusión luminosa.
Aún no sabes quién eres; estás indecisa entre tu madre y un temblor viviente.

§

Fluías en la oscuridad; era más suave que existir.
Ahora, cuando una lágrima demasiado viva podría herir tu rostro,
vas cautelosa hacia ti misma.

§

Como si te posases en mi corazón y hubiese luz dentro de mis venas y yo enloqueciese dulcemente;
todo es cierto en tu claridad:
te has posado en mi corazón,
hay luz dentro de mis venas,
he enloquecido dulcemente.

§

Bajo los sauces
yo te llevo en mis brazos y te siento vivir.
Después salimos a la luz y, por primera vez,
tú ves el cielo y lo señalas y lo nombras.

Es verdad; en el extremo de tus manos,
el cielo es grande y azul.

§

Acerqué mis labios a tus manos y tu piel tenía la suavidad de los sueños.
Algo semejante a la eternidad rozó un instante mis labios.

§

Algunas tardes el crepúsculo no enciende tus cabellos;
no estás en ningún lugar y hablas con palabras cuyo significado desconoces.
Así también es mi pensamiento.

§

Eres como la paloma que roza la tierra y se levanta y se aleja en la luz.
Tú atraviesas un resplandor
y yo te amo desde lejos.

§

Vas a volver
"cuando nazcan las cerezas y despierte la tórtola".
Has dibujado el mundo en una mentira luminosa.

Yo vi los ojos de la tórtola enrojecidos por la ira,
sé que en el lauro habita el ácido prúsico
y que sus frutos inmovilizan el corazón de los pájaros.

Pero hay cerezas ocultas en la nieve y
oigo el gemido de la tórtola.

§

Llueve en hebras doradas
y envuelven nuestros cuerpos los perfumes de marzo.

Sucede como en tus ojos:
llueve a través de la luz.

§


Con tus manos conducidas por una música que vagamente recuerdas,
dices adiós en el umbral. Ah insensata dulzura,
dices adiós en el umbral y de tus manos se desprende
un instante sin límites.

§

Entra en tu madre y abre en ella tus párpados,
entra despacio en su corazón.

Vuelve a ser fruto en el silencio. Sed
como un árbol que envuelve la palpitación de los pájaros
y se inclina, y descienden el perfume y la sombra.

§

En tus labios se forman palabras desconocidas
y lo invisible gira en torno a ti suavemente.

§


Tu rostro sale del espejo como un ala que abandona el instante. Yo amo tu rostro en el espejo; yo
amo cuanto me está abandonando.

§

Oigo tu llanto.
Subo a las habitaciones donde la sombra pesa en las maderas inmóviles, pero no estás: sólo están las sábanas que envolvieron tus sueños.
¿Todo en mí es ya desaparición?
No aún. Más allá del silencio,
oigo otra vez tu llanto.

Qué extraña se ha vuelto la existencia:
tú sonríes en el pasado
y yo sé que vivo porque te oigo llorar.

§

Con tu lengua atravesada por una ignorancia luminosa hablas de una flor invisible. Hablas de ti misma.
Nunca tuve en mis manos
una flor invisible.

§

Estaba ciego en la lucidez pero tú has hecho girar la locura.
Todo es visión, todo está libre de sentido.

§

Tus cabellos en mis manos, su resplandor atravesado por enjambres invisibles, por instantes que no cesan de abandonarme;
tus cabellos entre dos falsas eternidades.
Ah extrañeza llena de luz: tus cabellos
en mis manos.

§

Estás sola en ti, debajo de tu luz, llorando.
Hay un pétalo herido en tu rostro.
Fluye
tu llanto en mis venas. Tú
eres mi enfermedad y tú me salvas.

§

Miras la nieve prendida en las hojas del lauro. Retienes en tus ojos la blancura y la sombra y adviertes el silencio de los pájaros.
Yo sé que los pájaros han huido, que no van a volver y que tú existes más allá de mis límites.
Tú eres la nieve.

§

Sobre el estanque
las palomas giran en torno a tu cabeza.
Cuando sus alas cruzan tus cabellos, yo me inclino y veo tu claridad en el agua
y yo estoy en tu claridad y me desconozco:
estoy coronado de palomas
dentro del agua. En ti.

§

Sueñas.
Tienes miedo de lo que no existe y oyes gemidos en jardines negros.
Yo también tengo miedo de mi rostro que se va haciendo invisible.
Cesa de soñar, o, mejor, sueña los rostros que están fuera de ti:
mírame.

§

En tus ojos se inmoviliza la tristeza; no es aún tu tristeza, pero me miras
y de tus ojos cae un pétalo de sombra.

§

Te olvidas de mirarme; ah ciega llena de luz.

Tus brazos se retiran de mí, pero yo huyo de mí en tus brazos.
Tu pensamiento me ignora
pero yo soy tu pensamiento.

§

Como música de la que aún permanece el silencio siento tus manos lejanas en mí.
Así es
la desaparición y la dulzura.

§

No es el grito de los pájaros más allá de las sombras
ni el temblor del azufre en la quietud de la tormenta;
no es el mercurio en mis venas
ni el espesor del verano en mi corazón.
No es nada realmente: tu rostro ha abandonado mis sueños
y no te encuentro debajo de mis párpados.

§

Temes mis manos
pero a veces sonríes y te extravías en ti misma
y, sin saberlo, extiendes luz en torno a ti
y yo adelanto mis manos y no llego a tocarte; únicamente
acaricio tu luz.

§

Huyó de mí.
Quizá está en ti y apenas lo sientes en tu pequeño corazón.
Sí; es una sombra; no
pesa en tu corazón.

§

Dices: “va a venir la luz”. No es su hora
pero tú desconoces la imposibilidad:
piensas la luz.

§

Yo estaré en tu pensamiento, no seré más que una sombra imprecisa;
habré existido en un instante en que la alegría y la piedad ardían en tus ojos.
Pero también quiero permanecer desconocido en ti.
Desconocido. Simplemente envuelto en tu felicidad.
Tú distraída en tu luz y yo apenas viviente en ella, y así, imperceptiblemente amado, esperar la desaparición.
Aunque quizá estamos ya separados por un hilo de sombra y cada uno está en su propia luz
y la mía es la que tú vas abandonando.

§

Eres como una flor ante el abismo, eres
la última flor.

Antonio Gamoneda: Cecilia (2004)

viernes, 31 de agosto de 2012

CANSANCIO DE SER TRISTE

                        XVII

A pesar del amor,
siento la tentación
de hundirme en el infierno,
y me humillo, sediento de placer,
y el excremento
a mi garganta trepa.

Odié su castidad; quiero los ayes
de la hospiciana
en ese catre inmundo,
el olor de la muerte entre sus piernas
—desesperadas manos
hurgan la inmundicia.

Nadie puede escuchar mi rebeldía
—tú habitas sola y apartada, lejos—
en mí mismo resbalo, ya tirito,
devuelvo las entrañas y blasfemo.

Me odio de tal modo que te niego,
sólo el agua del alba me redime,
el agua y tú —ambas se escapan.
Media botella queda todavía.

Francisco Tobar García: Ebrio de eternidad (1991)

jueves, 23 de agosto de 2012

ÉGLOGA OCTAVA

Lento muere el verano.
En silencio se apagan sus gemidos.
Un otoño temprano
hundió verdes latidos,
árboles por la muerte merecidos.

La luz nos atraviesa.
De tu cuerpo se adueña y lo decora.
El fuego que te besa
se consume en la hora,
diluida en la tarde asoladora.

Vivimos el presente
en función del mañana y el pasado.
Pero si el día no miente,
no estaré ya a tu lado
en otro tiempo que nació arrasado.

Bajo estas soledades
se han unido el desierto y la pradera.
Y la dicha que invades
ya no te recupera
y durará lo que la noche quiera.

Creciste en la memoria
hecha de otras imágenes, mentida.
Ya no habrá más historia
para ocupar la vida
que tu huella sin sombra ni medida.

Inútil el lamento,
inútil la esperanza, el desterrado
sollozar de este viento.
Se ha llevado
el rescoldo de todo lo acabado.

Esperemos ahora
la claridad que apenas se desliza.
Nos encuentra la aurora
en la tierra cobriza
faltos de amor y llenos de ceniza.

No volveremos nunca
a tener en las manos el instante.
Porque la noche trunca
hará que se quebrante
nuestra dicha y sigamos adelante.

El oscuro reflejo
del ayer que zozobra en tu mirada
es el oblicuo espejo
donde flota la nada
de esta reunión de sombras condenada.

La llama que calcina
a mitad del desierto se ha encendido.
Y se alzará su ruina
sobre este dolorido
y silencioso estruendo del olvido.

El mundo se apodera
de lo que es nuestro y suyo. Y el vacío
todo lo hunde y vulnera,
como el río
que humedece tus labios, amor mío.

José Emilio Pacheco: Los elementos de la noche (1963)

miércoles, 15 de agosto de 2012

EN LA PENUMBRA

Mientras dormita,
el ligero movimiento de su ceja esconde una tortura.
Siente que su respiración se agiganta como la víbora que devora al ciervo.
Bosteza.
Toda aparente claridad se ha vuelto obtusa.
Su visión es un estertor.
A lo lejos, la angustia se reviste de una soledad muy tenue.
Tiembla.
Su corazón se descuelga de las ramas de los cipreses.
Desde arriba,
su cuerpo se ve tan vulnerable como la cola de una lagartija.

Inmóvil,
frente a un espectáculo de lunares que resplandecen,
puede distinguir la gruta del temido infierno
donde una enorme boca devora los cráneos de los bueyes.

La saliva moja su almohada:
                tibia mucosidad de los perros.

Hileras e hileras de rocas
que lastiman esa oscuridad omnímoda,
ese frío intenso en el que tiritan las espinas de los cactus.

Sus brazos borrachos buscan un asidero,
alucinados con la luz de un faro.

No ha de despertar.
No hay hogueras para el tembloroso.

En la desolación del universo
                  solo hay un cuerpo que palpita.

Santiago Vizcaíno: En la penumbra (2011)

miércoles, 8 de agosto de 2012

CRUZ SÉPTIMA (SANTA BÁRBARA)

Beati mortui,
qui in Domino moriuntur.

Es medianoche en la ciudad de los campanarios y mi alma vaga errabunda.

El miedo multiplica los posibles finales, la tragedia heroica de estas vidas: cuerpos hermosos adornan las fachadas, sujetos con clavos a los maderos; la sangre corre incandescente entre las calles, baja de los conventillos y desemboca en la plaza principal. ¡Orgía de fuego y sangre!

Y yo, elevándome victorioso sobre las ruinas.

Soy nuevamente el espíritu melancólico que se pierde en sus gemidos, la solitaria simiente que desaparece.

El paria del que todos reniegan.

Soy yo,
la muerte con ojos de fiera.

Javier Cevallos: La ciudad que se devoró a sí misma (2001)

miércoles, 1 de agosto de 2012

SILENCIO CERCA DE UNA PIEDRA ANTIGUA

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto el cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

Rosario Castellanos: El rescate del mundo (1952)

martes, 24 de julio de 2012

LOS AMANTES DE SUMPA

Noticia: En Santa Elena, en la costa del Ecuador, fue descubierto un extraordinario hallazgo arqueológico, los esqueletos de una pareja, un hombre y una mujer jóvenes que yacen abrazados. La edad de los restos está calculada en unos diez mil años. Al enterrarlos, colocaron sobre los cadáveres seis piedras, quizás con el propósito de protegerlos de los espíritus malignos.

Para Gloria

But wherefore do not you a mightier way
Make war upon this bloody tyrant, Time?
(¿Y por qué no es tu guerra más pujante
contra el tirano Tiempo sanguinario?)
Sakespeare: soneto XVI

                     I

Diez mil años contra la sal perdura
tendido el abrazo que la tierra protege
                          del deseo
la frágil escritura
                          la muerte
constelación de los huesos
echada al azar
                          sobre las dunas

                          ¿rastros de amor?

huesos proféticos
(es solo tuyo el ritual junto a la Tumba).


                     II

diez mil años
el abrazo defiende
el agónico gesto
contra la afrenta del óxido
con que el Tiempo conspira

despojados de rictus y de máscaras
sólo huesos
                          fémur de hombre
sobre pelvis de mujer

y sobre el húmero
dura reposa la calavera
                          en el abrazo yerto.


                     III

ninguna rosa
ninguna agua benéfica
en el caldeado mediodía

sólo arena y sol
                       el cementerio

¿qué lejana huella
de la pasión aún provoca?


                     IV

pacientes
entre los escombros de esas órbitas
y de las bocas
                      el gusano y las lluvias
despojaron la piel
                          desnudaron el hueso.


                     V

ya nada puede el sueño de perpetuidad
aun si los cuerpos al abrazo se aferran.


                     VI

pero aun si sólo escombros residuo calcio
junto prosigue el pulpo en su instinto
persiguen sus tentáculos al sueño

                          y anhela el cuerpo

diez mil años el mar persigue
con su pausado canto de sirenas
a la locura humana

                          y anhela el cuerpo.


                     VII

huésped de paso
levantará el hombre casa y canto
cultivará los huertos y los usos
labor sueño y escombros
en la sucesión que mide la clepsidra
hasta que el agua se pierde

quedan los restos de la fatiga humana
huesos arcilla máquinas ocarina
tránsito del hombre por los hechos
que el Tiempo desnuda

huésped de paso
deja en la casa el canto
tu huella en las arenas.


                     VIII

no sólo la carne
más la pasión se extraña
se consume se consuma se anonada
¿qué quedará de las batallas cuerpo a cuerpo?
¿esa acuciante huella del deseo
en estos cuerpos?


                     IX

lateral cae la luz sobre la Tumba
fulgura en la Pareja eterno el gesto:
el abrazo desespera de la carnal ternura

el abrazo de otra pareja junto a la Tumba
a la luz cenital repite el gesto:
desespera del amor que no perdura.


                     X

¿qué queda de la pródiga búsqueda del cuerpo?
¿qué de las voces de llamada?
¿qué del ardor de la caricia de los labios?
¿qué del eléctrico contacto de los sexos?
¿qué resta en estos rastros guardados por un pueblo
que escondió ferviente el misterio
                                                   bajo las piedras?

cadáveres ocultos a los ojos del profanador
legados a nuestra mirada
consagrando en esqueletos la unción

diez mila años la tierra escuda
el efímero gesto.


                     XI

ninguna frase queda de su lengua
ningún nombre registra su duración

                         todo su cosmos:

la Pareja
estos huesos
ordenados en el suelo bajo el sol

gaviota pez delfín y garabatos
la pura atmósfera sobre el mar infinito

pero adivina sus ojos de obsidiana
mirándose por sobre el fuego
adivina su voz
silbido de serpiente
que arrastra su magia hacia la espuma
allí desova la serpiente emplumada.


                     XII

sexo de mujer
abierta boca del mundo
ruedan las estrellas de lo interno
abalorios de coral en su pecho
y entre el viento y el mar
su caballera de torbellino
emergiendo de la profundidad
profuso en ruidos el caracol
los peces en fosforescencias
el sexo de flor de concha de ensenada
habitación resguardo rincón de acogimiento
en la noche más oscura
que la pequeña selva que el beso
desentraña

y el sexo masculino
báculo de la ceremonia
árbol que se enfila hacia el abismo
gavilán que desciende vertical
sobre su presa
y asciende el humo
desde el fogón del sacrificio
alcatraz que se precipita
detrás de la anchoveta
émbolo de la máquina
que en la tierra penetra.


                     XIII

la fortaleza del cuerpo
en la danza en el juego

y del abismo afloran
furor y fervor

persistir es vivir
y volver a morir
insistir.


                     XIV

jamás escucharemos sus palabras
jamás escucharemos

nos quedan los supuestos
y la superstición
sólo los abrazados espectros

los cautivos del sueño.


                     XV

morir pudieron en plenitud perseverando
más allá del ruego y del espasmo
muriendo uno con otro uno en el otro
acabando en este juego de espejos
o repitiendo nosotros el abrazo
o nuestro encuentro reflejado en los huesos

morir perseverando en el abrazo
vano triunfo del amor por sobre el Tiempo.


                     XVI

pronto la rosa agota su esplendor
en días perece el bello escarabajo
que en la larva germinara en meses
y también la piel lustrosa del felino
se aja y el rugido enmudece y al fin
nos causa lástima su pupila sin brillo

el tiempo humano es vértigo
de instauración

                           destrucción

ya nos devastará del todo el Tiempo

borrará de tus pupilas todo el brillo
y surcará tu rostro y en tus labios
no sonarán joviales las palabras
y yo iré para viejo y ya distantes
iremos uno y otro
a las arcanas sospechas de la muerte.


                     XVII

la plenitud no está en la eternidad
reposa breve en el instante de invención
cercano a lo mortal estalla el gozo
bien puede el Tiempo arrasar y ser perverso
logrará acabar con tu amor y con mi cuerpo
más qué importa si ya la rosa vivió su esplendor.


Iván Carvajal: Los amantes de Sumpa (1984)

jueves, 12 de julio de 2012

CARTA ABIERTA A MIS DIOSES

Diríase que ustedes no conocen
que el Ecuador existe
con todo lo que encierra
esta adorable herida de país,
también con nuestra
insoslayable realidad por dentro;
pero esta,
por cierto,
es una irreverencia
una suposición de ignorancia universal
que no es, desde luego, el lado flaco de los dioses.

Pero es que no se halla qué pensar,
si ustedes por acá nunca vinieron,
si en todos estos siglos nos pasaron por alto,
si en ninguna ocasión nos echaron de menos;
si ni de cuando en cuando recibimos
una estrella fugaz,
de esas de suma urgencia
que veíamos pasar
y nos ilusionábamos creyendo que las nuestras
estarían tan solo rezagadas
y llegarían después,
aunque a destiempo;
si ni por los confines de las noches,
en la inmensa escritura de las constelaciones,
hubo para nosotros
alguna vez una remota esquela
o aunque el más pasajero
de esos mensajes para melancólicos,
que uno lee,
que llegan adentro
y de repente con el sol se borran,
una simple garúa,
una garúa de su puño y letra;
si a menudo, rastreándolos
en el vacío de este desamparo
(hurgando en todas partes,
buscando la otra punta del ovillo,
anhelando siquiera la más leve evidencia
de que desde su allá
era por fin recíproco el abrazo,
de que también ustedes estaban con nosotros
y no solo nosotros, sin ustedes,
en la vigencia de un ferviente acuerdo)
nos hemos aferrado a la horrenda esperanza
de que estuvieran en los terremotos
o fueran erupciones de volcanes,
diluvios,
tempestades,
devastadores, pero al fin patentes,
desmesurados,
poderosos,
nuestros.

Aunque también con humildad
los sospechábamos en algún dolor,
en los tropiezos,
en los desamores,
en cualquiera
de esos mínimos derrumbamientos cotidianos
que tiene la existencia;
pero —siempre el vacío—
los pecados,
las pequeñas catástrofes
y las furias mayores,
todos eran ajenos.

Ahora
ya no podrán hacerse los muy desentendidos:
de par en par les dejo por escrito
que aquí hemos estado
(desde que ustedes
sin duda muy bien saben que vinimos)
puñados de esos negros de hace mares,
de hace ya travesías,
de hace lejos,
de hace una larga historia,
de hace ya harto terruño,
de hace vidas,
de hace ya cementerios,
de hace indios,
de hace ya un revoltijo en mayoría,
de hace ya tantos de nosotros mismos,
de hace ya mucho de este todavía
que hoy sigue siendo, como siempre ha sido,
palmario,
desde atrás,
desde hace tiempo.

Aquí sigue esperando la querencia,
dejen esa encumbrada negligencia
y vengan de una vez
un día de estos
a reconocernos.

Antonio Preciado: Jututo (1996)

viernes, 6 de julio de 2012

LLEGADA

¡Aquí estamos!
La palabra nos viene húmeda de los bosques,
y un sol enérgico nos amanece entre las venas.
El puño es fuerte
y tiene el remo.

En el ojo profundo duermen palmeras exorbitantes.
El grito se nos sale como una gota de oro virgen.
Nuestro pie,
duro y ancho,
aplasta el polvo en los caminos abandonados
y estrechos para nuestras filas.
Sabemos dónde nacen las aguas,
y las amamos porque empujaron nuestras canoas bajo los cielos rojos.
Nuestro canto
es como un músculo bajo la piel del alma,
nuestro sencillo canto.

Traemos el humo en la mañana,
y el fuego sobre la noche,
y el cuchillo, como un duro pedazo de luna,
apto para las pieles bárbaras;
traemos los caimanes en el fango,
y el arco que dispara nuestras ansias,
y el cinturón del trópico,
y el espíritu limpio.

Traemos
nuestro rasgo al perfil definitivo de América.

¡Eh, compañeros, aquí estamos!
La ciudad nos espera con sus palacios, tenues
como panales de abejas silvestres;
sus calles están secas como los ríos cuando no llueve en la montaña,
y sus casas nos miran con los ojos pávidos de las ventanas.
Los hombres antiguos nos darán leche y miel
y nos coronarán de hojas verdes.

¡Eh, compañeros, aquí estamos!
Bajo el sol
nuestra piel sudorosa reflejará los rostros húmedos de los vencidos,
y en la noche, mientras los astros ardan en la punta de nuestras llamas,
nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros.

Nicolás Guillén: Sóngoro cosongo (1931)

sábado, 30 de junio de 2012

CHANT TROISIÈME (fragmento)

On me raconta ce qui s’était passé; car, moi, je ne fus pas présente à l’événement qui eut pour conséquence la mort de ma fille. Si je l’avais éte, j’aurais défendu cet ange au prix de mon sang ... Maldoror passait avec son bouledogue; il voit une jeune fille qui dort à l’ombre d’un platane, il la prende d’abord pour une rose ... On ne peut dire que s’éleva le plus tôt dans son esprit, ou la vue de cette enfant, ou la résolution qui en fut la suite. El se déshabille rapidement, comme un homme qui sait ce qu’il va faire. Nu comme une pierre, il s’est jeté sur le corps de la jeune fille, et lui a levé la robe pour commettre un attentat á la pudeur ... à la clarté du soleil! Il ne se gênera pas, allez! ... N’insistons pas sur cette action impure. L’esprit mécontet, il se rhabille avec précipitation, jette un regard de prudence sur la route pudreuse, où personne ne chemine, et ordonne au bouledogue d’étrangler avec le mouvement de ses mâchoires, la jeune fille ensanglantée. Il indique au chien de la montagne la place où respire et hurle la victime souffrante, et se retire à l'ècart, pour ne pas être témoin de la rentrée des dents pointues dans les veines roses. L’accomplissement de cet ordre put paraître sévère au bouldedogue. Il crut qu’on lui demanda ce qui avait été déjà fait, et se contenta, ce loup, au mufle monstrueux, de violer à son tour la virginité de cette enfant délicate. De son ventre déchiré, le sang coule de nouveau le long de ses jambes, à travers la praire. Ses gémissements se joignent aux pleurs de l’animal. La jeune fille lui présente la croix d’or qui ornait son cou, afin qu’il l’épargne; elle n’avait pas osé la présenter aux yeux farouches de celui qui, d’abord, avait eu la pensée de profiter de la faiblesse de son âge. Mais le chien n’ignorait pas que s’il désobéissait à son maître, un couteau lancé de dessous une manche, ouvrirait brusquement ses entrailles, sans crier gare. Maldoror (comme ce nom répugne à prononcer) entendait les agonies de la douleur, et s’étonnait que la victime eût la vie si dure, pour ne pas être encore morte. Il s’approche de l’autel sacrificatoire, et voit la conduite de son bouledogue, livré à de bas penchants, et qui élevait sa téte au-dessus de la jeune fille, comme un naufragé élève a la siene au-dessus des vagues en courroux. Il lui donne un coup de tied et lui fende un œil. Le bouledogue, en colère, s’enfuit dans la campagne, entraînant après lui, pendant un espace de route qui est toujours trop long pour si court qu’il fût, le corps de la jeune fille suspendue, qui n’a été dégagé que grâce aux mouvements saccadés de la fuite; mais, il craint d’attaquer son maître, qui ne le reverra plus. Celui-ci tire de sa poche un canif américain, composé de dix à douze lames qui servent à divers usages. Il oubre les pattes anguleuses de cet hydre d’acier; et, muni d’un pareil scalpel, voyant que le gazon n’avait pas encore disparu sous la couleur de tant de sang versé, s’apprête, sans pâlir, à fouiller corageusement le vagin de la malhereuse enfant. De ce trou élargi, il retire successivement les organes intérieurs; les boyaux, les poumons, le foie et enfin le cœur lui-même sont arrachés de leurs fondements et entraînés à la lumière du jour, par l’ouverture épouvantable.

Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont: Les chants de Maldoror (1869)

lunes, 18 de junio de 2012

PASÓ UN POEMA

Pasó el hambre
Pasó el fuego
Pasó mi madre
Pasó mi padre por debajo
Pasó su palabra
Pasó la pelusa que articulaba el funcionamiento de su mandíbula y su cráneo
Pasó su calvicie
Pasó mi carrera con mi sombra hacia la tienda
Pasó mi forma de jugar al fútbol
Pasó mi hijo con veinte años de glorias nacionales
Pasó mi rápida asimilación de golpes al hígado
Pasó una mentira
Pasó otra
Pasó el ácido ser que tengo en el vientre
Pasó su poema
Pasó su mala composición
Pasó la carcajada profunda, interminable
Pasó mi hermano
Pasó mi otro hermano
Pasó mi madre otra vez
Pasó mi padre
Pasó  una cantidad inmensa de autos que se detuvieron ante ellos
Pasó este cobarde
Pasó el claxon que el ser que tengo en el vientre reproduce contra las ventanas húmedas llenas de rocío
Pasó mi desnudez por la pista
Pasó mi vergüenza
Pasó mi doble con su mochila llena de fosforescentes explosivos
Pasó ese tartamudo
Pasó la última persona que nunca me pensó
Pasó mi insignia
Pasó su existencia
Pasó Pedro, María Leonor,
Pasó Manuel
Pasó mi profesor que usaba chompa marrón
Pasó su manzana de Adán
Pasó Edgar a la pizarra
Pasó Elvis Gutiérrez
Pasó la pelota de trapo al salón
Pasó Federico por la puerta que daba al recreo
Pasó el cuarto de servicio
Pasó el chico guapo y la chica guapa que tuvieron sexo
Pasó el pabellón nacional
Pasó la señorita auxiliar
Pasó el papel lustre color morado
Pasó una parvada de alumnos con los pantalones sucios y las camisas llenas de tajos azules
Pasó un avión
Pasó un auto por la avenida Belén, casi me atropella
Pasó un ser extraño saliendo de un edificio gris
Pasó una puta que no sabía que era puta
Pasó un chino fumando en la puerta de un chifa
Pasó un perro que puso las patas en un charco frío
Pasó un heladero
Pasó un señor rubio que quería un waffle
Pasó una parvada de alumnos con los pantalones sucios y las camisas llenas de tajos azules, gritándome
        que fuéramos a la cancha a jugar pelota
Pasó un chibolo a un cuarto que tenía la cabeza de una vaca disecada y un tonel negro
Pasó que volví al partido aunque me cayó un pelotazo en la cara
Pasó que no lloré
Pasó que aún la seguimos
Pasó que no es tarde
Que se cola un poema más.

Pablo Salazar-Calderón: piedralaventanaelcielo (2001)

martes, 5 de junio de 2012

EL CERRO DE MONTAMARTA DICE

Un día habrá en que llegue hasta la nube.
¡Levantadme, mañanas, o quemadme! ¿Qué puesta
de sol traerá la luz que aún no me sube
ni me impulsa? ¿Qué noche alzará en esta
ciega llanura mía la tierra hasta los cielos?
Todo el aire me ama
y se abre en torno mío, y no reposa. Helos
ahí a los hombres, he aquí su pie que inflama
mi ladera buscando más altura,
más cumbre ya sin tierra, con solo espacio. Tantos
soles abrí a sus ojos, tantos meses, en pura
rotación acerqué a sus cuerpos, tantos días
fui su horizonte. Aún les queda en el alma
mi labor, como a mí su clara muerte.

Y ahora la tarde pierde luz y hay calma
nocturna. ¡Que despierte
por última vez todo a la redonda
y venga a mí, y se dé cuenta de la honda
fuerza de amor de mi árido relieve,
del ansia que alguien puso en mi ladera!
Ved que hay montes con nieve,
con arroyos, con pinos, con flor en primavera.
Ved que yo estoy desnudo, siendo sólo un inmenso
volcán hacia los aires. Y es mi altura tan poca.
¡Un arado, un arado tan intenso
que pueda hacer fructífera mi roca,
que me remueva el grano
y os lo dé, y comprendáis así mi vida!

Porque no estaré aquí sino un momento. En vano
soy todas las montañas del mundo. En vano, ida
la noche volverá otra vez la aurora
y el color gris, y el cárdeno. Ya cuando
lo mismo que una ola esté avanzando
hacia el mar de los cielos, hacia ti, hombre, que ahora
me contemplas, no lo sabréis. No habrá ya quien me vea,
quien pueda recorrerme con los pies encumbrados,
quien purifique en mi amor y tarea
como yo purifico el olor de los sembrados.

Claudio Rodríguez: Conjuros (1958)

domingo, 27 de mayo de 2012

MIS MANOS TE HACEN

De tierra y en la tierra mis manos te hacen alta
y móvil como los álamos... para mi boca
como el agua te llegas, como la fruta caes,
y en el aire más simple del campo me retienes.
¡Qué eterno corazón nos ha nacido hoy día!
¡Qué nueva voz nos toca en la lengua madura,
y en el oído saltan amanecidos nombres!
Pero viene la tarde y el corazón eterno
calla...

¡Oh! Recréame, amada, que esta carne no pase
como los vientos pasan.

Hecha de tierra y alta por mis insomnes manos,
devuélveme la noche y ámame.

Desolado en la noche te nombro, tú respondes...
Sorda es la tierra, sordo el viento, sordo el infinito...
Pero digo tu nombre y tú contestas.
¿Qué más? Y en la esperanza prendidos
como el árbol, como la yerba, y en la esperanza
como el charco tendidos estamos. ¿Y qué más?
¡Vivimos! Locos, para morir solo vivimos...
Viene la muerte, todo a la muerte se va.
¿Y qué? Canta tu lengua, canta, dulce, saliva,
canta la llama en el fogón...
¡Vivimos!
Y el hijo vivirá... Canta la carne,
canta la tierra, canta el viento, canta el infinito.
¡Oh vida!... Y a la muerte caemos, sólo estamos
en la muerte, en la noche, en el silencio esencial.
¿Vivimos? No, morimos... nada más.

Como mi cuerpo cubre tu cuerpo, como buscan
mis manos y mis besos tus hondos goces, como
mi amor es a tu amor, así nos cubren
los viejos troncos de los pinos raudos
que talaron olvidados abuelos,
así buscan las llamas el apiadado leño
que entibia el alma y cuece el pan,
así las horas se entregan y se quedan
caídas y rendidas desde la eternidad.
Y sin embargo, amada, ¿qué ganamos? ¿Vivimos?
No, morimos, y apenas el sueño de una voz,
la sombra apenas de una mano, el recuerdo clavado,
somos... y nada más.
Vivir... Morir... ¿Qué importa?
La mentira viene a la boca como viene el pan.
Vivir... Morir... ¿Qué importa?
Amémonos... y en paz.

Sobre el cálido limo enorme, sobre el eterno
limo nos levantamos, los horizontes huyen,
los vientos bajan y las aguas nos cogen, largas...
La luz inmensa, la tierra inmensa crece.
¡El día! ¡El día! Goza, limpia.
¡Como la luz! ¡Como la tierra ama y pare!
—enfurecida por doquiera la vida está—
ama y pare, arranquemos de la muerte la carne...
No es fantasma tu cuerpo,
no es mentira la tierra que nos nutre...
Y si a morir venimos, antes
exprimamos los jugos, devoremos
los frutos, maceremos
las bocas y los pechos próvidos, los turgentes
pechos mordamos y ¡fecundemos!
Y si a morir caemos,
en la tierra caigamos, en los voraces
surcos de la materia,
sobre la hembra,
en el perpetuo sexo,
comidos por los soles y barridos por los trágicos vientos,
desde la vida, en la muerte tendidos,
desesperados, esperemos.

Francisco Granizo: Nada más el verbo (1969)

jueves, 17 de mayo de 2012

PARA SALIR DE AQUÍ

Los colores del tedio (una vez más) lo envuelven todo: la luz y la salida, la sed en toda su extensión visible. Humo adentro, con los ojos cerrados, respiro y siento que las cosas todavía duermen, esperan en el humo. Yo hago ver que estoy lejos, pero toco la cal de los veranos, me asomo a lo que sé: hace calor, el fruto cae ardiendo:

No es el dolor aún (me dije), sino el espejo roto en mil pedazos del dolor, y en él se miran, sedientos, los animales más queridos del pasado. (En cada piedra hay una imagen, desdibujada o sucia, la noche en blanco de un gran río.) Bajo el árbol de agosto, oigo crecer el día a ciegas, la distancia que nunca consigo recordar:

No puedo ver, pero llamo con náuseas al ahogado, busco en su tristeza llena de algas mi camino. El sol se viene haciendo sitio por donde sólo cabe el sol. Lo sé: ni una sola palabra definitiva, ni un cultivado y profundo pensamiento. Hablo de mi cansancio solamente: mi única certeza, esta mañana, aquí:

Con el aliento de lo que falta aún por ver... Oigo a este sol. Hay sangre en este laberinto, pegajosos insectos, enigmas tristes y malolientes. Todo está quieto ahora y contenido en la inmensa pereza del aire. Hundo mis pies en esta arena dura y siento la humedad de lo que ya no existe. ¿Cómo empezó la sed a ser así?:

Latas, plásticos, ropas sucias... Desde este mar venido a menos, lo que se ve y lo que no se ve son ya la misma cosa. (Regreso y, por un instante, sé también que regreso.) Violenta pulsación, voces salobres. Con todo el sol de cara, me asomo y no distingo: me asomo y toco el polen ya reseco que (sin embargo) acaba de llegar:

Cuento hasta tres y empiezo a caminar, bajo el árbol de agosto todavía, entre botellas rotas y cruces encaladas. ¿De quién son ahora los pájaros que han vuelto? Hundo mis pies en la sequía verdadera. (Oh sed fuera de sí, tan blanca.) Dejo caer una piedra en el interior de un pozo seco y el tiempo que me queda puede oírse:

Recuerda lo esencial: la puerta está abierta. Ahora el mar ya no importa: no era (para volver a empezar) lo que uno había esperado. Dentro de mí se pudren, cada vez más insistentes, todos los recuerdos. Oigo la voz de lo que sigue, la llamada que brota como aguja negra de nopal, como amplia quemadura en la sed del ahogado:

Piso, descalzo, el sol que hay en el polvo. Yo sé (por ejemplo) cuándo pasa alguien por mi lado: el salitre de su silencio llega hasta mí y lo delata. Ahora está el sudor abriendo heridas casi milenarias y, entre los escozores, siguen danzando, ciegas, las avispas. Hablo de mi pereza solamente: mi único camino, esta mañana, aquí:

No es el silencio aún (me dije), sino el espejo roto en mil pedazos del silencio, y en él se miran, exhaustos, los pájaros del Norte. En mi cansancio estaba mi principio. Ojos llenos de cal, de polen seco. Ahora mis pasos son los pasos de la sed, quemados por el sol continuamente, y el humo de mis huellas puede oírse:

Pesa la luz como una red mojada. Flotan las ramas rotas, los peces muertos... (La paz no es el silencio todavía.) Subo despacio la cuesta transparente: la que sólo da al mar y a la erosión visible. Junto al faro en ruinas crecen los enebros, las grietas afiladas, el vértigo continuo de la serenidad:

Dar el paso invisible. Llaman a la puerta del mar de agosto las raíces arrancadas, las dunas ocres. (No puedo ver, pero qué bajo cielo en rojo hay en mi corazón esta mañana, qué extraños vuelos sin sentido.) Y cuando el verdadero ahogado salga por fin a mi encuentro, ¿sabré decirle quién soy yo de verdad, exactamente?:

La muerte: una palabra puesta a secar (me dije), empapada de sudor de tres días. Más que ceniza. A fuego lento se consume la promesa más clara, y el humo es una carta sin abrir. Árbol azul y fuerte, en cuyas ramas cantan los mirlos todo el año... Oh luz repleta de animales dormidos, de caminos que no sabemos ver:

Nadie ha visto la casa, pero yo sí la he visto. O tal vez no la he visto (me dije), pero sé que está allí. (Mi deseo es más rápido que yo: yo sólo sigo, a oscuras, sus huellas transparentes.) Islas más allá de las islas. Abro, en secreto, la larga noche en vela de su soledad, la trama azul y fértil de sus apariciones:

Yo no tenía fe: tenía sueños. Y hoy la sequía tiene la extensión de mi alma. Por un instante,  que regreso, que mi cansancio se abre al mar, al cielo rojo, a este camino erguido y sucio de verdad. ¿Cómo pudo la sed reconocerme, apuntarme con el dedo, soltar sus perros blancos contra mí?:

Delante de la puerta abierta (me dije) bailaré, loco de sol, como animal en celo, sin descanso. Escribiré mi nombre (me dije) sobre las losas incendiadas del atrio, sobre la superficie mágica del atardecer. ¡Fulgor de ruinas blancas, donde crece, a ciegas, el asfódelo sediento, donde bostezan los aparecidos!:

La mano en el fuego del mediodía: recojo (una vez más) los libros, la toalla, los zapatos. Creo saber lo que me pertenece, todo lo que al abrir los ojos vuelve a ser mío aún. Hablo del humo solamente, a solas, para empezar a ver más alto, para salir de aquí (me digo), muy despacio: para no despertar a la ceniza.

Vicente Valero: Vigila en Cabo Sur (1999)